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Pareciera ser que la historia de María Isabel Flores no conmueve a nadie. El martes pasado estaba en las escaleras de la Catedral Basílica, con un bebé en brazos, esperando el Milagro. La mujer había sido expulsada de su propia casa, por su esposo, junto a sus tres hijos.
Ella vivía en una humilde casita del barrio Palmeritas. Eso ocurrió el pasado 26 de junio y allí comenzó el peregrinar de María Isabel con su hija mayor de 14 años, que padece de colostomía, un varón de 11 años y un bebé de solo cinco meses de vida.
Fue por todo lo que vivían sus hijos que la mujer decidió irse de su hogar y acatar la expulsión de su esposo que la golpeaba.
De allí se fue con sus pocas cosas a la casa de su papá, quien vive en villa Los Sauces.
Allí no pudo estar ni 10 días por la personalidad inestable del exmilitar que obligó a la mujer a buscar nuevamente otro lugar para los chicos.
Su hermana le ofreció una pequeña habitación en su casa de avenida Costanera y Carlos Gardel.
Eso fue hasta el martes pasado, cuando María Isabel recibió la orden de desalojar nuevamente esa vivienda.
La sacaron finalmente y el miércoles tenía todas sus pocas cosas en la calle.
Decidió armar junto a su comadre la tapera en la que vive desde hace ya una semana.
Armada con unas pocas chapas, apoyada de un lado sobre el paredón del río Arenales y del otro a unos pocos bloques; por lo que de altura no tiene más de un metro.
No tiene luz n agua, se le acabó ayer la garrafa, ni tampoco cuenta con un baño.
Ella sobrevive con su sonrisa y sin la asistencia de nadie.
Ningún funcionario del Ministerio de Derechos Humanos de la Provincia, ningún juzgado de Familia, nadie de las organizaciones de Derechos Humanos, grupos de militancia política, ni medio de comunicaciones, ni en particular llegó hasta su “vivienda” de avenida Costanera y pasaje Dique Itiyuro, del Villa Los Sauces.