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?Si me quedaba en Salta, hoy no tendría nada?

Sabado, 29 de octubre de 2011 20:58

“Siempre soñé con el día en el que iba a poder contar mi historia. Espero que sea de ayuda para otras mujeres”, dijo sobre el final de su relato, duro, pero conmovedor y lleno de coraje. Marta Clara Cardozo, de 67 años, atendió la puerta sin sacar la cadenita. “Es por seguridad”, dijo y pidió la identificación de este cronista. “Está vencido su carnet”, detalló desconfiada por la ranura, pero finalmente accedió a ser entrevistada.

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“Siempre soñé con el día en el que iba a poder contar mi historia. Espero que sea de ayuda para otras mujeres”, dijo sobre el final de su relato, duro, pero conmovedor y lleno de coraje. Marta Clara Cardozo, de 67 años, atendió la puerta sin sacar la cadenita. “Es por seguridad”, dijo y pidió la identificación de este cronista. “Está vencido su carnet”, detalló desconfiada por la ranura, pero finalmente accedió a ser entrevistada.

Nacida y criada en el campo, desde los ocho años trabajó con el tabaco. Su madre la abandonó cuando tenía un año. La dejó con su abuela, pero ella no la pudo criar y terminó con su tía abuela. Después supo que su madre tuvo tres hijos más en Aguaray y siete con un hombre de Salta. “Cuando yo más la necesitaba, cuando quería abrazar a una madre, ella no estuvo”. La vio por última vez cuando tuvo 12 años, en una visita fugaz.

Ese día le presentaron a su hermano, con el que se reencontró hace tan solo meses, después de más de 50 años. “El no sabía que tenía una hermana. Era una deuda pendiente de toda una vida”. Lo encontró en Aguaray, durante la semana de vacaciones que tuvo este verano.

“Estoy orgullosa de ser salteña. Buenos Aires no es linda para vivir”, dice. Llegó a la Capital hace 20 años, cuando su hijo más chico tenía tan solo nueve. Se fue con un bolso y el número de teléfono de una amiga. Fue a parar a un hotel de Flores, pero a los tres días se le terminó la plata. Llamó a su amiga, que casualmente estaba en la misma manzana y la recibió en su casa durante un mes. Después se mudó a una casilla que hace muchos años había abandonado una mujer a la que la corrieron sus vecinos por vender drogas, en la villa 19, donde vive hasta el día de hoy.

La dueña le reclamaba el alquiler cada vez con más frecuencia y varias veces por mes. Un día consiguió que la propietaria pusiera un precio por la casilla y finalmente compró el terreno por $700, con oficiales de la Policía como testigos. Marta hizo una casa de material, de las más lindas del barrio INTA. “Hay que mirar para todos lados, ser pícara para moverse. A mí me robaron cuatro veces, pero la primera vez me sacaron todo el sueldo, justo después de cobrar. Si venís a joder mejor quedate en Salta”, aconseja.

“Hice bien en venirme. Allá eran $10 por día y acá $15 la hora. Así dan ganas de ir a trabajar. Me vine a buscar algo mejor para mi hijo, no para mí. Luchando conseguí. Ahora estamos en casitas y todos tranquilos, él ya tiene su familia. Si yo me quedaba en Salta no conseguía nada. Cuesta juntar allá, todo es más caro. Acá con $1,75 te das la vuelta a Buenos Aires”, explica.

Terminó un curso de computación recientemente. Se jubiló, pero trabaja de empleada doméstica en una casa de familia en Recoleta. Los viernes por la noche ayuda hasta tarde en un bar que puso su hija en la villa. “Extraño todo de Salta. Quiero volver. A esta edad es preferible morir en mi tierra, al menos alguien me va a ir a visitar al cementerio. Acá no, te entierran en el Bajo Flores y adiós, nadie te va a ver, te perdés totalmente”, dice.

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