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13 de Mayo,  Jujuy, Argentina
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Un clic en su vida lo hizo nacer como hombre nuevo

Miguel Arjona superó un vicio gracias al amor familiar, a través de la cultura por el trabajo arraigada a su vida.
Miércoles, 26 de julio de 2023 00:59

Ante las debilidades humanas siempre existe el riesgo de tocar fondo, pero está en la persona saber optar. El entregarse o no a ese devenir oscuro o cambiarlo por sentir la calidez de una luz que ilumine para bien su destino.

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Ante las debilidades humanas siempre existe el riesgo de tocar fondo, pero está en la persona saber optar. El entregarse o no a ese devenir oscuro o cambiarlo por sentir la calidez de una luz que ilumine para bien su destino.

Elegir a tiempo para renacer como un hombre nuevo es lo que le sucedió a Miguel Arjona. Este jujeño que, como el ave Fénix, emergió de las cenizas para despojarse de lo malo y permitirse ser el protagonista de una historia que entiende de sinsabores pero también de hermosos momentos.

Comerciante de alma, siempre peleó en su caminar a partir de ganarse el pan y de ayudar. Pero sobre todo, hacer de su lugar en la vida un reflejo de superación y entrega.

Descendiente de una familia constituida por una madre ama de casa y un padre dedicado al alcoholismo, Miguel se crió con la cultura del trabajo desde una edad muy temprana. "Cuando era niño a los 7 u 8 años fui lustrabotas en el monoblock 'h', de calle Lavalle, repartía leche y a las 4 de mañana me levantaba para vender diarios en la zona de Cuyaya y Moreno, porque tenía que ayudar a mi mamá", comenzó relatando Arjona, quien a los 14 años, logró jugar en la liga del Círculo Deportivo Policial. "En ese entonces, año 70, el club me pagaba y le ayudaba a mi madre porque tenía diez hermanos", contó. Con dos canastos en sus manos este niño, junto a dos de sus hermanos, salía a vender empanadas y bollos en la zona tabacalera.

Conocer la calle resultó cierto progreso personal pero, con ello, también vincularse a un entorno no muy positivo y seductor de este preadolescente que no conoció los límites. "Tuve un entorno malo y caí en el alcoholismo", expresó con la voz quebrada por lo duro de esa etapa en su vida.

"Estaba rodeado de gente mayor y en vez de agarrar lo bueno y la experiencia de sus años, agarré lo malo y entré en el vicio de la bebida", dijo.

"Eso me hizo ser una persona agresiva. Tuve gente que quería ayudarme, que me hablaban, pero yo pensaba que estaban equivocados", comentó reconociendo su error.

Con conocimiento de causa, explicó que en ese momento se perdió y no entendió que actuaba mal. Y es que de los vicios como el juego, las drogas o el alcoholismo no se puede salir tan fácilmente. "Con la experiencia por lo que me pasó. La gente que yo creía que me quería eran los amigos de la borrachera, pero en realidad fueron mi perdición como persona. Después me di cuenta de que no eran amigos, pero sí fui una persona que, por el alcohol, cambió. Gracias a Dios no caí en otra cosa pero es duro recordarlo", contó "Pigüi", como le dicen sus amigos.

Su vida continuó por la senda que había iniciado su padre, ya que a los 18 ingresó a la Policía. "Jugaba en la Liga del Círculo Deportivo Policial en ese momento para el Cuerpo de Bomberos, sin dejar el vicio de la bebida", indicó Arjona, hasta que el 31 de diciembre de 1977 se casó con su novia, Alicia Choque.

"Mi casamiento fue en la más absoluta soledad por mi mala conducta, pero de alguna manera quería regenerarme. Nos casamos en la iglesia de Moreno, solos los dos. Fue una vida difícil para ella, porque sufrió mucho. Yo no estaba bien y me costaba ir por el buen camino", comentó.

Entonces ya en el año 1980, un pedido que desde el corazón salió, hizo un clic en su vida. Y una sensación que lo sacudió en cuerpo y alma, fue un verdadero milagro que apareció con la intención del cambio que con urgencia precisaba.

"Ella me pidió el divorcio y estando en Tribunales le pedí que me diera una última oportunidad para salvar el matrimonio", dijo acordándose de este instante que no dudó en utilizar a su favor.

Entonces más que un ultimátum, fue el pronunciamiento de una última chance de vivir juntos para salvar ese pilar fundamental que consideraba como familia.

"Me di cuenta de que iba a perderlo todo si no le pedía una nueva oportunidad. Me hizo clic verme en la situación de quedarme solo y sin familia", comentó.

