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Origen y evolución de la minería en Salta

Domingo, 18 de septiembre de 2011 20:12

El pasado 9 de septiembre de 2011, las autoridades de la Fundación Copaipa, del Consejo Profesional de Agrimensores, Ingenieros y Afines, nos convocaron al señor presidente de la Cámara de Minería de Salta, Lic. Facundo Huidobro, y al suscripto a disertar sobre el pasado, presente y futuro de la minería de Salta. Fue una buena oportunidad para realizar un homenaje al Ing. Francisco “Pancho” García, recientemente desaparecido, quien no solo supo conducir con certeza los objetivos de la fundación, sino que además fue un hombre altamente comprometido con el ideal de un gran destino para Salta en el concierto de las provincias argentinas y de su posición clave en el centrooeste sudamericano.

Mi conferencia estuvo centrada en la minería histórica de Salta que ahora sintetizo como un homenaje a su persona. Cabe señalar que ya nuestros pueblos indígenas habían avanzado en aspectos esenciales de la actividad minera explotando distintos tipos de minerales. No solo obsidiana u otras rocas silíceas que les servían para las puntas de flechas, proyectiles, armas o herramientas; sal gema, para intercambio comercial; “coipa” o carbonato de sodio. para su uso como jabón natural y fijador de tinturas; variedad de arcillas, para cerámicas; numerosos óxidos de hierro y manganeso, para decoración; etcétera, sino que también habían logrado explotar metales, fundirlos en rústicos hornos llamados “huayras” e incluso realizar objetos metalúrgicos de gran calidad y belleza.

La llegada de los primeros conquistadores apuntó al potencial de metales preciosos, entre ellos el oro del Valle Calchaquí. Pronto dieron con las minas de plata del Acay y la mina Concordia de San Antonio de los Cobres, las que aparecen citadas desde comienzos del siglo XVII. Sin embargo, lo que pondría a Salta en una situación estratégica fue el hallazgo del cerro Rico de Potosí. Aunque parezca una metáfora, esta “montaña de plata” fue descubierta en una región desértica desprovista absolutamente de cualquier insumo. De allí que todo el consumo debía de llevarse de regiones vecinas. Pronto la ciudad alcanzó a 160 mil habitantes, superó a las principales capitales europeas en habitantes, logró un alto grado de riqueza y fue premiada con el título de “Villa Imperial”. Nuestras viejas ciudades de Esteco, tanto la Esteco vieja, como la Esteco nueva -la que fuera destruida por el terremoto de 1692- fueron grandes proveedoras de miel, cera y turrones secos.

Cuentan los distintos viajeros, entre ellos Diego Alonso de Ocaña, que pasó por allí en 1600, de la enorme cantidad de esos productos que se llevaban a Potosí, siguiendo la ruta de los caminos reales. De alguna manera había comenzado a funcionar el sistema de proveedores mineros hacia ese gigantesco atractor que consumía cantidades inconmensurables de carnes, yerba mate, frutas, granos, madera, vestimenta, herramientas, leña, comida, bebida y también mulas. Precisamente mulas fue otro de los servicios que a Potosí brindaron los viejos salteños.


Decenas de miles de mulas provenientes de todo el noroeste argentino y del centro del país, llegaban al Valle de Lerma, donde se las engordaba para iniciar su viaje sin retorno al Potosí. Allí eran útiles para todas las faenas relacionadas con la explotación de la plata, molienda de los minerales, amalgamación, metalurgia y amonedación. Salta se convirtió durante los siglos XVII y XVIII en la principal feria de mulas del mundo. Y así quedó registrado por el viajero Concolorcorvo, funcionario español encargado de postas y correos, en su obra “El lazarillo de ciegos y caminantes desde Buenos Aires hasta Lima” (1773). Los entretelones religiosos y económicos de este fenómeno, asociados a la feria y fiesta de Sumalao, han sido rescatados recientemente por el Lic. Felipe Medina en un libro de su autoría. Cuando Potosí comenzó a declinar, una nueva situación coyuntural puso otra vez a la economía de Salta en un lugar de privilegio. En el litoral boliviano y peruano de Atacama se descubrieron enormes reservas de minerales fertilizantes, tanto en las covaderas de guanos fósiles de aves marinas como en la pampa nitratera.

