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Hace una semana tuvimos un accidente con mi marido. En una curva unos cuantos kilómetros antes de llegar a Coronel Moldes caímos en un barranco. En esas encrucijadas de la vida palpamos nuestra fragilidad. Pero también la grandeza del espíritu humano. El hombre hecho a semejanza de un Dios de Misericordia, tiene la potencialidad de acoger en su contradictorio corazón la debilidad de su prójimo y atender a sus carencias. Eso sentí esa noche. Hubo un turista que paró y nos auxilió, los agentes de policía también. Y hubo un médico y el personal sanitario del hospital de Moldes que con responsabilidad, eficiencia y calidez humana se ocuparon de nuestras penurias físicas y humanas. También quiero destacar a las personas que al día siguiente, a pesar de ser feriado, rescataron nuestro auto y lo llevaron a un lugar seguro. Una vez más comprobé que hay más bien que mal sobre la tierra, pero el mal hace más ruido. Quisiera que estas líneas pongan en evidencia toda la bondad que nos rodea y expresen la gratitud a tantas personas que callada y anónimamente, haciendo bien su trabajo y preocupándose por las necesidades de su prójimo humanizan la sociedad. Ellas hacen realidad ese programa de vida que propuso el papa Francisco. Caminan edificando un mundo mejor y confesando con su vida que esto es posible. Silenciosamente están ahogando el mal en abundancia de bien.
Ciudad