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La llave latina, en la carrera hacia la Casa Blanca

Viernes, 26 de octubre de 2012 22:30

Más de 50 millones de latinos viven en Estados Unidos, lo que representa alrededor del 16,4% de la población total del país. Son el grupo con mayor porcentaje de crecimiento de la Nación -para 2050 podrían suponer casi un tercio de los habitantes- y la minoría con más presencia en los centros universitarios. Su influencia se deja sentir en el ámbito empresarial, en el plano cultural y, por supuesto, también en la arena política, donde cada vez resulta más común oír hablar español.

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Más de 50 millones de latinos viven en Estados Unidos, lo que representa alrededor del 16,4% de la población total del país. Son el grupo con mayor porcentaje de crecimiento de la Nación -para 2050 podrían suponer casi un tercio de los habitantes- y la minoría con más presencia en los centros universitarios. Su influencia se deja sentir en el ámbito empresarial, en el plano cultural y, por supuesto, también en la arena política, donde cada vez resulta más común oír hablar español.

Casi diez millones de hispanos votaron en las elecciones de 2008, lo que supuso un incremento de alrededor de un 30% respecto a lo ocurrido

cuatro años antes. El 67% se inclinó del lado de Barack Obama en tanto que John McCain se quedaba muy lejos del 44% obtenido por George W. Bush en 2004.

Ganarse su beneplácito es clave para alcanzar el Despacho Oval. Conscientes de ello, demócratas y republicanos han dedicado numerosas horas a articular una estrategia destinada a atraerse al electorado hispano que, a tenor de las encuestas, está dando mayores réditos al partido del burro, que lleva una ventaja de entre 35 y 40 puntos a la formación del elefante en intención de voto.

La demostración más palpable de la necesidad de ganarse al electorado latino la ofrecieron las convenciones de ambos partidos. Los republicanos encomendaron dicha labor en Tampa (Florida) a uno de los senadores de dicho estado y estrella del Tea Party, Marco Rubio. Descendiente de inmigrantes cubanos -su abuelo materno llegó por primera vez a Estados Unidos en 1956 y regresó en 1962, decepcionado con el régimen castrista-, Rubio fue el primer presidente cubanoamericano de la Cámara de Representantes estatal antes de dar el salto al Senado en las elecciones de 2010. Desde su irrupción en la política con mayúsculas, son muchos quienes apuntan la posibilidad de que se convierta en el primer candidato latino a la Casa Blanca y formó parte de la lista de aspirantes a la vicepresidencia que manejó el equipo de Mitt Romney.

Durante su discurso, recordó que vio su primera Convención Republicana junto a su abuelo y que este le aseguró que “podría alcanzar cualquier cosa en EE UU”. “No somos especiales porque haya más gente rica en esta nación, sino porque sueños que son imposibles en cualquier otro país, se cumplen aquí”, proclamó un Rubio utilizado como medicina para calmar a unos latinos que perciben cada vez más lejos de sus demandas al “Great Old Party”.

Según una encuesta realizada en diciembre pasado por el Pew Hispanic Center, solo el 12% de los votantes latinos registrados se sentían representados por esa formación. Dos noches antes, los republicanos aprobaban una plataforma cargada de medidas contra los “sin papeles”. El texto subrayaba la oposición del partido a cualquier forma de amnistía, abogaba por imponer mayores tasas a los estudiantes indocumentados que se matriculasen en universidades estadounidenses y reclamaba que el Departamento de Justicia retirase las demandas presentadas contra diversas leyes estatales en materia migratoria. El objetivo, como en su día manifestó Romney, es endurecer las condiciones de vida de los inmigrantes ilegales para que comprendan que la mejor solución para ellos es abandonar el país. El exgobernador de Florida Jeb Bush, con gran predicamento entre los latinos de ese estado, o la gobernadora de Nuevo México, Susana Martínez, fueron otras de las figuras a las que apeló Romney para tratar de congraciarse con un electorado en el que su mensaje no acaba de calar.

Mucho más éxito tuvieron los demócratas. Barack Obama otorgó uno de los papeles estelares de la convención celebrada en Charlotte (Carolina del Norte) al alcalde de San Antonio (Texas), Julián Castro. Hijo de una activista mexicana que logró que sus dos vástagos estudiasen en prestigiosas universidades pese a su magro sueldo, Castro se encargó del “keynote address”, la misma labor que catapultó a Obama ocho años antes en Boston. El conocido ya como “Obama latino” también evocó los padecimientos sufridos por sus antepasados para salir adelante pero, a diferencia de Rubio, enfatizó la necesidad de ayudar a los más desvalidos con el fin de que puedan compartir un pedazo del sueño americano.

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