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200 años de identidad celeste y blanca

Martes, 28 de febrero de 2012 00:01

Algunos pensarán que es adecuado el festejo, otros que es desproporcionado. No es poco decir que pasaron 200 años desde la creación de la bandera y, en todo caso, un bicentenario se presta para reflexionar sobre lo mucho que este paño sagrado ha significado en la historia de los argentinos.
 

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Algunos pensarán que es adecuado el festejo, otros que es desproporcionado. No es poco decir que pasaron 200 años desde la creación de la bandera y, en todo caso, un bicentenario se presta para reflexionar sobre lo mucho que este paño sagrado ha significado en la historia de los argentinos.
 

De hecho, la bandera nació para identificar, para fortalecer y motivar a los hombres comunes y nada preparados que conformaban la milicia patriota que, luego de triunfos y derrotas, nos legaron la gloria de la independencia.
Con el Paraná murmurando batallas, en Rosario de Santa Fé, el 27 de febrero de 1812, el general Manuel Belgrano enarboló por primera vez la bandera argentina con los colores de la escarapela que ya usaban los soldados. Lo hizo ante las baterías de artillería que denominó Libertad e Independencia, donde hoy se ubica el Monumento Histórico Nacional a la Bandera, centro de las celebraciones por el bicentenario de esta gesta.
Inicialmente, la bandera era un distintivo para el amilanado ejército de Belgrano, pero luego la adoptó como un símbolo de independencia. Esta actitud le costó su primer enfrentamiento con el gobierno centralista de Buenos Aires, personificado en la figura de Bernardino Rivadavia, de posturas netamente europeizantes. El Triunvirato reaccionó alarmado y Rivadavia le ordenó destruir la bandera. Sin embargo, Belgrano la guardó y decidió que la impondría después de alguna victoria que levantara los ánimos del ejército y complaciera al Triunvirato.
 

En cuanto a su elección de los colores, tradicionalmente se dijo que se inspiró en los colores del cielo, aunque es muy probable que haya elegido los colores de la dinastía borbónica (el azul-celeste y el ’plata’ o blanco) como una solución de compromiso: en sus momentos iniciales las Provincias Unidas del Río de la Plata, para evitar el estatus de rebelde, declararon que rechazaban la ocupación realista, aunque mantenían aún fidelidad a los Borbones. Otra de las versiones sobre los colores de la enseña señalan que Belgrano era devoto de la Virgen de Luján y de la de Caacupé, cuyas vestes son celestes y blancas.
 

La tradición señala que esa primera bandera fue confeccionada por una vecina de Rosario de nombre María Catalina Echevarría de Vidal, y quien tuvo el honor de izar la enseña fue un civil, Cosme Maciel, también vecino de Rosario.

Un nuevo significado

No hay dudas, la bandera marca un camino y sus 200 años sirven para pensarla con un nuevo significado, con un patriotismo renovado que supere la instancia de colgarla de un balcón, de izarla y arriarla, de usarla como vincha, moño, adorno y que, hasta supere el shock de verla en otra patria y estallar en llanto de emoción. Es que la bandera cobija, abraza, identifica, pero también reclama.


El pabellón inicial, el de Belgrano, tuvo una razón de existir que aún nos beneficia. Este hombre, abogado, economista, periodista, político y militar revolucionario, enarboló por primera vez la enseña en las horas más inciertas de la patria. Estaba al mando de una simple soldadesca que no creía en milagros, aunque venía de fuertes luchas con los realistas, profesionales de la guerra.
 

La tropa desalineada miraba a su jefe inexperto y frágil y lo veía como a un verdadero gigante. Cuando Belgrano se hizo cargo del Ejército del Norte, era un grupo de hombres desmoralizados y mal armados. No pudo entregarles demasiado armamento, pero les levantó la moral y aún con su voz aflautada, los acostumbró a la disciplina, al rigor, les dio confianza y dignidad. Y en esto último, la bandera albiceleste tuvo todo que ver.

“...La mirada del cóndor señalaba
derroteros de patria amanecida,
y en cada pecho descendió tu sombra
para besar el cauce de la herida...”


 

En el río Pasaje o Juramento

En enero de 1813 Belgrano confeccionó otra bandera, aceptada por la Asamblea del Año XIII al iniciar sus deliberaciones el 31 de enero de ese año, siempre y cuando fuera usada como bandera del Ejército del Norte y no del Estado.


El 13 de febrero de 1813, después de cruzar el río Pasaje (desde entonces llamado también Juramento), el Ejército del Norte prestó juramento de obediencia a la soberanía de la Asamblea del Año XIII y fue Eustaquio Díaz Vélez, como mayor general, quien, además de conducir la bandera celeste y blanca reconocida por la Asamblea, tomó juramento de fidelidad a la misma al general Belgrano, quién después hizo lo propio con Díaz Vélez y el resto del ejército.
 

El 20 de febrero de 1813 se libró la Batalla de Salta, en la cual Belgrano logró un triunfo completo. Esta fue la primera batalla presidida por la bandera celeste y blanca, como bandera del Ejército del Norte.
 

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