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Sabado, 28 de mayo de 2011 22:29

El general Moisés Vidal, de 36 años, entró a la casa y asentó el diario, su pistola Smith & Wesson con cacha de concheperla y su paquete de cigarrillos sobre un aparador de roble con mesada de mármol rosado. Caminó despacio, pensativo, y se fue al jardín de la lujosa vivienda.

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El general Moisés Vidal, de 36 años, entró a la casa y asentó el diario, su pistola Smith & Wesson con cacha de concheperla y su paquete de cigarrillos sobre un aparador de roble con mesada de mármol rosado. Caminó despacio, pensativo, y se fue al jardín de la lujosa vivienda.

María Teresa salió del dormitorio y aprovechó que su marido estaba entretenido para abrir el diario. Hacía más de un año que no podía hacerlo, por estricta prohibición de su esposo. “Una mujer decente no tiene por qué leer los crímenes aberrantes que se publican”, le había dicho el general. Ella, una joven de solo 18 años, refunfuñó pero obedeció la orden.

Hojeó rápidamente el matutino y fue allí que vio, a ocho columnas, en la segunda sección, un titular que la hizo temblar: “Acusan de bigamia al esposo de Miss México, María Teresa Landa”.

El bígamo era su marido y ella, la bella reina. El periódico se le cayó de las manos, levantó la pistola y se la llevó a la sien. En ese momento, entró a la sala Moisés Vidal. “¿Qué vas a hacer, amor mío?”, imploró el hombre. Fue allí que las manos temblorosas de María decidieron cambiar el objetivo y apuntó a su marido, que la miraba impávido, y no cesó de apretar el gatillo hasta que se acabaron las balas.... Fue el fin de una historia de amor que había comenzado un año antes.

Miradas en un velorio

María Teresa Landa era una morocha alta y esbelta, con potentes caderas y piernas esculpidas, aunque algo regordetas. De piel y ojos oscuros, algo ojerosa y con el cabello renegrido, caminaba segura cimbrándose por la pasarela del lujoso hotel en que se realizaba el concurso de Miss México, organizado por el diario Excélsior.

La joven deslumbró al jurado, que sin pensarlo demasiado la eligió como la mujer más bella del país azteca. Corría 1928.

El 3 de mayo de ese mismo año, María Teresa concurrió a un velorio. Allí estaba el gallardo militar de mirada penetrante y mostachos renegridos, enfundado en su vistoso uniforme de gala. El apuesto oficial se acercó a la mujer más bella, le sonrió y la conexión entre ambos fue instantánea. La joven se dio cuenta de que era el amor de su vida. El tenía 17 años más que ella y un carácter difícil, pero ¿qué hombre no es complicado para quien lo ama?, pensó. Autoritario y rígido, sin embargo no estaba desprovisto de simpatía, o así se lo hizo creer a María Teresa.

El tórrido romance comenzó casi de inmediato. Ella intentaba amoldarse a su carácter, y él, para corresponderle, se quedaba hasta las tres de la madrugada al pie de la ventana de su novia. “Juro que aquí me quedo para demostrarte mi adoración”, le decía, mientras le recitaba unos ardientes poemas de enamorado, aunque de factura literaria mediocre.

Cambió una carrera por amor

La carrera de la Miss México 1928 recién comenzaba. Las invitaciones para participar en diferentes concursos de belleza internacionales se sucedían, pero ella trataba de equilibrar la glamorosa vida que se le abría y la carrera de odontología que en esos momentos había comenzado.

No obstante, decidió participar del Concurso Internacional de Belleza organizado en Galveston, Estados Unidos. Antes de partir al país del norte, el general Vidal le hizo prometer que a su regreso se casaría con él.

El concurso lo ganó una “gringa” que no le llegaba a los tobillos en cuanto a presencia y belleza, pero, como dijeron en la prensa de la época: “Canchas vemos y árbitros no sabemos”.

A pesar de ser derrotada, la esbelta y exótica morocha se metió en el bolsillo al público norteamericano y también a varios productores cinematográficos, que le hicieron tentadoras ofertas para actuar en Hollywood. Sin embargo, ella había hecho una promesa antes de salir de su tierra y decidió cumplirla. Al fin y al cabo, era la hija de una familia respetable y su futuro estaba mejor asegurado casándose con un militar prestigioso que involucrándose en el extravagante mundo de candilejas, algo no muy bien visto por aquellos tiempos.

Al regresar a la Ciudad de México la esperaba Moisés Vidal, quien la llevó directo al juzgado, junto a un par de testigos que, después se sabría, que eran falsos. Y se casó con la joven, sin que sus padres se enteraran del acontecimiento.

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