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?Me siento tan sencillo como cualquier yuyo de esta tierra?

Domingo, 04 de marzo de 2012 19:48

En Santa Victoria Este, departamento Rivadavia todos conocen a Lucio Rojas. Es hijo de Higinio Rojas y Emeteria Balderrama y el padre de ocho hijos, uno de ellos, el popular cantor Jorge Rojas. Lo nombran en sus canciones "El Chaqueño" Palavecino, "El Negro" Palma, Pastor Juárez y "Coco" Gómez. Algo tiene este criollo que cuando habla todos guardan silencio para escucharlo.

Nació en el paraje La Bajada, su casa hasta el día de hoy, aunque con distinto nombre: Marca Borrada. La gente lo ve pasar en su camioneta, dejando surcos en los traicioneros caminos de la zona. Este hombre inquieto y humilde ocupa gran parte de su tiempo ayudando a los demás. Caciques le piden comida, campesinos criollos le cuentan que no tienen agua. Eso genera una gran responsabilidad y revela el alto respeto que se ganó dentro de su comunidad. El hombre que habla de manera musical parece poseído por el arquetipo del sabio, esa figura que aprende de la naturaleza, de los silencios, de los legados. Rojas recuerda mil coplas. Es amante de las carreras cuadreras y un fino contador de historias. Fue intendente y diputado provincial. Pero este gaucho de estampa solemne y sencilla solo vive para una cosa, para estar el día en que le entreguen la titularidad de sus tierras. Lucio Rojas, dice lo suyo.

Después de terminar sexto grado, Lucio Rojas se encontró con el problema que tenían todos los chicos de su edad en esa zona: no había escuela secundaria donde continuar sus estudios. En una revista encontró un cartel que decía "aprenda radio por correspondencia" y empezó a escribir a Buenos Aires, con la ilusión de recibir las primeras prácticas. "Ahí nomás me llegaron por correo las primeras lecciones y empecé a estudiar a escondidas. En la barranca del río guardaba lo que me llegaba. Tenía mi escondite y yo estaba bien dedicado", recuerda. Pero un día se cumplieron cinco meses de lecciones impagas y el secreto de Lucio se develó por fuerzas mayores. "No tenía con que pagar y mi abuelo realmente no tenía muy mucho, tan solo para comprarnos ropita y darnos de comer. Vendíamos batata, mandioca, caña dulce y alcanzaba solo para la subsistencia, pero no para meterse con cuentas afuera", remarca Rojas. Cuando se supo, su abuelo Filemon Balderrama lo sentó al pequeño Lucio, de 11 años, para conversar un rato. Le dijo que no se puede empeñar lo que no se tiene y le explicó que a la familia le iba a costar mucho pagar la deuda. "Lo había metido en un compromiso sin consultarlo. Tenía toda la razón. Pero yo bajo el poncho seguí estudiando", cuenta.

Pronto la travesura de Lucio cruzaría el monte de oreja en oreja. Un amigo de su madre, Moisés Alvarado, le regaló a escondidas la plata para que pague las lecciones que debía. "Mi abuelo no estaba de acuerdo y tenía que estudiar en la barranca del río", ilustra Rojas. Las cartas seguían llegando y también las partes necesarias para armar una radio, hasta una batería. Su abuelo seguía preocupado, tal vez temía no poder pagar el curso. Su mujer, notando esa sincera preocupación invitó al viejo Filemon a sentarse un rato y le pidió a Lucio que busque lo que estaba haciendo en la barranca. Minutos después, el changuito puso sobre la mesa una serie de cables y artefactos. Giró una perilla y apareció la magia. Por primera vez en la historia sonó la radio en el puesto criollo. Los Chalchaleros cantaban por Radio El Mundo. El abuelo como que pegó un salto, algunos perros ladraron y otros salieron disparando para el monte. "Desde lejos los perros toreaban fuerte, no entendían lo que pasaba y mi abuelo comenzó a reír a carcajadas de mi ocurrencia y atrevimiento de seguir estudiando. A lo último me dio un abrazo. Es algo que guardo muy en lo hondo. Hasta el día de hoy tengo ganas de estudiar, de aprender", dice.

