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¡Y el caos se volvió ordenado!

Lunes, 19 de septiembre de 2011 23:23

El usuario común de la lengua, sin dejar de cumplir las reglas académicas, se encarga de crear nuevas palabras.

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El usuario común de la lengua, sin dejar de cumplir las reglas académicas, se encarga de crear nuevas palabras.

Esto se debe a que el idioma hablado es dinámico, cambiante y evolutivo y no estático, como lo es la normativa.

Hoy quiero compartir con mis lectores un trabajo que, cuando se publique esta página, habrá sido presentado en las Segundas Jornadas de Fonética y Fonología que se celebrarán en la Facultad de Lenguas de la Universidad Nacional de Córdoba entre el 19 y 20 de septiembre. El trabajo se titula “El papel de la fonética en el cambio lingístico según la teoría del caos”. Parece bastante descabellado el título (¿qué tiene que ver el caos con nuestro instrumento de comunicación?); sin embargo, paso a explicarles de qué se trata.

Para el Diccionario de la RAE, el caos es “un estado amorfo (sin forma) e indefinido que se supone anterior a la organización del cosmos”. Desde los antiguos griegos, caos era sinónimo de desorganización y ausencia de reglas. A pesar de eso, les quedaba claro que, en el mismo caos, se encontraba la esencia del orden. A mediados del siglo pasado surgió una inquietud por saber si era verdad que el caos era desorganizado. Muchos investigadores, como Edward Lorenz, se dedicaron a estudiarlo a partir del seguimiento de los fenómenos meteorológicos: comenzaron a descubrir ciertas tendencias sobre los fenómenos de la naturaleza y, sobre esta base, las convirtieron en reglas, las cuales solían cumplirse con una cierta frecuencia. El resultado es lo que hoy denominamos “predicciones meteorológicas” que suelen cumplirse según un determinado porcentaje. Lo mismo sucede con el estudio, en medicina, de las arritmias cardíacas, en busca de reglas sobre su regularidad, para aplicarlas a la curación de los enfermos que las padecen.

La teoría aplicada al hablar

Siendo imposible abundar, en mi artículo, con más ejemplos sobre otras disciplinas científicas implicadas en la teoría del caos, me abocaré al motivo de estas líneas. En 1998 presenté, en un congreso que se llevó a cabo en la Universidad de Salamanca, mi propuesta de aplicación de la teoría del caos al hablar espontáneo de la gente. Me basé, para ello, en que el usuario común de la lengua, sin dejar de cumplir las reglas académicas fundamentales, es el encargado de crear nuevas palabras, dicciones, pero también situaciones gramaticales (como el orden sintáctico, tomado del quechua, en “Cabra Corral” que, en nuestro idioma debiera estar ordenado como “Corral de Cabras”). Esto se debe a que el idioma hablado es dinámico, cambiante y evolutivo y no estático, como lo es parcialmente la normativa. El hablante se maneja con metáforas calcadas de la realidad, con las cuales inspira a los poetas. Y, al crear, no se rige totalmente por las normas académicas, sino por reglas o tendencias que comparte con los interlocutores en la comunicación, mediante las cuales se comprenden entre sí. En una palabra, el “hablar espontáneo” de la gente, según mi entender, es caótico: no sigue a rajatabla las normas académicas; sin embargo, no carece de reglas, sino que tiene las propias, con las cuales están de acuerdo todos los hablantes, a partir del hecho de que siempre se comprenden. El lingista Eugenio Coseriu denomina a estas reglas la “gramática del hablar”, porque residen en el cerebro de los hablantes.

Las tendencias del hablante

Una de las reglas o tendencias por las que se guía en la creación es la “analogía”: se crean palabras por comparación con otras conocidas, para lo cual muchas veces se utilizan sufijos o prefijos, o sea terminaciones o comienzos de palabra. Al igual que “asentamiento”, se han creado muchas palabras de ese modo: “asesoramiento”, “saneamiento”, por ejemplo. Sin embargo, en otras ocasiones se elige el procedimiento contrario: la “contraanalogía”, una palabra que se aleje de la forma propia de otra. Podría haberse elegido, para el concepto “rubricar un cheque con la identificación personal”, la palabra “firmación”, comparándola con “aclaración”, “reunión”, “afirmación”; sin embargo, el creador se alejó de ellas prefiriendo la palabra “firma”. Otra tendencia, una de las más utilizadas, es la de “el menor esfuerzo”, empleando la menor cantidad de signos posibles y se la encuentra en lo que llamamos “apócope”, mediante el cual reducimos las palabras. En lugar de “profesor”, “profe”; en vez de “promoción”, “promo”. Un cuarto procedimiento lo tenemos en el criterio “estético-auditivo”, mediante el cual se crean palabras agradables al oído, no solo del creador, sino sobre todo de los demás usuarios, para que guste a todos. “Trucho” es un ejemplo que, a pesar de no haber recibido la aceptación de mucha gente, sin embargo, quizá por su sonido y comparación con otras palabras similares, ha encontrado aceptación y difusión generalizada. En síntesis, el hablante-creador optará por una palabra que a todos resulte “funcional”, es decir, la más apropiada para expresar una realidad.

A la vez, es preciso aclarar que, cuando una palabra ya ha perdido vigencia entre los hablantes y no es capaz de significar aquello para lo que ha sido creada, entonces es cuando surge la que la reemplazará, por boca de un anónimo usuario de la lengua.

En mi propuesta, que llevo a las Jornadas, sobre la elección fonética (a saber, de los sonidos de la lengua) del hablante-creador, coloco el énfasis en el criterio “estético-auditivo” antes mencionado. El sonido seleccionado debe coincidir con el gusto de los interlocutores para que sea aceptado y generalizado. Los diminutivos afectivos o atenuantes son un ejemplo adecuado para esta situación. Cuando alguien nos pregunta dónde queda tal lugar, al responder procuraremos “atenuar” o minimizar el esfuerzo del caminante, tratando de convencerlo de que no queda lejos: “Está "ahicito', "a la vueltita', nomás”. Como, asimismo, cuando preguntamos a una señora sencilla del pueblo sobre cuántos hijos tiene, contestará: “Dositos, señor; estita y estito”, señalando a los niños que la acompañan. ¿A qué se debe esos diminutivos? Al cariño que, como madre, naturalmente ella siente por sus hijos. Y con esos diminutivos no convencionales (porque no se encuentran registrados en la normativa de la lengua), trasmite ella a su interlocutor el gran amor que por ellos siente.

Como se ve, la lengua del hablar espontáneo (que no tiene control por parte del hablante) no se basa en las convenciones académicas, sino en la intuición, en la creatividad y en la sabia manera de trasmitir realidades, como también sentimientos, con que cuenta el hablante-creador.

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