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Laberintos humanos. Como un felino
El gaucho vestía una campera de cuero negro donde las tachas brillaban con el brillo del mediodía del combate. Había retrocedido para encender un cigarrillo y contemplar desafiante al toro, que escupía humo por la nariz, arañaba el suelo y preparaba una nueva embestida. El toro se agazapó como un felino y miró al gaucho con ojos que parecían humanos.
Abrió sus manos alzando uñas de gato, sonrió de lado y al elevarse en un salto hacia el cuerpo de su enemigo, el gaucho clavó la colilla en el suelo como si el cigarrillo fuera un incienso y dio medio paso para atrás, que no era por miedo sino para afirmarse y recibirlo con la sevillana abierta. El toro lo arañó en el rostro sobre la barba.
El toro cayó hacia atrás, nuevamente agazapado, para ver que la sangre del gaucho rodaba enrojeciéndole la barba. Le había abierto una herida en el pómulo. Carla Cruz sintió que su teléfono celular le vibraba en el bolsillo, lo sacó, le alzó la tapa y vio que en la pantalla se configuraba el rostro del Abuelo Virtual.
Con su voz metálica, el Abuelo Virtual le dijo que el barro de sangre de combate mezclada con la tierra es el mejor gualicho para evitar la derrota. Tiempo atrás dos hombres de ideas diferentes se trenzaron en una lucha similar, le dijo el Abuelo Virtual a Carla, y de ese combate se sucedieron todos los que vinieron después.
Aquel combate fue en el inicio de los tiempos, le dijo, y los hombres danzaron con sus cuchillos en la mano para ver quien dominaba al otro, porque en el comienzo del tiempo reinó la discordia.