En el Chaco Salteño, hoy viven algunas de las familias más carenciadas de la Argentina. También, Santa Victoria Este es uno de los pocos lugares del país en donde conviven pacíficamente cinco culturas aborígenes distintas y cientos de familias criollas campesinas, con presencia centenaria en la zona. "El chaqueño es un hombre muy humilde, tranquilo, como petrificado al lugar. Está esperanzado en la naturaleza, pensando si le dará más animalitos o si se morirán todos. Es una persona muy arrimada a las costumbres y a lo que Dios dirá. Cuando le hablan de la entrega de la tierra, han pasado tantos años, que le da lo mismo escuchar, que no escuchar", analiza Rojas. 

El lugar está sobre una triple frontera con Bolivia, Paraguay y la provincia de Formosa. Forma parte de lo que los conquistadores españoles llamaron el Gran Chaco Gualamba. Ahí vivían naciones indígenas que siempre resultaron indomables, primero para los europeos y después para el Gobierno Nacional, que envió excursiones militares al territorio hasta 1917. Luis Jorge Fontana contaba en su libro El Gran Chaco, de 1881, que los habitantes originales de ese desierto verde tenían a la libertad como único culto, incluso por encima de la vida. Fontana ilustra esta observación contando como un aborigen, que había sido amenazado por un oficial con ser quemado vivo, respondió en contestación extendiendo la pierna y metiendo el pie en el fogón.

Del otro lado del río Pilcomayo, en 1864, se libró una de las peores guerras de la historia del continente: La Guerra de la Triple Alianza. Años después, cerca de 1890, Tiburcio Balderrama, el bisabuelo de Rojas levantó, la casa en donde el fuego nunca se apaga, respaldado en un titulo provisorio que le otorgó la Nación. Lucio pasó su niñez en esa casa, con su abuelo Filemon Balderrama. "Mis padres se fueron a Bolivia buscando un lugar donde hacer vacas, porque acá no había pasturas", cuenta.

"Yo no conocí las alpargatas hasta que tuve 10 años", recordó. En esa época cruzaron a la Argentina, espantados por otra guerra, muchas de las comunidades aborígenes que hoy viven en Santa Victoria Este. Es que los vecinos, Paraguay y Bolivia, se enfrentaron durante tres años por las riquezas de esa tierra, hasta 1935. El ambiente debía haber estado espeso para esa época, en aquel rincón de Salta. En su libro El Infierno Verde, José Martin Cañas describió crudamente esa Guerra del Chaco, que se llevó 90 mil almas: "Locos de angustia no conocieron la algarabía de las batallas. Los mató la sed. Los mató el polvo arcilloso en las gargantas tumefactas. Los mató el ardor y la ciénaga, el río muerto, el hervor podrido del pantano". 

Todo eso es el chaco y ahí se crió Lucio Rojas. "El aborigen es un hombre que tiene una cultura profunda, un modo de vivir. El toba, mataco, chorote o churupí son hombres muy firmes, muy respetuosos, tranquilos y muy humildes también. Es decir que tiene muchas similitudes con el campesino criollo. Las leyes y los compromisos sociales lo están transformando un poco. Pero la mayoría de los aborígenes tienen su propia cultura. Hay que tener mucho cuidado y mucho respeto, no avasallarlos, ni imponerles nada. Hay ciertas cosas que el aborigen tiene muy en claro: su cultura, el manejo de su familia o de su mujer. El aborigen tiene menos prohibiciones, para ellos son naturales cosas que no lo son para nosotros. Son de una cultura muy seria, muy de adentro de ellos", reflexiona.  

