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De los movimientos y revoluciones ocurridos en la historia del mundo, dos influyeron especialmente sobre Argentina.
Por una parte la revolución americana de 1776, que diera nacimiento a los Estados Unidos, y por la otra la revolución francesa de 1789.
Dos movimientos absolutamente opuestos en su composición, tanto en las ideas que los impulsaron como en las formas que utilizaron.
Opuestos y contradictorios.
La revolución americana nació de hombres libres a quienes el Gobierno inglés pretendía “esclavizar”.
La revolución francesa fue gestada por los esclavos del absolutismo monárquico. Los revolucionarios americanos querían un Estado eficiente pero pequeño. Los franceses querían democracia pero con un Estado fuerte.
Estas dos revoluciones fueron impulso ideológico y moral de nuestra independencia y de nuestra constitución como Nación. Veamos cómo.
Lo primero a tener en cuenta es que Argentina tuvo dos revoluciones en su etapa de gestación. La primera ocurrió en 1810 y comenzó el camino de la emancipación de España. La segunda ocurrió en 1853 y culminó con el dictado de la Constitución Nacional.
La de 1810 fue una revolución armada, la de 1853 fue intelectual. La de 1810 recibió la influencia de la revolución francesa, la de 1853 de la revolución americana.
Como buena revolución “a la francesa”, la de mayo de 1810 nos liberó de España pero inició una etapa de guerras internas y gobiernos autoritarios. Y como buena revolución “a la americana”, la de 1853 nos hizo “ciudadanos libres”.
De Francia heredamos el concepto de “patria” en su concepción más tirana, es decir, como “poder omnipotente e ilimitado que se impone a los individuos de que se compone”. Así entendida, decía Juan Bautista Alberdi, la Patria es “la negación de la libertad individual”, pues “el hombre individual se debía todo entero a la Patria; le debía su alma, su persona, su voluntad, su fortuna, su vida, su familia, su honor”.
Por el contrario, de América heredamos el concepto de Nación como conjunto de individuos que día a día construyen su patria en absoluta libertad.
Aunque por nuestra cultura “a la francesa” nos cueste aceptarlo, la Nación debe estar siempre por encima de la patria, porque no hay patria sin Nación y porque ante todo está nuestra libertad.
Los gobiernos autoritarios superponen la “patria” a la “Nación”. Su estrategia es gobernar una “Nación esclavizada” dentro de una “patria libre”.
Pero llegaron donde llegaron porque un pueblo les dio el mote de patriarcas y no de meros administradores. Eso son la Venezuela de Chávez, la Cuba de Castro y las dictaduras de Medio Oriente.
¿Qué pensamos los argentinos de nuestros presidentes?, ¿son patriarcas o administradores?.
Durante todo el proceso kirchnerista escuchamos insistentemente que somos una patria. Pocas veces nos dijeron “Nación”.
Cuando la Presidenta se declara “defensora de la patria”, podríamos suponer que, además de nuestra fortuna, pronto requerirá nuestra voluntad, nuestro honor y nuestra alma.
Cuando ese momento llegue, ¿cuál será el espíritu que alimente la lucha de los argentinos para oponerse? Si surge el espíritu revolucionario francés de 1810 se rendirán sumisos ante su “patriarca”.
Pero si aparece el espíritu revolucionario americano, de 1853, sus garras serán filosas y aceradas... y serán nuevamente libres.