Veinticuatro horas fueron suficientes para barrer aquello negativo y salir de esto de la manera más rápida posible. Y así lo hizo. Ella le dio la posibilidad que él sintió que lo salvó.

Presentó la renuncia en la Policía y aunque no se la aceptaron, acudió a su hermano Hugo que también era policía y quien tampoco aceptó. Aun así, él estaba dispuesto al dejar atrás -literal y simbólicamente- esa página de su historia ante la elección de un nuevo rumbo que lo llevaría a conocer el camino del sur del país, puntualmente, Buenos Aires.

"Le dije a mi hermano que había decidido irme para salvar la familia. Y al otro día me fui a dedo con un gallo hervido con papas y 500 pesos -el billete en aquel momento era de los grandes y marrones- y me fui solo para buscar trabajo", indicó. Llegó a Buenos Aires y luego de visitar el estadio de Boca Juniors, fue a Caballito donde encontró su sustento en un lavadero de coches, cerca de parque Centenario. "Trabajé y junté la plata que necesitaba para llevar a mi familia y me volví a dedo. Fui con mi esposa, mi hija de seis meses y después tuvimos dos hijos más. Con ellos allá pude reivindicar mis errores del pasado", dijo.

Ya establecida en Buenos Aires, la familia Arjona vivió enriquecedoras experiencias. "Yo aprendí a querer mi trabajo, a cumplir horarios por mi familia", afirmó este jujeño que dejó el vicio con fuerza de voluntad.

Vivió cuatro años en Fuerte Apache y aunque fue duro por ser un ambiente conocido por la delincuencia y la droga, ellos se dieron su lugar como gente que la luchaba. "En mi historia seguí el camino del trabajo, la nena mayor tenía cinco años, 2 y 1 añito hasta 1986. Después nos fuimos de ahí a la Villa 31, donde vivimos hasta 1988, también fue difícil pero había que pasarla. Yo quería darles la posibilidad a mis hijos de que estén en un barrio tranquilo y sabía que en Buenos Aires era posible", contó este hombre que en la búsqueda por un mejor pasar, logró residir en Tristán Suárez, un barrio tranquilo donde reforzó con más fuerzas el amor por los suyos. "Mi familia estaba en las buenas y en las malas conmigo. Fueron 32 años allí. Trabajé como vendedor ambulante hasta que ella falleció y regresé a Jujuy, como un hombre nuevo", reveló.

El progreso y el regreso

Desde el primer momento que llegó a Buenos Aires, su vida cambió. “Era jodido porque a los provincianos nos decían ‘cabecita negra’, algunos se equivocaban al ser sumisos, porque los pasaban por encima; otros al querer ser iguales a los jefes porque los despedían enseguida, pero la verdad es que hay que ser uno mismo y hacerse respetar desde el trabajo”, aseguró Miguel Arjona acerca de su estadía por la gran ciudad. Con el tiempo, se hizo amigo de Orlando Ordóñez y juntos vendieron pañuelos, cortaúñas, fundas para controles remotos de TV, encendedores, productos de importación china o taiwanesa y bolsas de residuos.

“Me salió la propuesta de trabajar en subterráneos e ingresar como peón de mecánica. Ahí nomás me puse el mameluco. Aprendí a ensuciarme con la grasa en las escaleras mecánicas, me gané la voluntad del primer contramaestre que era el jefe encargado; excepto la transmisión de motores que no pude hacerlo porque me salió trabajar en boletería. Fui bendecido porque llegué a ser jefe de boletería en Constitución pero en el año 1993, se privatizaron los trenes y quedé desempleado”, relató con nostalgia. No obstante, la venta ambulante volvió a ser su fuente de ingresos.

“La calle me dio la posibilidad de conocer y evaluar a la gente; saber con qué intenciones llegaba a mí. La calle me dio mucha sapiencia”, aseguró este trabajador que más adelante en el tiempo encontró en la coordinación de colectivos de larga distancia, una función que hoy sigue cumpliendo. “En el 2000 falleció la madre de mis hijos. Vine solo y comencé a establecerme en Jujuy, mis hijos se hicieron grandes. El cambio no fue tan brusco. Después, en el año 2007, conocí a Lucía Velázquez, con quien me casé”, expresó. Luego llegó la pandemia y siguió trabajando.

“Conseguí el permiso para vender sal y nos dedicamos a venderla en 2020 en villa San Martín, villa Belgrano y en Alto Comedero”, relató sobre este emprendimiento. “Hoy en día tengo una familia. Mi madre con 95 años, mi pensión, gracias a Dios y al esfuerzo. Mis hijos me hicieron abuelo y mis nietos me vienen a visitar, la gente de Buenos Aires también”, dijo un feliz y recuperado “Pigüi”.