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Ricardo Barrera: el femicida perdonado por la sociedad

Sabado, 10 de noviembre de 2012 21:40
Perdonado. Durante muchos años, gran parte de la sociedad vio a Barreda como un justiciero. El asesino está libre desde 2011.

El próximo 15 de noviembre se cumplirán 20 años del crimen cometido por el dentista Ricardo Barreda en la ciudad de La Plata. En un solo acto, el frío y calculador sujeto liquidó a escopetazos a su suegra, su mujer y sus dos hijas.

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Perdonado. Durante muchos años, gran parte de la sociedad vio a Barreda como un justiciero. El asesino está libre desde 2011.

El próximo 15 de noviembre se cumplirán 20 años del crimen cometido por el dentista Ricardo Barreda en la ciudad de La Plata. En un solo acto, el frío y calculador sujeto liquidó a escopetazos a su suegra, su mujer y sus dos hijas.

Los diarios del país reflejaron en aquel 1992 la conmoción de la sociedad argentina por lo sucedido en una casona señorial, ubicada en calle 48, entre 11 y 12, de la Ciudad de las Diagonales. Pero lo más curioso fue que después, gran parte de la misma sociedad, que se horrorizó con el hecho, terminó justificando la matanza por los “27 años de maltrato que Barreda había sufrido de manos y boca de las cuatro mujeres de la casa” quienes, por supuesto, no tuvieron posibilidad de desmentirlo. La gente justificó lo imperdonable: la solución de una vieja, enfermiza y violenta relación familiar a los tiros.

De Conchita y telarañas

El domingo 15 de noviembre, Barreda se levantó temprano se puso ropa deportiva y salió a caminar antes de que apretara más el calor.

Su esposa, Gladys McDonald (57), estaba atareada, preparando la mudanza de su hija mayor, Cecilia (26), dentista como su padre, quien se aprestaba a trasladarse a Morón porque había conseguido un cargo en el hospital de esa localidad.

Su otra hija, Adriana (24), abogada, también se había levantado temprano y estaba en la cocina conversando con su madre. Cecilia “hacía fiaca” en la cama y su suegra -la “responsable de todos los males”, de acuerdo con su declaración en el juicio- se encontraba leyendo en su cuarto. Hasta ahí un domingo normal, dentro de esta familia enferma. Al regresar, Barreda ingresó a la casa y encontró a su mujer y su hija en la cocina. “Voy a limpiar los techos y después voy a podar la parra”, dijo él, tratando de entablar diálogo con las mujeres, que preferían no dirigirle la palabra. “Andá a limpiar los techos, que los trabajos de Conchita son los que mejor te quedan”, le espetó su esposa. “Conchita no va a podar los techos, va a podar la parra”, dijo indignado y se fue a buscar los elementos de jardinería que estaban en un armario viejo. Cuando abrió la puerta del mueble, vio en un rincón la vieja escopeta Víctor Sarasqueta calibre 16,70 que su suegra le había traído de España en 1964. La sacó, tomó los cartuchos y la cargó con destreza. Tenía un pasado de aficionado a la caza, así es que sabía cómo manejarse. Entró a la cocina y sin mediar palabra apuntó y disparó al pecho de Gladys, su mujer; Adriana, que estaba al lado, intentó escapar pero su padre no le dio tiempo. Barreda recargó el arma y le disparó dos perdigonadas al cuerpo. Al salir de la cocina encontró en el pasillo a su suegra, Elena Arreche (86), y sin pensarlo siquiera continuó con su tarea y la liquidó. Fue allí cuando apareció, bajando las escaleras, Cecilia, quien le gritó: “¿Qué hiciste hijo de puta?”. Fueron sus últimas palabras, ya que, acto seguido, cayó herida de muerte y después, en el piso, su papá la remató.

Sin perder el control

Barreda nunca perdió la tranquilidad. Después de la matanza simuló un robo: desordenó la casa, arrojó papeles en el piso, tiró muebles y objetos pequeños. Levantó uno por uno los cartuchos usados y los guardó en el baúl de su Ford Falcon junto con la escopeta, y salió de la vivienda para deshacerse del arma. Tiró la caja con los cartuchos en una boca de tormenta y arrojó la escopeta en un canal, en la zona de Punta Lara. Después se tomó el día: fue al cementerio, al zoológico y a un hotel alojamiento con su amante, Hilda Bono.

Transformar el  odio en servicio  a la comunidad

El 7 de noviembre pasado, el Senado bonaerense dio media sanción al proyecto para expropiar la casona donde sucedieron los hechos.

Así, la señorial pero muy desmejorada vivienda, ubicada en calle 48 entre 11 y 12 de La Plata, se convertirá en un centro de asistencia a víctimas de violencia de género. Por ahora es el punto de encuentro de las personas que solicitan protección por casos de violencia familiar.

Cambiar odio por servicio

Darío Witt, coordinador de la ONG María Pueblo, fue uno de los impulsores de la iniciativa.

Witt expresó que “la idea de transformar la vieja casona "símbolo de horror, muerte, olvido y abandono' en un lugar que sea emblema de vida, de amor y de la lucha contra el machismo y la violencia de género”, es un hecho único en el mundo.

Barreda, mientras tanto, vive en el barrio de Belgrano junto a su pareja Berta André.

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