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Felix Baumgartner, el deportista extremo que hizo historia

Domingo, 21 de octubre de 2012 12:13

Hay hombres que enfrentan la vida decididos a hacer historia. Enfrentan los desafíos más insólitos, algunos en busca de fama, otros en busca de fortuna, y muchos con el único objetivo de ampliar las fronteras del hombre. Llegar más alto, más lejos, más rápido o más profundo son las metas que se imponen estos seres extraordinarios, que hasta llegan a poner en riesgo su vida para concretar sus aspiraciones.

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Hay hombres que enfrentan la vida decididos a hacer historia. Enfrentan los desafíos más insólitos, algunos en busca de fama, otros en busca de fortuna, y muchos con el único objetivo de ampliar las fronteras del hombre. Llegar más alto, más lejos, más rápido o más profundo son las metas que se imponen estos seres extraordinarios, que hasta llegan a poner en riesgo su vida para concretar sus aspiraciones.

El domingo pasado, hace exactamente una semana, uno de estos hombres logró convocar la atención de televidentes de todo el mundo. El austríaco Felix Baumgartner se propuso el objetivo de subir al punto en el que la atmósfera se confunde con el espacio exterior y, desde allí, saltar hacia la Tierra en caída libre. Junto a las empresas que actuaron como promotores del desafío, este deportista extremo se fijó un objetivo que lo mantendrá seguramente por mucho tiempo como único en el mundo: superar la velocidad del sonido, es decir alrededor de 1.234,8 kilómetros por hora. La humanidad solo había alcanzado semejante velocidad a bordo de máquinas, nunca un hombre solo.

Una vida al límite

Aunque la mayoría de los que vimos el salto por televisión conocimos recién en ese momento a este hombre excepcional, los amantes del deporte extremo saben que Baumgartner es uno de esos individuos que lleva todo al límite.

Su biografía asegura que a los 16 años hizo su primer salto en un paracaídas, y que a partir de allí se dedicó a perfeccionar su técnica en forma sistemática. Se convirtió a lo largo del tiempo en un especialista en lo que se conoce como salto BASE, que son saltos desde puntos estáticos (edificios, puentes, antenas, etc.) y no desde un avión en movimiento.

Como paracaidista, de joven se sumó al equipo de fuerzas especiales del Ejército austríaco, el que abandonó más tarde para dedicarse a sus proezas extremas.

Su primer récord llegaría en 1999. En Kuala Lumpur, Malasia, registró el salto más alto desde un edificio cuando se arrojó desde las conocidas Torres Petronas.

Cuatro años después, en 2003, se convirtió en la primera persona en cruzar el Canal de la Mancha en caída libre. Aunque la definición suene descabellada, el austríaco apeló al diseño de un ala hecha de materiales ultralivianos para literalmente “volar” sobre el estrecho que separa Inglaterra de Francia.

Otro récord mundial que lo identifica es el salto BASE más bajo en toda la historia, desde la mano hasta la base de la escultura del Cristo Redentor, en Río de Janeiro.

También se convirtió, en diciembre de 2007, en la primera persona en saltar desde un piso 91 (el récord anterior estaba en el piso 90). Fue en el edificio Taipei 101, en Taiwán.

 

Alentado por sus buenos registros, Baumgartner decidió soñar en grande. Auspiciado por una marca de bebidas energizantes, en 2010 puso en marcha lo que se denominó misión Stratos.

La idea era simple: llegar a los límites de la atmósfera en una cápsula que debía estar colgada de un globo estratosférico inflado con helio, para luego arrojarse a la Tierra y dejar que la velocidad haga el resto.

Apareció entonces un obstáculo inesperado: Daniel Hogan, otro deportista extremo, se presentó ante la Justicia y aseguró que la idea del salto la había lanzado él en 2004, y que por lo tanto le correspondían los derechos del desafío, que obviamente quería cobrarle a la empresa de bebidas promotora de Baumgartner.

Ese inconveniente -que se resolvió con un acuerdo extrajudicial- retrasó casi dos años la ejecución del proyecto, pero sirvió para que Baumgartner y su equipo pudieran reunir la tecnología necesaria para la concreción del gran salto.

Otro deportista extremo, Joseph Kittinger, quien posee el récord de mayor tiempo de caída libre (el récord que Baumgartner quiso pero no pudo batir), asesoró a la misión. Esta desarrolló un traje capaz de evitar que la escasa presión de las grandes alturas afecte el cuerpo y que además es capaz de mantener aislado a quien lo usa de los casi 70 grados centígrados bajo cero que se registran en los límites de la atmósfera.

Los preparativos

La misión Stratos programó dos saltos de prueba previos al gran salto. El primero se concretó desde más de 21.817 metros en marzo pasado, y Baumgartner permaneció 3.43 minutos en caída libre, alcanzando velocidades de más de 579 kilómetros por hora antes de abrir el paracaídas.

El segundo salto se hizo en julio. Baumgartner se arrojó desde una cápsula similar a la que usó el domingo pasado a 29.460 metros de altura. La caída libre duró 3.48 minutos y la velocidad alcanzada fue de 862 kilómetros por hora.

Llegó el gran día

Con la experiencia acumulada, el equipo fijó el 10 de octubre como fecha del gran salto, pero los fuertes vientos obligaron a reprogramar la meta. El domingo pasado, sin embargo, todo estaba listo. El globo inflado con helio que debía transportar la cápsula comenzó a ser inflado cerca del mediodía argentino. La pieza, que tiene un espesor de 0,02 milímetros y que desplegado abarca una superficie de casi 16 hectáreas, se elevó en el cielo y arrastró consigo a la cápsula en la que Baumgartner pretendía pasar a la historia.

Dos horas más tarde comenzó al cosecha de récords. El primero en caer fue el del vuelo tripulado en globo al punto más alejado de la Tierra, a 39.045 metros de altura (el anterior era de 34.668 metros).

Cuando Baumgartner asomó a la puerta de la cápsula y saltó al vacío, se rompió el segundo récord: Fue la caída libre desde el punto más alto, 39.068 metros (el récord anterior, establecido hacía 52 años, era de 31.333 metros).

Y a continuación, Baumgartner se convirtió en el primer ser humano en romper la barrera del sonido, sin apoyo mecánico y en caída libre. Los cálculos concluyeron que el paracaidista austríaco rompió la barrera del sonido durante los 40 primeros segundos de caída, al llegar a unos 1.342,8 kilómetros por hora.

Su increíblemente suave aterrizaje, como si se hubiera tratado de cualquier otro salto, no hizo más que agigantar el mito. Como decía al principio, hay hombres que enfrentan la vida decididos a hacer historia. Baumgartner es uno de ellos.

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