Los exhaustos suelos de Europa necesitaban imperiosamente de ese nitrógeno, potasio y fósforo que estaba allí contenido. Pronto cientos de barcos surcaban el océano portando esos valiosos productos. La Guerra del Pacífico, de 1879, cambió la geopolítica del recurso a manos de Chile. Una vez más, la sustancia mineral se encontraba en un lugar desprovisto de cualquier clase de insumos en el más inhóspito e hiperárido desierto de Atacama. Todas las provisiones debían ser llevadas desde afuera. Una de ellas era carne vacuna para el consumo de los mineros pampinos. Salta tenía valles aptos, con buenos pastos y agua para engordar el ganado. Es así como comienza el envío de animales a pie, toros herrados que cruzaban la cordillera con destino a las faenas de la pampa salitrera. Juan Carlos Dávalos plasmó en su “Viento Blanco” aquellas peripecias de la mano de un mítico arriero como fuera don Antenor Sánchez.

Mientras tanto en nuestra Puna, un grupo de mineros alemanes, entre ellos los Boden, los Beckert, los Augspurg y los Korn, ponían en marcha las minas de plomo y plata de San Antonio de los Cobres y exportaban el metal hacia Hamburgo. También para esa época comenzó la era de los boratos. Con la puesta en marcha de la mina Tincalayu, en el salar del Hombre Muerto, durante la década de 1950 por parte de la vieja empresa Boroquímica Samicaf, Salta se convirtió en la principal productora de bórax de América del Sur. Desde 1940 a 1980, Salta fue la principal productora nacional de azufre con la mina Julia y el Establecimiento Azufrero Salta (EAS) de La Casualidad. Ello dio vida a la Puna y al ferrocarril minero ramal C-14, Huaytiquina. También se posicionó como la principal productora de uranio de la Argentina con la mina Don Otto, desde 1960 a 1980, abasteciendo con materia prima nacional a nuestras plantas nucleares.

El borato común de los salares (ulexita) permitió una creciente y sostenida industria de producción de ácido bórico y productos afines, liderando la producción nacional y alcanzando exportaciones a 42 países de los cinco continentes. A ello debe agregarse el valioso trabajo de pequeños mineros que explotaron sal, perlita, sulfato de sodio, ónix, yeso y otros minerales no metalíferos y rocas de aplicación.

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El pasado 9 de septiembre de 2011, las autoridades de la Fundación Copaipa, del Consejo Profesional de Agrimensores, Ingenieros y Afines, nos convocaron al señor presidente de la Cámara de Minería de Salta, Lic. Facundo Huidobro, y al suscripto a disertar sobre el pasado, presente y futuro de la minería de Salta. Fue una buena oportunidad para realizar un homenaje al Ing. Francisco “Pancho” García, recientemente desaparecido, quien no solo supo conducir con certeza los objetivos de la fundación, sino que además fue un hombre altamente comprometido con el ideal de un gran destino para Salta en el concierto de las provincias argentinas y de su posición clave en el centrooeste sudamericano.

Mi conferencia estuvo centrada en la minería histórica de Salta que ahora sintetizo como un homenaje a su persona. Cabe señalar que ya nuestros pueblos indígenas habían avanzado en aspectos esenciales de la actividad minera explotando distintos tipos de minerales. No solo obsidiana u otras rocas silíceas que les servían para las puntas de flechas, proyectiles, armas o herramientas; sal gema, para intercambio comercial; “coipa” o carbonato de sodio. para su uso como jabón natural y fijador de tinturas; variedad de arcillas, para cerámicas; numerosos óxidos de hierro y manganeso, para decoración; etcétera, sino que también habían logrado explotar metales, fundirlos en rústicos hornos llamados “huayras” e incluso realizar objetos metalúrgicos de gran calidad y belleza.

La llegada de los primeros conquistadores apuntó al potencial de metales preciosos, entre ellos el oro del Valle Calchaquí. Pronto dieron con las minas de plata del Acay y la mina Concordia de San Antonio de los Cobres, las que aparecen citadas desde comienzos del siglo XVII. Sin embargo, lo que pondría a Salta en una situación estratégica fue el hallazgo del cerro Rico de Potosí. Aunque parezca una metáfora, esta “montaña de plata” fue descubierta en una región desértica desprovista absolutamente de cualquier insumo. De allí que todo el consumo debía de llevarse de regiones vecinas. Pronto la ciudad alcanzó a 160 mil habitantes, superó a las principales capitales europeas en habitantes, logró un alto grado de riqueza y fue premiada con el título de “Villa Imperial”. Nuestras viejas ciudades de Esteco, tanto la Esteco vieja, como la Esteco nueva -la que fuera destruida por el terremoto de 1692- fueron grandes proveedoras de miel, cera y turrones secos.

