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El fusilamiento del general Juan José Valle

Sabado, 11 de junio de 2011 19:28

Hoy se cumple el 55§ aniversario del fusilamiento del general Juan José Valle. El 9 de junio de 1956 había encabezado una sublevación cívico -militar contra la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu e Isaac Rojas. El levantamiento fue rápidamente sofocado y tres días después Valle fue fusilado en la Penitenciaría Nacional de Buenos Aires. Estaba casado con Dora Cristina Prieto y tenía una hija de 18 años, Susana Cristina. Era ingeniero militar desde los 22 años y, por su capacidad e inteligencia, cursó su carrera en los destinos más prestigiosos del país y el extranjero. Hasta el golpe de 1955 fue director general de Ingenieros y nunca había participado en política.

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Hoy se cumple el 55§ aniversario del fusilamiento del general Juan José Valle. El 9 de junio de 1956 había encabezado una sublevación cívico -militar contra la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu e Isaac Rojas. El levantamiento fue rápidamente sofocado y tres días después Valle fue fusilado en la Penitenciaría Nacional de Buenos Aires. Estaba casado con Dora Cristina Prieto y tenía una hija de 18 años, Susana Cristina. Era ingeniero militar desde los 22 años y, por su capacidad e inteligencia, cursó su carrera en los destinos más prestigiosos del país y el extranjero. Hasta el golpe de 1955 fue director general de Ingenieros y nunca había participado en política.

Antecedentes

El golpe militar contra el gobierno de Perón comenzó el 16 de septiembre de 1955 y, dos días después, el ministro de Guerra, general Franklin Lucero, pidió a leales y rebeldes que parlamentaran. Perón envió una carta al Ejército ofreciendo su renuncia. Lo hizo ante la amenaza de la Marina de Guerra de bombardear la destilería de YPF en La Plata (ya había destruido la de Mar del Plata). La carta de Perón dio lugar a que se constituyera una junta militar integrada por siete generales, entre ellos el general Valle. La junta inició las negociaciones y el 21 de septiembre el general Eduardo Lonardi, desde Córdoba, se proclamó presidente, solicitando, a su vez, reconocimiento internacional y de las fuerzas hermanas. El 23 Lonardi asumió la presidencia y pronunció aquella célebre frase que le costó la jefatura del movimiento revolucionario: “Ni vencedores ni vencidos”. El 13 de noviembre el sector más reaccionario y liberal del Ejército lo reemplazó. Asumió el general Pedro Eugenio Aramburu, militar que había llegado al generalato gracias a gestiones de un compañero de armas y de vacaciones: el general Juan José Valle. Pronto, Aramburu devolvió favores: dio de baja a su camarada y amigo.

Contrarrevolución

La noche del 9 de junio de 1956 se produjo el movimiento que tuvo ramificaciones en varias provincias, entre ellas Salta. Esa noche murieron Blas Closs, Rafael Fernández, Bernardino Rodríguez, Carlos Yrigoyen y Rolando Zanera. Sólo Yrigoyen y Zanera eran rebeldes.

Ante la asonada, el gobierno militar reaccionó aplicando un castigo ejemplar: fusilar a los sublevados. Y así, entre el 9 y el 12 de junio de 1956, veintisiete civiles y militares fueron pasados por las armas. Algunos, como los de José León Suárez, se concretaron antes que la ley marcial estuviese en vigencia. Cuando Valle se enteró de las ejecuciones, decidió entregarse a las autoridades, pues estaba refugiado en la casa de su amigo Andrés Gabrielli. Ante su decisión, Gabrielli entrevistó al capitán Francisco Manrique y obtuvo la promesa de que se respetaría su vida.

El 12 de junio Manrique buscó a Valle en la casa de Gabrielli y lo llevó al Regimiento de Palermo. Allí fue interrogado y condenado a muerte. Cuentan que Manrique le pidió a Aramburu que le conmutara la pena, pero éste adujo que después de haber fusilado a suboficiales y civiles no se podía dejar de aplicar la misma pena al cabecilla.

A las 8 de la noche la familia fue informada que dos horas después Valle sería fusilado. Su hija Susana corrió a ver a monseñor Tato, que había sido expulsado por Perón en 1955. Este, por intermedio del nuncio apostólico, logró que el papa Pío XII telegrafiara un pedido de clemencia a Aramburu, quien no cambió de opinión.

A las 10 de la noche del 12 de junio de 1956, y luego de despedirse de su esposa e hija, el general Juan José Valle fue fusilado.

Carta a Aramburu

“Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado. Debo a mi Patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y de militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido.

Para liquidar opositores les pareció digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó astucia o perversidad para adivinar la treta.

Así se explica que nos esperaran en los cuarteles, apuntándonos con las ametralladoras, que avanzaran los tanques de ustedes aun antes de estallar el movimiento, que capitanearan tropas de represión algunos oficiales comprometidos en nuestra revolución. Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios, y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí esta inconcebible y monstruosa ola de asesinatos”.

“Mi suerte y la de ustedes...”

“Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas, verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan.

Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados. Porque ningún derecho, ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones.

Conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral. Nuestro levantamiento es una expresión más de la indignación incontenible de la inmensa mayoría del pueblo argentino esclavizado. Dirán de nuestro movimiento que era totalitario o comunista y que programábamos matanzas en masa. Mienten. Nuestra proclama radial comenzó por exigir respeto a las instituciones, templos y personas. En las guarniciones tomadas no sacrificamos un solo hombre. Y hubiéramos procedido con todo rigor contra quien atentara contra la vida de Rojas, de Bengoa o de quien fuera. Porque no tenemos alma de verdugos. Sólo buscábamos la justicia y la libertad de los argentinos, amordazados, sin prensa, sin partido político, sin garantías constitucionales, sin derecho obrero, sin nada. No defendemos la causa de ningún hombre ni de ningún partido.

Los beneficiados

Es asombroso que ustedes, los más beneficiados por el régimen depuesto, y sus más fervorosos aduladores, hagan gala ahora de una crueldad como no hay memoria. Nosotros defendemos al pueblo, al que ustedes le están imponiendo el libertinaje de una minoría oligárquica, en pugna con la verdadera libertad de la mayoría, y un liberalismo rancio y laico en contra de las tradiciones de nuestro país. Todo el mundo sabe que la crueldad en los castigos la dicta el odio, solo el odio de clases o el miedo. Como tienen ustedes los días contados, para librarse del propio terror, siembran terror. Pero inútilmente. Por este método solo han logrado hacerse aborrecer aquí y en el extranjero. Pero no taparán con mentiras la dramática realidad argentina por más que tengan toda la prensa del país alineada al servicio de ustedes.

Como cristiano me presento ante Dios, que murió ajusticiado, perdonando a mis asesinos, y como argentino, derramo mi sangre por la causa del pueblo humilde, por la justicia y la libertad de todos, y no sólo de minorías privilegiadas. Espero que el pueblo conozca un día esta carta y la proclama revolucionaria en las que quedan nuestros ideales en forma intergiversable. Así nadie podrá ser embaucado por el cúmulo de mentiras contradictorias y ridículas con que el gobierno trata de cohonestar esta ola de matanzas y lavarse las manos sucias en sangre. Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos. Viva la Patria.”

Juan José Valle. Buenos Aires, 12 de junio de 1956.

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