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El eje Pekín - Moscú y el regreso de Asia

Viernes, 17 de junio de 2011 20:37

China está en el vértice de los acontecimientos mundiales. Con su visita a Moscú, el presidente Hu Jintao avanzó con su colega ruso, Dmitri Medvedev, en la recreación de un eje cuya existencia signó la política mundial durante la primera fase de la Guerra Fría, entre 1945 y 1960, hasta que fue destruido por la polémica intracomunista que enfrentó a Moscú con Pekín.
Los dos mandatarios resolvieron profundizar el camino de entendimiento bilateral que habían iniciado sus respectivos antecesores, Jiang Zemin y Vladimir Putin, con la firma del Tratado de Buena Vecindad y Cooperación Amistosa entre China y Rusia, suscripto en 1991.
Ambos socios del BRICS, ese ascendente club de países cuya membresía comparten con India, Brasil y Sudáfrica, acordaron ahora triplicar el volumen de su intercambio comercial durante la presente década. Pero lo más relevante de este encuentro es su carácter eminentemente político: China y Rusia dejaron definitivamente de ser rivales para erigirse en aliados.
Antes de juntarse en la capital rusa, ambos líderes coincidieron en el encuentro de jefes de Estado de los países miembros de la Organización de Cooperación de Shangai, un foro multilateral, creado en 1991, que reúne también a Kazajistán, Uzbekistán, Kirguizistán y Tayikistán, los cuatro países del Asia Central que hasta hace veinte años formaron parte de la disuelta Unión Soviética, empeñados en transformar a la antigua “ruta de la seda” en un camino de integración y prosperidad común.
En la sesión plenaria de la organización se sumaron como observadores Irán, Pakistán, India y Mongolia. Como invitado participó también Afganistán.
El resultado del cónclave asiático señala la aparición de un bloque económico y político llamado a tener creciente voz y voto en los asuntos mundiales. Revela también que, con el consentimiento chino, Rusia reivindica su condición de potencia euroasiática, a caballo entre los dos continentes.

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China está en el vértice de los acontecimientos mundiales. Con su visita a Moscú, el presidente Hu Jintao avanzó con su colega ruso, Dmitri Medvedev, en la recreación de un eje cuya existencia signó la política mundial durante la primera fase de la Guerra Fría, entre 1945 y 1960, hasta que fue destruido por la polémica intracomunista que enfrentó a Moscú con Pekín.
Los dos mandatarios resolvieron profundizar el camino de entendimiento bilateral que habían iniciado sus respectivos antecesores, Jiang Zemin y Vladimir Putin, con la firma del Tratado de Buena Vecindad y Cooperación Amistosa entre China y Rusia, suscripto en 1991.
Ambos socios del BRICS, ese ascendente club de países cuya membresía comparten con India, Brasil y Sudáfrica, acordaron ahora triplicar el volumen de su intercambio comercial durante la presente década. Pero lo más relevante de este encuentro es su carácter eminentemente político: China y Rusia dejaron definitivamente de ser rivales para erigirse en aliados.
Antes de juntarse en la capital rusa, ambos líderes coincidieron en el encuentro de jefes de Estado de los países miembros de la Organización de Cooperación de Shangai, un foro multilateral, creado en 1991, que reúne también a Kazajistán, Uzbekistán, Kirguizistán y Tayikistán, los cuatro países del Asia Central que hasta hace veinte años formaron parte de la disuelta Unión Soviética, empeñados en transformar a la antigua “ruta de la seda” en un camino de integración y prosperidad común.
En la sesión plenaria de la organización se sumaron como observadores Irán, Pakistán, India y Mongolia. Como invitado participó también Afganistán.
El resultado del cónclave asiático señala la aparición de un bloque económico y político llamado a tener creciente voz y voto en los asuntos mundiales. Revela también que, con el consentimiento chino, Rusia reivindica su condición de potencia euroasiática, a caballo entre los dos continentes.


