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Nueva York, la capital del mundo

Martes, 13 de marzo de 2012 21:47

No es la ciudad más linda del mundo, pero sí la más espectacular. Ni siquiera es la capital de los Estados Unidos. Pero su riqueza arquitectónica y cultural la pone en primer lugar. Es el paradigma del “sueño americano”. Su historia es muy corta, y, frente a Roma, por ejemplo, tiene poco para mostrar.

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No es la ciudad más linda del mundo, pero sí la más espectacular. Ni siquiera es la capital de los Estados Unidos. Pero su riqueza arquitectónica y cultural la pone en primer lugar. Es el paradigma del “sueño americano”. Su historia es muy corta, y, frente a Roma, por ejemplo, tiene poco para mostrar.

La mayoría la llama La Gran Manzana, y su eje fundamental reside en una pequeña isla, la de Manhattan. Es la sede de las Naciones Unidas y su idiosincrasia es tan diferente al resto de las ciudades estadounidenses que parece de otro país. Caminarla es un placer, tiene apenas 150 cuadras de largo por 15 de ancho, dentro de lo que es Manhattan. Cada año la visitan más de 50 millones de turistas, y solo París la supera en visitantes.

Recorrerla desde Central Park hasta Wall Street, sea por la Quinta Avenida o por Madison, la más elegante de todas las arterias neoyorquinas, es encontrar una variedad de paisajes y razas que la hacen la ciudad más cosmopolita del universo. Hablar español, por ejemplo, es muy fácil: lo saben 5 millones de los 20 que habitan la metrópolis.

El cine la tiene como preferida, pues allí se filmaron más de 11 mil películas. Este cronista pudo ver muchas veces a celebridades grabando a toda hora, y a una en especial: cuando Woody Allen dirigía, en plena calle, a Mia Farrow.

El que viaja puede admirarla gratuitamente desde el agua. Solo hace falta acercarse hasta el final de la isla, frente a Brooklyn, y tomar el ferry que cada quince minutos lleva a Staten Island. Desde allí el panorama es, sencillamente, maravilloso. También desde Battery Park, cerca de Wall Street, podrá navegar por unos pocos dólares hasta la Estatua de la Libertad, donada por Francia. O bien recorrerla a toda la isla, apenas en dos horas, por 15 dólares.

Del esplendor a la pobreza

Los que vieron la famosísima película “Perdidos en la noche”, con John Voight y Dustin Hoffman, recordarán cómo estos dos jóvenes, que llegaron hasta aquí procedentes de Arizona en un ómnibus de la Greyhound, observaban asombrados a los pobres de Nueva York durmiendo sobre el vapor que salía de los subtes, en la Quinta Avenida. Y miraban atónitos que frente a ellos estaba nada menos que la joyería más cara del mundo, Tiffany's, con diamantes que valían decenas de miles de dólares. Ellos, que en las primeras noches durmieron en las calles, no podían entender tanta desigualdad.

Es que, en Nueva York, también existe la pobreza. Uno de cada cinco adultos no tiene dónde dormir y uno de cada cuatro niños lo mismo. Hay 1.200 comedores que paga el municipio y 40 mil personas duermen cada noche en los albergues. Como dirían muchos, “las paradojas del capitalismo”.

El actual alcalde Bloomberg paga a cada uno de los que llegan y no tienen dónde ubicarse un billete de ida en barco, ómnibus o avión. No importa de qué país procedan. Un reconocimiento tácito a que la ciudad no puede dar lugar a todos.

En la ciudad de los rascacielos, un aspecto llamativo son los conductores de taxis, ya que la mayoría de los choferes de los 50 mil autos, siempre de color amarillo, no son estadounidenses, sino que pueden ser originarios de lugares tan disímiles como Bangladesh, Armenia o las islas Fiji. Todos tienen una ambición sin disimulo: una buena propina. Si no la reciben, el auto arrancará rápidamente bajo una catarata de insultos. El ejemplo clásico puede verse en la gran película donde Robert De Niro interpreta a un taxista, “Taxi Driver”, ese mismo De Niro que tiene varios restaurantes en el barrio de Tribeca, la zona intelectual de la ciudad.

