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Le hacen frente a la naturaleza aunque corran peligro

Lunes, 17 de diciembre de 2012 06:12
Se acomodan en otras viviendas cercanas al lodazal que quedó, pero no piensan abandonar su pedacito de terruño.

El paso del aluvión dejó serias secuelas en la zona de la Quebrada de Escoipe. Es que las vertientes de agua, esos improvisados acueductos de varios kilómetros hechos a mano alzada utilizados para regar siembras, dar agua a los animales y en última instancia para beber, fueron tapados por el barro y las piedras. Dicen que no es la primera vez, ni la última, que la naturaleza golpea fuerte a estos pobladores. Pero siguen allí, imperturbables como si no hubiera pasado nada. “Tengo unas vacas y caballos por Escoipe. Mi señora y mi nena -una pequeña ciega- viven frente a unas horas de esta puesto. Yo acarreo todo, porque mi mujer se dedica a nuestra hijita. Así que voy de aquí para allá”, cuenta a El Tribuno Mario Zárate, de 60 años.

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Se acomodan en otras viviendas cercanas al lodazal que quedó, pero no piensan abandonar su pedacito de terruño.

El paso del aluvión dejó serias secuelas en la zona de la Quebrada de Escoipe. Es que las vertientes de agua, esos improvisados acueductos de varios kilómetros hechos a mano alzada utilizados para regar siembras, dar agua a los animales y en última instancia para beber, fueron tapados por el barro y las piedras. Dicen que no es la primera vez, ni la última, que la naturaleza golpea fuerte a estos pobladores. Pero siguen allí, imperturbables como si no hubiera pasado nada. “Tengo unas vacas y caballos por Escoipe. Mi señora y mi nena -una pequeña ciega- viven frente a unas horas de esta puesto. Yo acarreo todo, porque mi mujer se dedica a nuestra hijita. Así que voy de aquí para allá”, cuenta a El Tribuno Mario Zárate, de 60 años.

Su derrotero consiste en llevar todos los días el ganado entre cinco a seis kilómetros entre una pastura y la otra. Tiene un puesto con agua en la zona cercana a la escuela de Escoipe. El día del aluvión, la cresta de la masa de barro golpeó con fiereza del otro lado del cerro, justo a las espaldas de su puesto. Zárate se había ido temprano a un cerro del frente. De allá a lo lejos observó cómo sus corrales y su sembradío de cebada eran tapados por el barro. Perdió dos yeguas. El resto del ganado quedó a salvo.

“Tengo que volver a empezar. Que vamos a hacer. Peor hubiera sido que el volcán me mate. Estoy vivo y sano. Buscaré otros terrenos más altos para prepararlos para la próxima siembra. No puedo quedarme en lamentos”.

Dos kilómetros arriba, residen en una vivienda rodeada de frutales, las hermanas Flores. Se cambiaron de vivienda porque presentían que el río estaba peligroso. “Hace unos meses nos pasamos a esta orilla, los "volcanes' están bajando a menudo. Este fue el más fuerte”, relató Nelly Flores, de 74 años, la mayor de las hermanas.

Dicen que estaban acarreando leña cuando sintieron una explosión y mucho olor a barro. Por suerte estaban del otro lado del cauce. Se asustaron por un momento, pero la vida continúa. Así que siguieron apilando leña y realizando otros quehaceres domésticos. La vivienda del otro lado del río quedó inutilizada. “Es imposible vivir al lado del cauce, es peligroso; otro aluvión y la casa desaparece”.

Sin lamentos

Los lamentos quedaron atrás. Hoy el agua es su gran problema. Los depósitos del líquido provenientes de un arroyo fueron obstruidos por el lodo.

Eliberto Colque tiene 67 años, vive de prestado en una porción de terreno contigua al río Chicoana. Una vivienda estaba en desuso y como es solo, se la cedieron por un tiempo.

“Me había levantado para hacer fuego cuando sentí la estampida que venía de arriba, dio un bote en la otra orilla y se vino de frente a mi puesto. Cerré la puerta y aguanté un rato. Luego se puso jodido el tema y me trepé al cerro”, cuenta como una anécdota más.

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