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Como, según lo prometido, debía concluir con la explicación del uso de las distintas letras que convergen en un mismo sonido en la lengua oral; pero también, consciente de que dedicarle a este tema todo un artículo resulta aburrido (según me lo comentó, acertadamente, un lector sincero, al que agradezco la observación), explicaré lo relativo a la “v”, llamada “v corta” o “uve”, en los primeros renglones, para referirme luego al tema principal, la etimología.
Uso de la “v”
Se escriben con “v”: a) aquellas palabras en las que las sílabas ad-, sub- y ob-, preceden al sonido bilabial sonoro, o sea a la “v” ("adviento', "subvención', "obvio'); b) las palabras que empiezan por eva-, eve-, evi-y evo-
("evasión', "eventual', "evitar', "evolución'); se exceptúan: "ébano' y sus derivados, "ebionita', "ebonita' y "eborario'; c) las que empiezan por vice-, viz-o vi-, con el significado de “en lugar de” ("vicealmirante', "vizconde', "virrey'); d) los adjetivos terminados en -avo, -ava, -evo, -eva, -eve, -ivo, -iva ("esclavo', "esclava', "longevo', "nueva', "aleve', "decisiva', "activo'); excepción: "suabo' y "mancebo'; e) las acentuadas en la penúltima sílaba terminadas en -viro, -vira ("Elvira', "triunviro', y las esdrújulas terminadas en -ívoro: "insectívoro'); f) verbos acabados en -olver ("disolver', "volver'); g) el presente de indicativo, subjuntivo e imperativo de “ir” ("voy', "ve', "vaya', "vamos'); h) el pretérito perfecto simple de indicativo y el pretérito imperfecto y futuro de subjuntivo de “estar”, “andar”, “tener” y compuestos ("estuvo', "anduve', "retuviste', "mantuviere'). Esta información proviene de la “Ortografía de la lengua española” de la RAE (1999, página 12).
Por otra parte, creo conveniente aclarar el sentido de algunas palabras no muy conocidas, que coloqué arriba como ejemplos: “ebionita”=ciertos herejes de los primeros siglos de la cristiandad que negaban la divinidad de Cristo; “ebonita” = material compuesto de goma elástica, azufre y aceite de linaza, negro, muy duro y de uso industrial, como aislante eléctrico; “eborario” = de marfil; “aleve” = sinónimo de “alevoso”; “suabo” = natural de Suabia, región de Alemania; y “triunviro” = cada uno de tres magistrados romanos que, en ciertas ocasiones, gobernaron la república.
El origen de las palabras
En la Biblia -pero asimismo, y de un modo similar, en las teogonías (es decir, en las historias sobre la generación de los dioses en el paganismo, según el Diccionario de la RAE) en general- encontramos el episodio en el cual Dios otorga al hombre la facultad de “nombrar”, o sea de dar nombres, a los seres y creaciones de la naturaleza. El hombre es el ser racional que comienza a dominarla colocando a cada cosa el nombre que le corresponde. De ahí que “etimología” signifique “el verdadero nombre”, ya que “étmon”, en griego, designa el “sentido verdadero” y logos, “palabra”. Esto implica el primer dominio que el ser humano ejerce, a partir del conocimiento de las cosas, manifestado en el acto de otorgarles un nombre o identificación. A partir de esta acción primigenia, el dominio se irá extendiendo a la comprensión progresiva, por parte del hombre, sobre la naturaleza, lo cual lo conducirá a poder utilizarlas racionalmente para su desarrollo y el bien de la especie. A medida que el conocimiento se vaya profundizando, le será posible aprovecharlas (que no es lo mismo que “aprovecharse de ellas”) para mejorar su vida.
Destaco que el hombre no solamente nombró los seres en los primeros momentos de la vida: de hecho, lo hace casi cotidianamente en distintas oportunidades de la comunicación, ya que -recordemos- el hablante es fundamentalmente creativo en el idioma. Por ejemplo, una manera normal de “nombrar” es colocar seudónimos o apodos a los semejantes. No siempre aquellos son agresivos; muchas veces se basan en una característica personal, destacada del individuo, mediante la cual se lo bautiza, paralelamente a su nombre de pila, para identificarlo de un modo más familiar o de confianza. Hay famosos a los que no se identifica, incluso públicamente, si no es por su apodo: el Cuchi Leguizamón; el Cara i'Mula; el Uluncha Saravia, en alusión al famoso personaje salteño de historieta. Pero también existen los otros que, sin ser ofensivos -porque su portador lo recibe con buen humor- hacen referencia a alguna característica somática del aludido: Balapuca, palabra quechua que designa a la avispa colorada, seudónimo que llevan aquellas personas que portan ese color en la piel o en el pelo. El Opa Batata (eternizado con ese apodo en una zamba) era el bombisto de Marcos Thames. Al respecto, aclaremos que “opa”, según el “Diccionario de regionalismos salteños” de José Vicente Solá (1975), es un vocablo quechua (“upa” = tonto, necio, bobo, sordo, rudo para saber) que, consecuentemente, se usa en el noroeste argentino, en especial, aunque en la actualidad se está extendiendo a otras regiones. Esta palabra ha dado origen a otras de la misma familia: “opería”, acción o dicho propios del opa; mas asimismo, “cosa sin valor”; “oparrón”, superlativo de “opa”.
Sin embargo, Solá dice que “se aplica a la persona que tiene apariencia de "opa', pero que no lo es completamente”. También tenemos en nuestro diccionario de salteñismos el verbo “opear/opiar” que apunta a “hacer o decir cosas o dichos propios de un opa” o bien “ocuparse de menesteres de poca importancia”, como también, “pasar el rato”; “opificado”, que significa “aturdido o atolondrado”. El verbo “opificar”, a su turno, indica la acción de “aturdir” o “atolondrar”. Concluye Solá la relación de palabras provenientes de “opa”, con los adjetivos “opopa” el cual -afirma- significa también “opa”, “lerdo”, “tonto” (aunque asimismo se refiere a un pájaro chico, de copete castaño, denominado “dúrmili-dúrmili”) y “opón”, “menos opa que el oparrón”. A todo esto, sobre esta palabra tan salteña -que no necesariamente es ofensiva: ¿quién no ha dicho alguna vez a alguien, sin ninguna mala intención, “No seas opa! Cómo vas a decir eso!”?-, los profesores Pérez Sáez agregan al verbo “opificar” el sentido de “Causar o experimentar aburrimiento o hartazgo” y “Perder la lucidez y capacidad de reacción”, cuando se utiliza como verbo pronominal: “opificarse”.
Fíjense ustedes, queridos lectores, hasta dónde llegamos al comentar una de las palabras que (sin ser necesariamente ofensiva) más utilizada es por los hablantes de nuestro noroeste argentino.
A tal punto se ha generalizado su uso, que ha decaído (por no decir que se ha perdido totalmente) el sentido peyorativo que la acompañaba. Es el mismo proceso que ha sufrido la palabra “tonto”, que ya no se trata de una dicción ofensiva cuando la pronunciamos en cualquier ocasión.
En realidad, si “opa” ha trascendido a otras regiones que antes no la conocían es porque suena simpática al oído del que la ha aprendido. Nadie se sentiría ofendido por la sola referencia de esta.
Continuaré con las etimologías en el próximo artículo.