Tres fuerzas malignas
Hu Jintao, quien asumió la presidencia anual del Foro de Shangai, definió sus nuevas prioridades, entre las que destacó no solo aquellos elementos de cooperación económica y comercial, sino también los factores políticos.
En ese sentido, subrayó la acción conjunta en materia de seguridad contra lo que caracterizó como las “tres fuerzas malignas” del terrorismo, el separatismo y el extremismo.
En otros términos, el mandatario chino convocó a sellar una amplia alianza contra los talibanes afganos, contra las aspiraciones secesionistas de las poblaciones musulmanas que habitan en la república rusa de Chechenia y la provincia china de Xinjiang, contra las organizaciones del fundamentalismo islámico que operan en los países del Asia Central y obviamente contra el grupo terrorista Al Qaeda y sus aliados.
China aspira a que los países de la región puedan afrontar eficazmente todos estos desafíos de seguridad sin quedar supeditados a la intervención norteamericana.
Esta voluntad política incluye la decisión de asumir un rol protagónico en la resolución de los conflictos suscitados por los planes nucleares de Irán y Corea del Norte.
Previamente, China había tenido una activa participación en la Décima Cumbre de Seguridad de Asia, realizada en Singapur, en la que su ministro de Defensa, Liang Guanglie, dialogó con su par estadounidense, Robert Gates, designado por el expresidente George W. Bush (h) (republicano) y ratificado por el actual mandatario Barack Obama (demócrata). En este foro intergubernamental, los chinos esbozaron su tesis acerca del “espíritu asiático”, que constituye una versión oriental de la “doctrina Monroe”: Asia para los asiáticos.
En esta singular “diplomacia blanda” practicada por Pekín, esa consigna no se formula empero como un planteamiento de confrontación con Washington sino de cooperación multilateral en la preservación de la seguridad global contra las diversas amenazas y enemigos comunes, entre los que incluye explícitamente al narcotráfico.
Poco tiempo antes, en la Cuarta Reunión de Líderes de China-Japón-Corea del Sur, efectuada en Tokio, los gobiernos de los tres países habían acordado, asimismo, poner en marcha nuevos acuerdos económicos trilaterales, orientados a incentivar la integración regional.
Las inversiones de estos países en el exterior y su intercambio comercial están cada vez más entrelazados. La milenaria rivalidad chino-nipona cede ante las exigencias de la cooperación recíproca, que implican beneficio mutuo.
 

Vuelve Asia
Los hechos están a la vista. Con China y la India proyectados vertiginosamente al primer plano de la economía mundial, Japón volcado al proceso de integración regional, Rusia legitimada nuevamente como un actor protagónico en el escenario asiático y la expansión acelerada de todos los países del continente, a una velocidad arrolladora, que triplica el ritmo de crecimiento de las naciones altamente desarrolladas, cabe afirmar que, así como el siglo XX fue el “siglo americano”, este será el “siglo asiático”.
Desde hace muchas décadas los programas de estudio de historia universal en la escuela media distinguen entre cinco grandes etapas: Historia Antigua (Oriente, Grecia y Roma), Media (desde la caída del Imperio Romano hasta el descubrimiento de América), Moderna (desde entonces hasta la Revolución Francesa de 1789) y Contemporánea, hasta hoy. Es altamente probable que, en un futuro no muy lejano, haya que modificar ese esquema tradicional e incorporar un módulo adicional para analizar la nueva etapa que comenzó con la disolución de la Unión Soviética en 1991 y la consiguiente globalización de la economía mundial. A título meramente indicativo, cabría pronosticar que esa nueva etapa bien podría caracterizarse como el regreso de Asia.
Porque, visto este fenómeno en perspectiva histórica, más que de una irrupción de Asia, como suele designárselo, se trata de un regreso. Durante milenios, y hasta hace aproximadamente 400 años, el continente asiático albergó a más de la mitad de la población y del producto bruto mundial.
Todas las proyecciones indican que, al promediar este siglo, estos porcentajes habrán sido largamente sobrepasados. Estamos en un punto de inflexión histórica. El océano Pacífico es el nuevo epicentro de la geopolítica mundial.
 

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