Hoy, en el chaco salteño, la batalla de sus habitantes, que lleva más de 20 años y que puede durar varios más, es por la propiedad de las tierras. En las 600 mil hectáreas los lotes fiscales 55 y 14 viven 52 comunidades indígenas y 462 familias criollas instaladas desde 1906. El Estado, por medio de la Unidad Ejecutor Provincial, busca delimitar cual es el territorio de las comunidades originarias y cual el del las familias criollas.

"Desde que tengo uso de razón, nunca he visto una cosa mala entre criollos y aborígenes. Por supuesto que hubo algunas peleas, con bastante tragos encima, pero nunca se enfrentó una comunidad aborigen con otra criolla. Hay algunos cuentos de la época de la conquista, con los militares. Pero lo que mis ojos han visto es que acá se vive con tranquilidad, en armonía y en paz. No existe tensión, ni en este momento tan crucial para nosotros como es la lucha por las tierras. Solo existe el deseo de que el Gobierno arregle el tema. Entre nosotros ya arreglamos todo, ahora el Gobierno tiene que actuar", dice Lucio Rojas.  

En 1998, la discusión llegó hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, por una presentación de la Asociación de Comunidades Aborígenes Lhaka Honhat. En 2007 se alcanzó un acuerdo que estableció que quedarían para las comunidades 400.000 hectáreas y 243.000 para las familias criollas, algunas de las cuales debían reubicarse con la promesa de contar con los servicios básicos, cosa que hasta el momento no pasó. 

La lucha por las tierras es el desvelo de Lucio Rojas. "Espero estar vivo el día que entreguen la tierra a sus dueños, ese es mi máximo anhelo", dijo. Usa un sombrero de ala chica. Viste camisa, bombachas y botas. Por las noches no se pierde un capítulo de "Bonanza", su serie de televisión favorita. Cuando suena un violín Lucio Rojas tiene para apenarse. Muchos violineros han muerto, como "El Negro" Gómez, "El violín mayor del chaco salteño". Los recuerdos, se podría decir, se le notan en la cara y en su copla favorita: "Cuando más profundo es el pozo, más fresquita sale el agua. Cuando más solo me encuentro, más firmes son mis palabras". 
  


¿Qué decisión ayudaría en el acto a Santa Victoria Este?

La construcción de caminos; caminos y más caminos. Hace falta luz y agua para todas las comunidades. El agua es la carencia más primordial. Familias de criollos y aborígenes viven llorando por el agua. En estos momentos hay lluvias, pero en invierno es duro. No hay agua ni para tomar. Gente anda tres leguas por un bidoncito de agua. Es lamentable.  

¿Qué experiencias le dejó su paso por la intendencia con el retorno de la democracia en 1983?

Estuve 23 meses de intendente. Veía la necesidad de pelear por la creación de un colegio secundario para los chicos que terminaban la primaria. Había 25 escuelas que estaban pariendo diez chicos al año que no tenían donde estudiar. Logramos eso y la pista de aviación. Acá los chicos se morían. Había un solo enfermero y teníamos que buscar un camión para poder salir hasta Tartagal. También abrimos varias salas de primeros auxilios. Me quedó un experiencia buena pero no saludable. He peleado mucho. Mi error más grande fue abandonar la intendencia para se diputado provincial, mis proyectos siempre quedaban para lo último.   

¿Volvería a la política?

No. Mi sueño dorado es que se regularice el tema de las tierras, ojalá se cumpla antes de que me muera. La transformación llegaría si nos entregan las tierras. Ya tenemos más de 80 proyectos presentados y con eso podemos transformar al chaco salteño, entre criollos y aborígenes. Podríamos ser proveedores de carne de toda la nación. Hay 600.000 hectáreas, con buenas tierras y buena gente, con ganas de trabajar. Podríamos ser la mejor zona ganadera de Salta. Pero se demora tanto esto, que vivimos como soñando. Sin la entrega de las tierras no podemos invertir en algo que no sabemos que es nuestro. No se que es lo que falta para que entreguen las tierras. Una vez que eso pase ya cada comunidad tiene pensado sus proyectos para trabajar. Hay mucho trabajo hecho y muchos acuerdos alcanzados desde hace muchos años. Tenemos el horno listo y el pan está, pero no hay nadie que meta el pan al horno. 