Si quiere ver el atardecer más bonito, hay un lugar insuperable: el Empire State, ahora el edificio más alto del país luego del derrumbe de las Torres Gemelas. Desde el piso 102, usted deberá dedicar al menos dos horas a contemplar cómo se pone el sol y las luces aparecen titilando por los cuatro costados. Desde allí podrá observar Nueva Jersey, Long Island y el puente más extenso del país, el Verrazano, que une Brooklyn con Staten Island.

Cerca del Empire State, cruzando la calle, está Macy's, que luce orgullosa un cartel: “La tienda más grande del mundo”. Apenas a 200 metros está el famoso estadio Madison Square Garden, y junto a él, la estación Penn, desde donde parten los trenes de alta velocidad, llamados Acela, hacia Boston y Washington.

Latinos del mundo, uníos

Desde Times Square, en la meca de los espectáculos, centrados en su mayoría en la avenida Broadway, uno puede acceder a la estación de subte más grande del mundo, ya que allí, en cuatro niveles diferentes y por 2,45 dólares, circulan once líneas diferentes. Una de ellas parte hacia Queen's, el sector hispano por excelencia de esta megalópolis. Si uno se baja en Estación Astoria se sorprenderá porque son muy pocos los que hablan inglés. Allí podrá comprar dulce de leche, yerba mate, carne cortada en el momento, deleitarse con un café estilo italiano, o comer cualquier tipo de plato latinoamericano. Un negocio se llama Mendoza, otro Trujillo, y los mexicanos son tantos, que podríamos nombrar a varias regiones.

El barrio es tan singular que uno se siente como si estuviese en su país de origen. Aquí predominan los colombianos y los ecuatorianos, estos últimos muy apreciados porque son los mejores mozos que uno puede encontrar. Dentro de los argentinos, son mayoría los mendocinos, que, según ellos, siguen la tradición de sus padres y hermanos.

Cuando uno retorne al centro de Nueva York, descenderá en la Estación Central, la más grande del mundo, creada en 1913, una verdadera obra de arte. Tiene 41 andenes, pero 67 vías, ya que el resto está en el primer piso. Por allí pasan 600 mil personas por día, que se deleitan con su arquitectura y negocios de primerísima calidad. Hablando de trenes, el subterráneo de Nueva York es el único del mundo que circula las 24 horas y traslada diariamente a más de 5 millones de pasajeros.

Dos perlitas más: no se puede dejar de conocer dos barrios característicos, el Chino y el Italiano, y de allí dirigirse a los diques desde donde parten centenares de embarcaciones por día, que unen la ciudad con Nueva Jersey y Pensilvania.

Y otro dato: la ciudad tiene un museo extraordinario, el Metropolitan, situado junto al Central Park, en la calle 72, y muy cercano a dos hitos fundamentales: la mejor universidad, la de Columbia, y el tradicional barrio de Harlem.

El Metropolitan, donde uno paga entrada si quiere, reúne piezas del mundo entero. Suman más de dos millones y, lamentablemente, no todas llegaron con el consentimiento de los países. Uno puede ver ahí una colección tan valiosa como la de Atenas o El Cairo, que llegaron por vías “non sanctas”.

El Central Park, de cuatro kilómetros cuadrados, es un espectáculo en sí mismo, ya que encontrará gente en bicicleta, patinando, leyendo o subiéndose a un banquito para hablar espontáneamente, no importa el tema, a los que pasen.

Si todo esto le parece poco, vaya al Village, que en los alrededores de la plaza encontrará artistas, actores, jazz del mejor y restaurantes, incluso con mesas en la vereda durante el verano, que le otorgan a este sector una identidad única.

Esta es la capital del mundo, no por el número de habitantes, tampoco por su importancia política, sino porque es el eje donde se mueve la economía de la superpotencia y tiene una cultura extraordinaria, con un atractivo tal que es difícil negarse a volver.

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