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Laberintos humanos. La caída | La ficción, opinion

Jueves, 30 de abril de 2015 00:30
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Laberintos humanos. La caída

Lejos estaba Pablo, aquel joven del que se había enamorado, cuando Carla Cruz se quedó dormida bajo el molle escuchando un cuento que le contaba el Abuelo Virtual desde la pantalla de su teléfono celular. Y como le contaba el cuento de la niña que quiso arrancar una naranja de la rama del árbol que se alzaba a media peña, Carla soñó que era esa niña.

Pero no arrancó la naranja para comerla, sino que la fruta le mordió la mano haciéndola sangrar, y de la mancha roja en el suelo se abrió un tajo bajo sus pies. Carla Cruz estaba aferrada a la naranja, que la mordía con sus pequeños pero filosos dientes, y de esa mano quedó colgando cuando debajo suyo el tajo rojo tenía ya varios metros de ancho.

Cuando ya el dolor de su mano fue atroz, la naranja abrió su boca para dejarla caer, y Carla se hundió en una noche que le impedía ver en derredor. Caía en lo oscuro y lloraba por el dolor de su mano herida, hasta que cayó sentada en el suelo. Pero nada podía ver de cuanto la rodeaba.

No veía nada, y en cambio escuchaba pequeñas risas como de ratas y pasos que quebraban ramitas a su andar, y cada tanto el destello de lo que podrían ser ojos que la miraban y que no le prometían más que miedo. Entonces cerró los ojos pero olió algo dulce. Temblaba con temor de volver a ver, cuando una voz la llamó por su nombre.

Carla, le dijo, te van a venir bien estas naranjas, agarrá sin miedo que son dulces y jugosas. Y lo decía con una voz tan clara de abuela buena, que la muchacha abrió los ojos y vio el canasto rebosante de naranjas.

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