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Febrero en Ledesma, carnaval, comparsas y cielos grises

Sabado, 25 de febrero de 2023 01:03

Febrero 2023. No recuerdo un tiempo de carnaval con cielos tan grises, con ausencia total de comparsasàesas de gorros emplumados e imponentes, de mostacillas y lentejuelas, de espejitos fulgurantesào la de las changos de la cuadra, de capas simples, con penachos de cartón y plumas de las gallinas de casa, con apenas un antifaz, tarros por cajas y uno que otro pito de lataà

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Febrero 2023. No recuerdo un tiempo de carnaval con cielos tan grises, con ausencia total de comparsasàesas de gorros emplumados e imponentes, de mostacillas y lentejuelas, de espejitos fulgurantesào la de las changos de la cuadra, de capas simples, con penachos de cartón y plumas de las gallinas de casa, con apenas un antifaz, tarros por cajas y uno que otro pito de lataà

La siesta era un jolgorio de coplas y baldazos debajo de las arboledas del pueblo. Recuerdo la exposición sobre el Carnaval de las Yungas que se hizo en 2019, en el Centro de Visitantes Ledesma, donde cada comparsa expuso sus ajuares, vestuarios, sombreros, accesorios, etc. Para iniciar este espacio, el de la columna “Yungas Cultural” de este ciclo 2023, en El Tribuno de Jujuy, les regalo un recuerdo de antaño, un texto que habla de los tiempos carnestolendos en mi ciudad. Se trata de “Recuerdos de infancia”, prosa inédita:

“Febrero”

Febrero en Ledesma es un mes breve pero larguísimo en humedad y sofocones. Llueve tanto, que los pastos y la fronda arden vigorosamente. El verde humedad agobia, las ramas y las hojas deforman los jardines. Todo es exuberante. Hasta la caída del sol se hace lenta y roja entre las lomas. Con gusto a sangre, rojo sangre vibran en mi pecho los tambores de febrero.

Con las primeras sombras de la oración escuchaba esos tambores misteriosos y lejanos, desviados a veces por el viento. Sones que iban y venían agitando mi corazón y mi imaginación de niña. El abuelo, que a esa hora se mecía en la hamaca de mimbre y rezaba cantando a sus dioses, apaciguaba mis temores.

Atenta a sus relatos y sentada en la vereda, entrecerraba los ojos para ver pelear al tigre y al toro, envueltos en la danza de los matacos y el lamento de las flautas de caña. A la noche, por la avenida principal, apenas entraban al pavimento, escuchábamos el armonioso paso de las comparsas bolivianas, que se movían caracoleando detrás de sus banderas enormes y coloridas. Venían al corso desde el Lote Florencia. Era el tiempo maravilloso, en el que las comparsas cantaban por las calles y las veredas del ingenio. El abuelo Salvador tenía una extraña fascinación por esos hombres emplumados y bullangueros, por eso, en cada carnaval cantaban sus coplas y danzaban frente a la puerta de casa. Al final, por unas monedas que tintineaban alegres sobre el piso o dentro de la troya, los comparseros con sus hachas en alto desarmaban el semicírculo de cascabeles cantando: “Flor de alelí / planta de ají / ponga la guita / que ya me gua’í” Aquellas canciones, los gorros espejados, las plumas y las cajas dejaron un rítmico recuerdo en mi corazón y en la boca, el sabor agridulce de la infancia.