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El triunfo histórico de Cristina, o la realidad como estrategia

Jueves, 29 de diciembre de 2011 23:40

Los fenómenos naturales no necesitan una estrategia para acontecer, solo necesitan las condiciones ciertas. Esto es lo que busca toda estrategia: producir las condiciones necesarias para la victoria.

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Los fenómenos naturales no necesitan una estrategia para acontecer, solo necesitan las condiciones ciertas. Esto es lo que busca toda estrategia: producir las condiciones necesarias para la victoria.

Pero Cristina de Kirchner no necesitó, para obtener un triunfo histórico, emplear estrategia alguna. Su victoria fue un proceso natural, inevitable. Fue el resultado rotundo de una gestión que transformó profundamente la vida de los sectores de menores recursos en combinación con una oposición que solo pudo mostrar durante todo el proceso electoral una inmensa capacidad para discrepar y fragmentarse en función de ambiciones personales.

Mientras Cristina gobernaba para la mayoría, los referentes de la oposición se descalificaban unos a otros, no tenían propuestas sino anuncios de construcciones electorales que al poco tiempo se convertían en reñideros.

Una oposición, por definición puede realizar tres cosas: fiscalizar la acción del oficialismo, proponer alternativas viables y significativas y construir un consenso entre sus miembros.

No hizo ninguna de las tres.

Las condiciones estaban dadas para que todo ocurra del modo que ocurrió.

En rigor, la presidenta Cristina de Kirchner aplicó Peronismo en su expresión más pura; esto es, justicia social por vía de mejorar la distribución de la riqueza, reintegración de grandes sectores marginales por vía del empleo y la educación y una política económica que entiende que es el trabajo y no el capital el que genera riqueza.

Y esto es Peronismo básico. Cristina Fernández de Kirchner es una Presidenta peronista.

A esto, los dirigentes de la oposición le llamaron “clientelismo”; con esa elección de términos denotaron cuál es su percepción de la gente: no son ciudadanos, son clientes; clientes bobos que en este caso fueron captados por la competencia. De ahí, entonces, el uso despectivo del término. Pero esta descalificación implícita de los sectores beneficiados necesariamente tuvo el efecto contrario: no se insulta a un electorado que se quiere captar. Menos aun si el insulto tiene por fundamento el hecho de que fueron beneficiados por el contrincante.

Pero el Soberano no se equivoca. No se equivoca ni traiciona; es leal con quien supo ayudarlo.

Así, la combinación de estos tres factores: una mejora efectiva en la calidad de vida de amplios sectores de la sociedad, por un lado, y una lucha de ambiciones personales sin propuestas y descalificación del electorado por el otro; constituyeron las condiciones necesarias para el arrasador triunfo de Cristina.

No hubo ni fue necesaria una estrategia del oficialismo. Se impuso la realidad como única verdad: la opción entre un Gobierno eficiente y una oposición desacreditada no era, en rigor, una opción. No lo era, al menos para el sector mayoritario de la sociedad.

En rigor, la pregunta por la estrategia debe ser orientada, no al reciente proceso electoral sino al futuro. Y antes que a la estrategia, al objetivo. La generación del '80 construyó las condiciones que determinaron la Argentina durante la primera mitad del siglo XX, las transformaciones producidas por el primer peronismo determinó la segunda mitad de ese siglo. El kirchnerismo, y en esto hay que incluir necesariamente al fallecido presidente Néstor Kirchner, tiene vocación transformadora. Quiere diseñar las condiciones que determinen la Argentina durante buena parte del siglo XXI y, en el mismo proceso, inscribir en la historia a la dupla Néstor/Cristina con la misma fuerza con la que están inscriptas las otras grandes figuras de nuestra historia. Esto último resulta también una aspiración legítima. Ni el cielo ni la historia pueden ser tomados por asalto. Así, la era K solo será percibida por la historia como una era de transformaciones positivas si estas verdaderamente existen.

Para esto la presidenta Cristina de Kirchner sabe que tiene que reformar la relación entre los distintos sectores. El capital, tanto en su expresión industrial como agraria, el trabajo, los medios, el sistema financiero, la Iglesia, etc. aún se rigen por un sistema de relaciones heredado de la época neoliberal menemista. Se trata de un Leviatán hegemonizado por el mercado en el cual el Estado juega un rol secundario con el consecuente deterioro de la capacidad de la política para determinar el modo de ser de nuestra sociedad.

La presidenta Cristina quiere devolverle a la política el control del Estado y al Estado el control de la sociedad. Se trata de la continuidad absoluta de aquel Néstor que, como primera obra de Gobierno, reconstruye la autoridad presidencial. Entonces algunos lo llamaron autoritario, pero hoy es imposible negar que rescató del ridículo la investidura presidencial. Hoy Cristina, a la que también llaman autoritaria, quiere rescatar al país de la parálisis a la que lo somete la lucha de las corporaciones. Si lo logra, el 10 de diciembre del 2015, habrá construido las condiciones que determinarán la Argentina del siglo XXI y seguramente se inscribirá en la historia como una figura transformadora.

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