Cuentan los distintos viajeros, entre ellos Diego Alonso de Ocaña, que pasó por allí en 1600, de la enorme cantidad de esos productos que se llevaban a Potosí, siguiendo la ruta de los caminos reales. De alguna manera había comenzado a funcionar el sistema de proveedores mineros hacia ese gigantesco atractor que consumía cantidades inconmensurables de carnes, yerba mate, frutas, granos, madera, vestimenta, herramientas, leña, comida, bebida y también mulas. Precisamente mulas fue otro de los servicios que a Potosí brindaron los viejos salteños.


Decenas de miles de mulas provenientes de todo el noroeste argentino y del centro del país, llegaban al Valle de Lerma, donde se las engordaba para iniciar su viaje sin retorno al Potosí. Allí eran útiles para todas las faenas relacionadas con la explotación de la plata, molienda de los minerales, amalgamación, metalurgia y amonedación. Salta se convirtió durante los siglos XVII y XVIII en la principal feria de mulas del mundo. Y así quedó registrado por el viajero Concolorcorvo, funcionario español encargado de postas y correos, en su obra “El lazarillo de ciegos y caminantes desde Buenos Aires hasta Lima” (1773). Los entretelones religiosos y económicos de este fenómeno, asociados a la feria y fiesta de Sumalao, han sido rescatados recientemente por el Lic. Felipe Medina en un libro de su autoría. Cuando Potosí comenzó a declinar, una nueva situación coyuntural puso otra vez a la economía de Salta en un lugar de privilegio. En el litoral boliviano y peruano de Atacama se descubrieron enormes reservas de minerales fertilizantes, tanto en las covaderas de guanos fósiles de aves marinas como en la pampa nitratera.

Los exhaustos suelos de Europa necesitaban imperiosamente de ese nitrógeno, potasio y fósforo que estaba allí contenido. Pronto cientos de barcos surcaban el océano portando esos valiosos productos. La Guerra del Pacífico, de 1879, cambió la geopolítica del recurso a manos de Chile. Una vez más, la sustancia mineral se encontraba en un lugar desprovisto de cualquier clase de insumos en el más inhóspito e hiperárido desierto de Atacama. Todas las provisiones debían ser llevadas desde afuera. Una de ellas era carne vacuna para el consumo de los mineros pampinos. Salta tenía valles aptos, con buenos pastos y agua para engordar el ganado. Es así como comienza el envío de animales a pie, toros herrados que cruzaban la cordillera con destino a las faenas de la pampa salitrera. Juan Carlos Dávalos plasmó en su “Viento Blanco” aquellas peripecias de la mano de un mítico arriero como fuera don Antenor Sánchez.

Mientras tanto en nuestra Puna, un grupo de mineros alemanes, entre ellos los Boden, los Beckert, los Augspurg y los Korn, ponían en marcha las minas de plomo y plata de San Antonio de los Cobres y exportaban el metal hacia Hamburgo. También para esa época comenzó la era de los boratos. Con la puesta en marcha de la mina Tincalayu, en el salar del Hombre Muerto, durante la década de 1950 por parte de la vieja empresa Boroquímica Samicaf, Salta se convirtió en la principal productora de bórax de América del Sur. Desde 1940 a 1980, Salta fue la principal productora nacional de azufre con la mina Julia y el Establecimiento Azufrero Salta (EAS) de La Casualidad. Ello dio vida a la Puna y al ferrocarril minero ramal C-14, Huaytiquina. También se posicionó como la principal productora de uranio de la Argentina con la mina Don Otto, desde 1960 a 1980, abasteciendo con materia prima nacional a nuestras plantas nucleares.

El borato común de los salares (ulexita) permitió una creciente y sostenida industria de producción de ácido bórico y productos afines, liderando la producción nacional y alcanzando exportaciones a 42 países de los cinco continentes. A ello debe agregarse el valioso trabajo de pequeños mineros que explotaron sal, perlita, sulfato de sodio, ónix, yeso y otros minerales no metalíferos y rocas de aplicación.

Debí explayarme en una hora sobre cinco siglos de historia, condensando lo expresado a lo largo de tres centenares de páginas de mi reciente libro: “Historia de la minería de Salta y Jujuy, siglos XV a XX”. Alonso, R. N., 2010. Mundo Gráfico Salta Editorial, Ediciones del Bicentenario, ISBN 978-987-1618-19-4, 332 págs. Salta.

Sirva esta ajustada síntesis para rescatar el origen y evolución de la minería, de los proveedores mineros y, en especial, de sus momentos estelares.

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