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Tanto alboroto porque se borró sólo tres días

Sabado, 07 de enero de 2012 21:54

De pronto, inopinadamente, sin decir ­agua va!, hay gente que no está en donde debería estar. Gente que se hace humo de su casa, de la oficina, del club, de la barra de la esquina, de su pueblo o ciudad, etcétera.

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De pronto, inopinadamente, sin decir ­agua va!, hay gente que no está en donde debería estar. Gente que se hace humo de su casa, de la oficina, del club, de la barra de la esquina, de su pueblo o ciudad, etcétera.

Es gente que se fue, de un minuto para otro, de la noche a la mañana, o viceversa, sin saludar a familiares, amigos, novia, esposa o amante.

Su paradero se vuelve un misterio. Nadie sabe, como diría el viejo verso español, “do está, si vive, o qué se ha hecho”. Y un día de esos, reaparece. O no.

No vamos a hablar de los secuestros de seres humanos (también bovinos y ovinos) que aseguran que realizan supuestos extraterrestres, pues no conocemos el tema. Se lo dejamos a calificados colegas especialistas en la materia que, sin duda, tienen la explicación para esos casos. Pero nos estamos desviando de nuestro propósito que no es otro que comentar la desaparición voluntaria -se entiende- de ciudadanos comunes, en circunstancias comunes, sin participación de marcianitos.

Hacen falta más dedos que los de una mano para contar las familias de cuyo seno uno de sus miembros “se tomó el olivo”, desertó, o como se quiera expresarlo.

Y así, en esos hogares suele haber una novia abandonada; una esposa que le dio permiso a su cónyuge para que vaya un rato al café, y el coso no regresó never; un marido jugando solitario de lunes a lunes, y un montón así de otras posibilidades.

Son situaciones de las que no toma nota el periodismo, salvo que los personajes involucrados sean de relevancia. Así es la vida.

“Desaparecido”

En estos días, los medios de comunicación de todo el país -diarios, radios, canales de TV- han estado ocupadísimos tras las huellas del intendente de Colonia Catriel, en Río Negro, Carlos Johnston, de 51 años de edad, quien se esfumó el domingo pasado y fue como si se lo hubiese tragado la tierra, como suele sentenciar nuestra tía Ermelinda cada vez que no encuentra sus anteojos. Ello sucede tres o cuatro veces por día.

Apareció el martes en Los Antiguos, localidad de la provincia de Santa Cruz, a más de mil kilómetros de su casa. Estaba “en perfecto estado de salud”, pero hambriento y sucio, e ignorando cómo había llegado hasta ahí. Por supuesto que todo el mundo se le tiró encima. Y hasta su amigo, el nuevo gobernador de Río Negro, Alberto Weretilneck, reemplazante del fallecido mandatario Carlos Soria, opinó que “no podía seguir en el cargo”. Lo único que le faltó a Johnston es que su mujer anunciara que tampoco podía volver a su casa.

Pero, en serio, ¿adónde estuvo, qué hizo, y con quién, durante esos tres días? ¿Se le pelaron los cables; fue abducido por una venusina, o raptado por una santacruceña mimosa o, simplemente, salió a tomar aire?

Alboroto informativo

Lo que nos molesta a nosotros es que el periodismo de toda esta decaída República haya armado semejante alboroto informativo porque el intendente de una alejada localidad rionegrina “se borró” por tres módicas jornadas. Y nosotros, ¿qué? En Salta tenemos de todo, no solamente buen clima e inmejorables vinos. También tenemos intendentes que no solo desaparecen por tres o cuatro días, sino por semanas enteras. ­Y ningún medio lo destaca!

Tengan en cuenta, si no, al intendente de Salvador Mazza, don Carlos Villalba, quien atiende -aseguran- los asuntos pueblerinos, además de cobrar peaje, desde esta ciudad capital, y solo va al municipio a su cargo a ver si llueve. Eso dicen.

Y ningún medio nacional lo pone en negrita. ­Aquí hay hijos y entenaos! ¿Qué tiene el intendente de Catriel que no tenga Villalba? Esa injusticia merece este orsai.

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