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Laberintos humanos. Más sabia
Desde lo alto, Carla Cruz vio a la bestia humanizada y al hombre bestializado que habían terminado su combate y comprendió que no era un buen lugar para una muchacha. Anduvo caminando subiendo la cuesta por senderos que zigzagueaban.
Lejos quedaban los combatientes, y más lejos, en su memoria, aquel otro combate entre Pablo, Pedro y Esteban Cruz con la montonera motoquera de los Varela, recuerdo que le llenó los ojos de lágrimas porque se había enamorado de Pablo, el menor de los hermanos. Pensó, ya lejos del peligro, que todo combate es una danza y que eso es lo que le habrá querido decir el Abuelo Virtual.
Desde su teléfono celular, la voz metálica del Abuelo Virtual le había dicho que en el origen fue la discordia, pero que de ese combate nacía la ley y la armonía del universo, y eso debía ser esa danza en que ahora recordaba uno y otro combate en que los contrincantes se terminaban pareciendo.
Y volviéndose hacia su propio futuro, más sabia ya, comenzó a caminar lentamente sabiendo que no dejaría de ver combates en su camino. Así se hundió en un nuevo atardecer que preludiaba otra noche, porque el mismo tiempo no es otra cosa que el combate de los días con sus noches.
Carla Cruz caminaba hacia lo alto ya, buscando un lugar seguro donde recibir las sombras que se agrandaban conforme los brazos del sol entraban en el poncho de los cerros. Y mientras esto hacía, ella ignoraba que sería de Pablo, aquel muchacho con que se había besado en el edificio de hierro y vidrio abandonado en la quebrada de Huichaira.