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En el día en que recordamos la muerte de don Manuel Belgrano tuvimos dos lugares opuestos para dirigir nuestra mirada: a un costado opaco vimos a nuestra Presidenta, delante del grandioso Monumento a la Bandera, denostando con palabras vulgares nada menos que a la administración de Justicia, desde la Suprema Corte hasta el desconocido juez de Primera Instancia, al que se refería peyorativamente. Y en su alocución explicitaba sin ningún reparo, y generalizando, las intenciones que llevan a nuestros políticos a pretender un cargo público. Nunca el servicio a la patria.
Qué afrenta de la máxima autoridad del país a nuestra bandera y a su creador! Y qué oportunidad desaprovechada de dar nivel al acto!
El otro costado, luminoso, nos ofreció un pequeño, que nos permitió la ilusión de mirar el futuro con esperanza. Fue Wilson, ese niñito de doce años que destinó sus escasos ahorros para adquirir una bandera que reemplazara a la de su escuela, que la advirtió deteriorada.
¿Cuál era el anhelo? Que su hermanita hiciera el juramento ante una “bandera esplendorosa”. Qué ejemplo! qué lección!
Roguemos que Wilson tenga oportunidades para poder desarrollar esa hombría de bien que ya se vislumbra desde su condición de alumno de una escuela sencilla, hijo de familia numerosa, cuya vivienda consta de dos habitaciones. Grande Wilson! Adelante!.
Marcela Quintana, Ciudad