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Si el kirchnerismo no se hubiese apresurado en hablar de “narcosocialismo” y de intervención provincial, la liberación de Tognoli no tendría el impacto político que tuvo: algo así como un balde agua fría para la Casa Rosada y una escasa bocanada de aire para el socialismo, fuertemente vapuleado por el escándalo. Es que el juez no descartó que el policía tenga vínculos con el narcotráfico como se denunció, simplemente aseguró que no hay hasta ahora elementos suficientes para probarlo.
De no haberse producido semejante ofensiva del oficialismo nacional, politizando al extremo un hecho de profunda gravedad, el costo político de tener a un exjefe de Policía investigado seguiría atormentando al socialismo pese a la liberación de ayer. El partido de Hermes Binner y Antonio Bonfatti hizo su parte para que el kirchnerismo le apunte, ya que las denuncias contra Tognoli no eran nuevas y la Gobernación nunca tomó cartas en el asunto. El solo hecho de que un funcionario de esa envergadura tenga una mínima sospecha de corrupción, podría haber bastado para efectuar cambios en la fuerza que la doten de mayor credibilidad. Eso nunca ocurrió.
La detención de Tognoli es un caso emblemático en donde el muerto se ríe del degollado. La ausencia de debate nacional sobre la falta de radarización de la Argentina y el crecimiento exponencial del tráfico de drogas, demostraron que el kirchnerismo no tiene a la lucha contra este delito como una prioridad. De hecho, las fronteras parecen coladores, los aportes de campaña electoral continúan sospechados y los narcotraficantes extranjeros cada vez se instalan más en la Argentina.