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Educación sexual

Jueves, 29 de diciembre de 2011 22:11

La ley Nº 26.150 de 2006 sobre educación sexual integral en las escuelas todavía tiene dificultades para su implementación en Salta. No parece conveniente redundar sobre la importancia de su cumplimiento. Todos los especialistas sobre el tema coinciden en que la educación sexual es una herramienta fundamental, no solo para que los jóvenes cuenten con conocimiento e información necesarios para un ejercicio responsable de su sexualidad, sino para que, al correr el velo de silencio, estén en condiciones de tratar y hacer respetar su cuerpo de modo integral, como seres sexuados. Propongo en cambio, prestar atención a ciertos argumentos esgrimidos para cuestionar, demorar o “aggiornar” su aplicación.

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La ley Nº 26.150 de 2006 sobre educación sexual integral en las escuelas todavía tiene dificultades para su implementación en Salta. No parece conveniente redundar sobre la importancia de su cumplimiento. Todos los especialistas sobre el tema coinciden en que la educación sexual es una herramienta fundamental, no solo para que los jóvenes cuenten con conocimiento e información necesarios para un ejercicio responsable de su sexualidad, sino para que, al correr el velo de silencio, estén en condiciones de tratar y hacer respetar su cuerpo de modo integral, como seres sexuados. Propongo en cambio, prestar atención a ciertos argumentos esgrimidos para cuestionar, demorar o “aggiornar” su aplicación.

Uno de ellos afirma que la enseñanza de la educación sexual en las escuelas favorecerá la iniciación temprana de relaciones sexuales. En la realidad, los jóvenes se inician tempranamente sin pedir autorización ni a los padres ni a las iglesias. La primera encuesta de salud escolar realizada en Argentina en 2007, antes de la implementación de esa ley, destaca que el 57% de los jóvenes se inició a los 16 años y el 23% antes de los 14. Por lo tanto, ese argumento carece de evidencias, de la misma manera que aquel que sostiene que la sexualidad pertenece al ámbito de la intimidad, por tanto su tratamiento y trasmisión es responsabilidad exclusiva de los padres. Este argumento tiene muchas debilidades. Si bien en las sociedades modernas se avanzó hacia un tratamiento más libre del ejercicio de la sexualidad, hablar y reflexionar sobre los humanos como seres sexuados, y particularmente de las relaciones sexuales, no es una práctica que se haya generalizado en nuestra sociedad. Por el contrario, en muchos casos su abordaje en el hogar continúa siendo un tema tabú, del que no se sabe cómo hablar ni qué decir. Esto lo hemos visto en cursos de capacitación dictados en la UNSa, en los que los/as docentes planteaban las dificultades que tienen en la práctica para trabajar con estos temas como consecuencia de una formación que estuvo y aún está ligada a cánones fuertemente represivos sobre la sexualidad, particularmente de las mujeres. La familia continúa cumpliendo un papel importante en la reproducción de la dominación y la visión masculina del mundo y, por ende, de la sexualidad. Esta cultura se sostiene todavía en el miedo, en el temor a la autoridad del padre o su representante, y en su complemento, la culpa. Las “voces autorizadas” no dialogan, imponen, a través de la socialización que con frecuencia llevamos adelante las mujeres, un modelo de mujer que la caracteriza como frágil, pasiva, emocional, débil, frente a un hombre visto como fuerte, activo, intelectual, racional.

Aunque este modelo parezca antiguo en un mundo en el cual muchas mujeres alcanzaron lugares de poder importantes, como la presidencia de varias naciones, aún tiene mucha fuerza, más aún en sociedades como la salteña. La violencia doméstica, sufrida en un 90% por mujeres, es un ejemplo de la persistencia de la dominación masculina. También se sabe que aproximadamente el 80% de las violaciones se producen en la “intimidad” del hogar. No parece entonces que éste sea el único ámbito en el que el tema deba tratarse. Un tercer argumento, utilizado en este caso por autoridades provinciales para no utilizar el material elaborado por el Ministerio de Educación nacional, alude a la idiosincrasia local. Si la especificidad de la “salteñidad” tiene que ver con el peso que en nuestro territorio tienen comunidades originarias y poblaciones rurales que no están reflejadas en aquel material, solo es cuestión de hacer una cartilla complementaria. Pero la especificidad local aludida, tiene en realidad que ver con ese modelo de familia patriarcal y su particular peso por estas latitudes.

Entiendo entonces que, para avanzar a futuro hacia condiciones de vida más seguras, saludables y dignas para las nuevas generaciones, es necesario reemplazar la cultura de la culpa, que una época pobló confesionarios y hoy divanes de psicoanalistas, por la de la responsabilidad. Es el Estado, en este caso provincial, el responsable de avanzar seriamente y solo puede hacerlo a través de la educación para asegurar un abordaje laico, no discriminatorio, más igualitario y democrático. Sería un retroceso que se opte por una “educación sexual desde un punto de vista católico”. La Iglesia es otra institución que aún se mantiene profundamente patriarcal y masculina, en la que las mujeres no solo no pueden llegar a lugares de poder como obispado o papado sino que también les está vedado el ejercicio del sacerdocio.

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