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Las razones de un exilio de 20 años

Sabado, 29 de octubre de 2011 21:00

“Conozco todo sobre el tabaco, desde el almácigo hasta la cosecha”, dice Marta Clara Cardozo. Los tíos que la criaban no la dejaron terminar la secundaria y por eso abandonó a los 11 años. “Mi mamá de crianza era mala, a puro azote fui aprendiendo”, cuenta. Se juntó con el padre de sus hijos a los 27 años, y recién entonces pudo volver a estudiar. Cursó durante tres años manualidades. Todos los días después de las cinco de la tarde viajaba hasta el pueblo, con cruce de río incluido, para cumplir el sueño frustrado de chica. Le faltó un año para especializarse. “Me puse orgullosa”, recuerda.

Su ex marido falleció después de darle cinco hijos, aunque ella lo abandonó antes, cuando le levantó la mano por primera vez. “Para vivir así era mejor vivir sola”, asegura. Se fue. Dice que en ese instante miró a lo lejos los cerritos de atrás de La Merced y decidió mudarse a ese lugar. “Ganaba poco, como 10 pesos al día. El trabajo estaba mal y no alcanzaba. Trabajaba de empleada doméstica y alquilaba una pieza”, cuenta. Para ese entonces, una de sus hijas vivía con su pareja y la más grande ya estaba en Capital.

“Era jodido el pueblo para estar con tres chicos, pero con toda la escasez que había me puse a estudiar”. Marta retomó la secundaria y la terminó en tres años. Tenía 42 años. “Nunca se pasan las ganas de aprender. Mis amigas querían que vaya a la facultad a estudiar comunicación social. Pero yo ya había decidido venir a Buenos Aires. Si yo iba a la facultad ya era mucha plata, no me alcanzaba”, dice.

El primer año en los márgenes de la gran ciudad, su hijo hizo amistad con unos chicos del barrio que tenían permiso de sus padres para estar en la calle. Después de un día de trabajo, Marta no lo encontró en su casa. Salió por el barrio a buscarlo con una varilla que cortó de un árbol y cuando dio con él le asentó un chicote despacito y de sorpresa. “Hijito yo voy a trabajar para mantenerte a vos, para vestirte, para que puedas estudiar. Yo hago de papá y mamá a la vez, para que no te falte nada”, lo retó. Cuando su hijo cumplió 16 años le dijo: “Mamá ya podés ir a trabajar tranquila. Ya entendí todo lo que hacés por mí”.
 

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“Conozco todo sobre el tabaco, desde el almácigo hasta la cosecha”, dice Marta Clara Cardozo. Los tíos que la criaban no la dejaron terminar la secundaria y por eso abandonó a los 11 años. “Mi mamá de crianza era mala, a puro azote fui aprendiendo”, cuenta. Se juntó con el padre de sus hijos a los 27 años, y recién entonces pudo volver a estudiar. Cursó durante tres años manualidades. Todos los días después de las cinco de la tarde viajaba hasta el pueblo, con cruce de río incluido, para cumplir el sueño frustrado de chica. Le faltó un año para especializarse. “Me puse orgullosa”, recuerda.

Su ex marido falleció después de darle cinco hijos, aunque ella lo abandonó antes, cuando le levantó la mano por primera vez. “Para vivir así era mejor vivir sola”, asegura. Se fue. Dice que en ese instante miró a lo lejos los cerritos de atrás de La Merced y decidió mudarse a ese lugar. “Ganaba poco, como 10 pesos al día. El trabajo estaba mal y no alcanzaba. Trabajaba de empleada doméstica y alquilaba una pieza”, cuenta. Para ese entonces, una de sus hijas vivía con su pareja y la más grande ya estaba en Capital.

“Era jodido el pueblo para estar con tres chicos, pero con toda la escasez que había me puse a estudiar”. Marta retomó la secundaria y la terminó en tres años. Tenía 42 años. “Nunca se pasan las ganas de aprender. Mis amigas querían que vaya a la facultad a estudiar comunicación social. Pero yo ya había decidido venir a Buenos Aires. Si yo iba a la facultad ya era mucha plata, no me alcanzaba”, dice.

El primer año en los márgenes de la gran ciudad, su hijo hizo amistad con unos chicos del barrio que tenían permiso de sus padres para estar en la calle. Después de un día de trabajo, Marta no lo encontró en su casa. Salió por el barrio a buscarlo con una varilla que cortó de un árbol y cuando dio con él le asentó un chicote despacito y de sorpresa. “Hijito yo voy a trabajar para mantenerte a vos, para vestirte, para que puedas estudiar. Yo hago de papá y mamá a la vez, para que no te falte nada”, lo retó. Cuando su hijo cumplió 16 años le dijo: “Mamá ya podés ir a trabajar tranquila. Ya entendí todo lo que hacés por mí”.
 

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