¿Cuál piensa que fue el error, por parte del Gobierno?

Ahora entiendo que hay nuevas autoridades, no se si son los mismos que manejaban el tema antes. Creo que se equivocaron en tratar por separado a los aborígenes y a los criollos, hay que unirlos más. Estamos muy hermanados, hemos crecido juntos. También pasa que buscan consejos en gente de afuera, que dice que vivimos peleando entre nosotros. Pero el desacuerdo más grande que tengo con el Gobierno es por la demora. 

¿Esta lucha le trae problemas personales?

Yo siempre hablé de mi lucha con mis hijos. Ellos la conocen. Me vieron discutir, conversar, en reuniones. Es muy posible que sientan el mismo dolor. Pero a mi no me gusta meterlos a ellos en este compromiso, para nada.

¿Qué es para usted la copla?

Para mi la copla es desembuchar un sentimiento grande, una pena, una alegría, un dolor. A través de la copla uno larga algo para que se escuche, es un lamento. Me gustan mucho las coplas de amor. "Quisiera calarlo al palo, como se cala al melón. Quisiera calar tu pecho y hablar con tu corazón". 

¿Porqué piensa que la zona dio tantos músicos famosos?


El violín y el bombo son cosa seria en el chaco, ya son nativos de la zona. No se de donde vinieron, pero acá han hecho mucho cuerpo, se han hecho grandes en esta tierra. Acá es como la madre de las salamancas, de tanto que se escucha el bombo y el violín. Desde que tengo uso de razón, donde había bombo y violín había fiesta. La gente se arrimaba a caballo o a pié. Llegaban con regalitos para el dueño de la casa: un poco de carne, bollo, biscocho, empanadas, empanadillas. Es un gesto de colaboración, pero también como para adorarlo al dueño, para que siga haciendo eso. Hasta el día de hoy se ve, aunque también se transforma eso en peñas o festivales. Pero cuando era chico nos acarreábamos todos. Era un movimiento importante. Íbamos con mis abuelitos, nos arreglábamos, porque era una fiesta. Cuando escucho un buen violinero, como sabía ser El Negro Gómez por acá, se me hace escalofríos el espinazo. De solo escuchar me hacen escalofríos. Después está el bombo. Al bombo yo le tengo mucho respeto. El bombo es como que te llama, te invita. 

¿Puede revelar algún secreto del chaco?

"Un secreto de tu pecho no le cuentes a tu amigo. Porque en el primer disgusto te va salir de testigo", dice una copla. Hay muchos secretos en el chaco. Hay algunos que son creación de Dios. Uno de los secretos que me gustaría saber es porque canta el gallo, que lo mueve para cantar al alba. No lo puedo descubrir. Hay muchas cosas muy hermosas en el campo.

¿Como explica su pasión por las carreras cuadreras?


Mi cancha de carreras fue hecha por mi abuelo. Ahí corría "El Curipa", el caballo de él. Mi papá no ha sido de carreras, pero mi mamá si, tenía alma de carrerista y de cantora. Era más arrimada a esa cultura.  Es como una cuestión hereditaria de nuestros antepasados. Antes, se ve, que si un puestero de por aquí tenía un caballito bueno se desafiaba con el puestero de por allá. Era distinto. Era de pelear la cosa. El día que se armaba la carrera ya eran contrarios acérrimos. Podían llegar a matarse también, por detrás de la carrera. Se producían pérdidas. Pero hoy ya no. La carrera cuadrera es cada vez más educada, más linda. Se corren las carreras para buscar ser más amigo del que se invita a correr. Me encantan las carreras, las voy a ver aún estando enfermo. Está permanente esta costumbre en el chaco y cada día es más. Pero va cambiando. Fíjese que antes al caballo se lo educaba con otro caballo, el parejero, como le dicen. Ahora de parejero usan una moto. 

