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íVladimir Putin lo hizo!
Finlandia, considerada durante décadas un modelo de neutralidad en los enfrentamientos intraeuropeos, hasta el punto que el término "finlandización" quedó consagrado internacionalmente como sinónimo de no alineamiento en alianzas militares, quedó oficialmente incorporada como 31° miembro de la OTAN, una nómina a la que pronto se agregará su vecina Suecia. Esa histórica determinación inaugura una nueva etapa del conflicto iniciado con la guerra de Ucrania. Sus 1.340 kilómetros de frontera con Rusia abren un nuevo desafío crucial para Moscú, que confirma sus presagios sobre el cerco de la alianza atlántica sobre su territorio, peligro utilizado por el Kremlin como argumento para justificar la invasión a Ucrania.
Antony Blinken, secretario de Estado norteamericano, señaló que "estoy tentado de decir que el ingreso de Finlandia es quizás la única cosa que podemos agradecer al presidente Putin". La adhesión de Finlandia duplica la extensión de la frontera terrestre entre Rusia y los aliados de la OTAN. Con esta incorporación, aumentan a seis los países bálticos integrados a la alianza atlántica. Los otros cinco son Noruega, Polonia, Estonia, Latvia (ex Letonia) y Lituania. Estos tres últimos fueron repúblicas soviéticas. La frontera ruso - finlandesa llega a solo 160 kilómetros de San Petersburgo, la antigua capital de los zares y principal centro económico de Rusia. La presencia de Finlandia en la OTAN constituye también un serio obstáculo para la estrategia rusa de expansión en el Ártico. Más allá de esa tradición neutralista, Finlandia hizo un culto de la vieja consigna de "si quieres la paz, prepárate para la guerra". Con apenas 5.550.000 de habitantes, la política de defensa nacional es una prioridad estratégica sostenida por los sucesivos gobiernos durante ya más de cien años, desde su independencia de Rusia en 1917. Su doctrina militar, que se mantiene inalterable desde entonces, está basada en el concepto de la "defensa total". Todas las áreas del gobierno y los distintos sectores de la sociedad están involucrados en la planificación de la defensa.
Janne Kuusela, director general de Política del Ministerio de Defensa, explica que "el resultado final es que puede ponerse a toda la sociedad en modo de crisis si es necesario". Consigna que "nos aseguramos que todos los sectores del país sepan qué hacer: la toma de decisiones políticas, el papel de los bancos, la iglesia, la industria, los medios de comunicación".
Cada área gubernamental tiene asignado un listado de obligaciones y la responsabilidad de planificar sus operaciones en una situación de crisis. Una ley garantiza también que todos los recursos de la sociedad puedan destinarse a las Fuerzas Armadas para asegurar la supervivencia nacional. La normativa de defensa civil establece que los edificios por encima de cierta altura tienen que tener sus propios refugios antiaéreos y el resto de la población puede utilizar túneles subterráneos, pistas de hielo y piscinas preparadas para convertirse en centros de evacuación.
El Ejército finlandés cuenta con 61.000 efectivos permanentes y 176.000 personas movilizadas. El servicio militar es obligatorio desde 1922 y su vigencia no es cuestionada por ningún sector político. Tiene una duración de entre seis y doce meses, según el destino de cada recluta. Casi un tercio de la población adulta, unas 900.000 personas, es reservista.
Estos números implican que Finlandia puede poner rápidamente en pie de guerra al ejército más grande de Europa en relación al tamaño de su población. Rusia, por ejemplo, con 140 millones de habitantes, tiene 900.000 soldados en actividad y dos millones de reservistas. Las encuestas revelan que más del 70% de los finlandeses están dispuestos a combatir por su país, lo que representa el porcentaje más alto del Viejo Continente.
Esta particularidad reconoce hondas raíces históricas. Hasta 1917 el ducado de Finlandia integró el imperio zarista. Su independencia nació con la revolución bolchevique, cuando Helsinki se rehusó a formar parte de la Unión Soviética. Desde entonces su vida transcurrió siempre a la espera de un zarpazo de Moscú. En 1940, apenas estallada la segunda guerra mundial, todavía protegido por el efímero pacto Stalin-Hitler, el Ejército Rojo invadió el país pero encontró una inesperada resistencia que lo obligó a retroceder y negociar.
Para frenar el expansionismo soviético y a pesar de no tener ningún vínculo ideológico ni político con el nazismo, Finlandia combatió en esa contienda al lado de Alemania y quedó en el bando de los derrotados. Como consecuencia, debió ceder a la URSS la soberanía sobre Viipuri, la segunda ciudad más poblada del país, cuyos habitantes abandonaron masivamente sus hogares para trasladarse a zonas que permanecieron dentro de las fronteras finlandesas. El Tratado de Amistad con la Unión Soviética, suscripto en 1948, estableció que el país no integraría ninguna de las dos alianzas militares de la guerra fría, ni el Pacto de Varsovia ni la OTAN.
Pero esta singularidad empezó a resquebrajarse a partir de la disolución de la Unión Soviética. Finlandia solicitó entonces su incorporación a la Unión Europa, materializada en 1995; a partir de 1999 integró la zona del euro. En el terreno militar, firmó sucesivos acuerdos de cooperación con varios países de Europa Occidental pero a fin de no irritar a Moscú, eludió solicitar el ingreso a la OTAN. El punto de inflexión fue la invasión a Ucrania, que determinó un viraje de la opinión pública. Las encuestas indicaron que el 68% de los finlandeses estaba a favor de integrar el país a la alianza occidental y solo el 12% se oponía a esa decisión, aprobada por una abrumadora mayoría del Parlamento.
La política finlandesa está tradicionalmente signada por un escenario de fragmentación en que ningún partido alcanza más del 25% de los votos. Todos los gobiernos están constituidos por coaliciones multicolores. La guerra de Ucrania hizo que en las recientes elecciones parlamentarias los conservadores, liderados por Petteri Orpo, y el partido ultranacionalista de los Verdaderos Finlandeses, fuertemente hostil a la inmigración de origen islámico, mejoraron su performance y tendrán mayor influencia en el próximo elenco gubernamental.
La necesidad imperiosa de negociaciones políticas para formar gobierno convirtió a los finlandeses en expertos en acuerdos multipartidarios. El gobierno saliente, encabezado por la primera ministra socialdemócrata Sanna Martín, estaba integrado por cinco partidos que tenían como común denominador ser presididos por otras tantas mujeres.
No se trata de una mera casualidad: Finlandia fue siempre una avanzada en la participación política de la mujer. Fue el primer país del mundo en establecer el voto femenino, instaurado en 1906, cuando el territorio todavía integraba el imperio zarista. En 1907, y por primera vez en la historia mundial, ingresaron al Parlamento 19 mujeres. Esa particularidad revela también las características propias de una cultura incompatible con el tradicionalismo ruso.
Con una economía próspera, un ingreso por habitante de 70.000 dólares anuales y un sistema educativo considerado entre los mejores del mundo, Finlandia ocupa el undécimo lugar en el Índice de Desarrollo Humano elaborado por las Naciones Unidas. Así puede entenderse también que en el ranking global publicado por la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible de la ONU, los finlandeses hayan sido galardonados por sexto año consecutivo con el título del pueblo más feliz del mundo. Este sentimiento explica su firme decisión de "desfinlandizarse" para defender esa identidad cultural y enfrentar la amenaza rusa.
* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico