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Tarde para lágrimas

Jueves, 18 de agosto de 2011 20:02

El diputado macrista Federico Pinedo propuso ayer que algún candidato presidencial de la oposición se baje de las elecciones de octubre y, de ese modo, permita que crezca el que quede.

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El diputado macrista Federico Pinedo propuso ayer que algún candidato presidencial de la oposición se baje de las elecciones de octubre y, de ese modo, permita que crezca el que quede.

Eduardo Duhalde, airado, respondió que “bajarse es de cobardes”.

Es claro que nadie piensa seriamente que en octubre haya segunda vuelta para la presidencial, pero ese día se eligen también algunos gobernadores, senadores y diputados nacionales. Los candidatos presidenciales, está visto, arrastran votos. Para el ciudadano de a pie puede no significar demasiado, pero a los políticos les interesa mucho construir nichos de poder en el Congreso y en las legislaturas provinciales.

Un poco tarde

Las llamadas primarias resultaron una trampa para la oposición, porque no supieron aprovechar la oportunidad. De haber conformado una alianza con varios precandidatos, hoy habría una fórmula en condiciones de capitalizar el voto anticristinista y una lista de candidatos a diputados nacionales o senadores en cada provincia, con lo cual, en octubre tendríamos una elección razonable. No sucedió.

Los distintos candidatos prefirieron ir cada uno por su lado y dividieron fuerzas. De haber leído el Martín Fierro recordarían aquello de “los hermanos sean unidos...”. El momento de unir fuerzas era antes; ahora es tarde.

¿Qué se puede unir?

La oposición y el oficialismo son totalmente heterogéneos. Pero mientras aquellos se muestran dispersos, estos encubren las diferencias con un pragmatismo demoledor.

Fuera de la izquierda radicalizada, cuya visión política es categórica y dogmática, los cuatro candidatos que se repartieron el cuarenta por ciento de los votos tienen diferencias de cierta magnitud, y también tienen afinidades sustanciales.

Eduardo Duhalde y Alberto Rodríguez Saá son peronistas. Entre ambos sumaron casi el 21 por ciento de los votos. Una alianza hubiera sido más que la suma de ambos y hubiera convocado seguramente más voluntades. La experiencia de 2009 debió enseñarles, además, que un entendimiento con Francisco de Narváez y Mauricio Macri era absolutamente coherente. Casi una sociedad natural.

Por otra parte, la mayoría de los intendentes peronistas se encontrarían más cerca de ellos que del kirchnerismo setentista.

Daniel Scioli, pieza fundamental del engranaje K, solo podría apuntalar sus aspiraciones presidenciales en una tendencia de esa naturaleza. La Cámpora, por cierto, no le pega al gobernador bonaerense.

El dilema radical

La Unión Cívica Radical demostró que perdió definitivamente la voluntad de poder y la conciencia de una identidad. La desaparición física de Néstor Kirchner le dio al viejo partido la posibilidad de recuperar el terreno que viene perdiendo desde 1989. Tenían la posibilidad de instalar un candidato sólido: Julio Cobos, Ernesto Sanz, Angel Rozas u otro, y acordar con el socialismo una fórmula conjunta. Y Ricardo Alfonsín, sin ninguna necesidad de imitar a su padre para generar un voto nostalgia, se hubiera posicionado como candidato a gobernador bonaerense. Con ambos partidos encolumnados y objetivos claros, la historia hubiera sido otra.

Si esta fórmula hubiera competido con los peronistas anti-K dentro de un solo bloque, las del domingo hubieran sido primarias. Y el resultado, absolutamente otro.

Esto, lamentablemente, se llama historia contrafáctica. O, en criollo, “llorar sobre leche derramada”.

No tan distintos

Cristina ganó, según reconocen en el oficialismo, porque su figura se convirtió para muchos sectores populares en símbolo de una época en la que han conseguido algunos beneficios importantes. Hay mucha pobreza, pero las jubilaciones sin aportes previos y la asistencia universal por hijo constituyen una ayuda enorme para quien no tiene nada.

¿A quién votarán sino a Cristina?

Sin embargo, el kirchnerismo tiene un flanco muy débil: el futuro.

Más allá de los sueños fundacionales que impregnan los discursos -en esto, los K son parecidos a Raúl Alfonsín y a Carlos Menem-, la Argentina se parece cada vez más al modelo del pasado que naufragó en los ochenta.

La imprevisión -la falta de una mirada de futuro, digamos- es el rasgo dominante de la cultura K.

El modelo sojero que han desarrollado es el menos ventajoso para el proyecto rural de un país que debe -y puede- convertirse en potencia agroalimentaria.

La falta de una política energética, que contrae las posibilidades de desarrollo económico; la ineptitud y la corrupción que se desnudan en el sistema de transporte; la carencia de un plan habitacional, que se manifiesta en los altísimos porcentajes de la población habitando asentamientos precarios; la errática política internacional; el retroceso del rendimiento escolar; la inflación; la baja inversión...

No vivimos en el país de las maravillas. La oposición, de haber tenido voluntad de poder, hubiera capitalizado las falencias, en las que, con matices, todos coinciden.

Pero, como decimos, es historia contrafáctica. El kirchnerismo gana porque tiene objetivos claros y porque cuenta con una estructura política que trabaja disciplinadamente por alcanzarlos.

Los próceres

La Presidenta aseguró ayer que nuestros próceres estarían muy orgullosos de la Argentina de estos días -es decir la Argentina kirchnerista-. No es la primera vez. Al igual que Menem, los Kirchner suelen atribuirse el gobierno “más exitoso de la historia”. Los historiadores lo dirán.

Pericles, Alejandro Magno, Julio César, Los Reyes Católicos, Luis XVI, Enrique VIII, la Reina Victoria, Charles De Gaulle, Stalin, son algunas de las figuras que ponen el sello personal a una época y a un gobierno. En la Argentina, salvo Juan Domingo Perón, los gobiernos en algún sentido exitosos carecen de nombres propios.

La historia mide épocas y, probablemente, el ciclo democrático recuerde a Alfonsín por el juicio contra las Juntas militares, a Menem por la derrota de la inflación y las privatizaciones, a Duhalde como capitán de tormentas y a los Kirchner por la salida de la recesión.

Lo que es imposible aventurar es cuál será el balance final sobre la calidad institucional, la transparencia, la justicia distributiva, la maduración cultural, la democratización de las relaciones y el pluralismo.

Cristina obtuvo en las primarias menos votos que Alfonsín en 1983 y los mismos que Menem en 1989 y en 1995, y De la Rúa en 1999.

Los votos, por cierto, legitiman a un gobierno, pero no construyen próceres. Probablemente, los próceres lo sean porque pensaron más en la Patria que en el bronce.

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