 ¿Qué se siente que lo nombren en canciones?

Creo que es un compromiso, porque ya me empiezan a dar un título de famoso y yo no me siento famoso. Me siento tan algarrobo, tan mistól, tan chañar, tan sencillo y chiquito como cualquier yuyo de esta tierra.

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En Santa Victoria Este, departamento Rivadavia todos conocen a Lucio Rojas. Es hijo de Higinio Rojas y Emeteria Balderrama y el padre de ocho hijos, uno de ellos, el popular cantor Jorge Rojas. Lo nombran en sus canciones "El Chaqueño" Palavecino, "El Negro" Palma, Pastor Juárez y "Coco" Gómez. Algo tiene este criollo que cuando habla todos guardan silencio para escucharlo.

Nació en el paraje La Bajada, su casa hasta el día de hoy, aunque con distinto nombre: Marca Borrada. La gente lo ve pasar en su camioneta, dejando surcos en los traicioneros caminos de la zona. Este hombre inquieto y humilde ocupa gran parte de su tiempo ayudando a los demás. Caciques le piden comida, campesinos criollos le cuentan que no tienen agua. Eso genera una gran responsabilidad y revela el alto respeto que se ganó dentro de su comunidad. El hombre que habla de manera musical parece poseído por el arquetipo del sabio, esa figura que aprende de la naturaleza, de los silencios, de los legados. Rojas recuerda mil coplas. Es amante de las carreras cuadreras y un fino contador de historias. Fue intendente y diputado provincial. Pero este gaucho de estampa solemne y sencilla solo vive para una cosa, para estar el día en que le entreguen la titularidad de sus tierras. Lucio Rojas, dice lo suyo.

Después de terminar sexto grado, Lucio Rojas se encontró con el problema que tenían todos los chicos de su edad en esa zona: no había escuela secundaria donde continuar sus estudios. En una revista encontró un cartel que decía "aprenda radio por correspondencia" y empezó a escribir a Buenos Aires, con la ilusión de recibir las primeras prácticas. "Ahí nomás me llegaron por correo las primeras lecciones y empecé a estudiar a escondidas. En la barranca del río guardaba lo que me llegaba. Tenía mi escondite y yo estaba bien dedicado", recuerda. Pero un día se cumplieron cinco meses de lecciones impagas y el secreto de Lucio se develó por fuerzas mayores. "No tenía con que pagar y mi abuelo realmente no tenía muy mucho, tan solo para comprarnos ropita y darnos de comer. Vendíamos batata, mandioca, caña dulce y alcanzaba solo para la subsistencia, pero no para meterse con cuentas afuera", remarca Rojas. Cuando se supo, su abuelo Filemon Balderrama lo sentó al pequeño Lucio, de 11 años, para conversar un rato. Le dijo que no se puede empeñar lo que no se tiene y le explicó que a la familia le iba a costar mucho pagar la deuda. "Lo había metido en un compromiso sin consultarlo. Tenía toda la razón. Pero yo bajo el poncho seguí estudiando", cuenta.

Pronto la travesura de Lucio cruzaría el monte de oreja en oreja. Un amigo de su madre, Moisés Alvarado, le regaló a escondidas la plata para que pague las lecciones que debía. "Mi abuelo no estaba de acuerdo y tenía que estudiar en la barranca del río", ilustra Rojas. Las cartas seguían llegando y también las partes necesarias para armar una radio, hasta una batería. Su abuelo seguía preocupado, tal vez temía no poder pagar el curso. Su mujer, notando esa sincera preocupación invitó al viejo Filemon a sentarse un rato y le pidió a Lucio que busque lo que estaba haciendo en la barranca. Minutos después, el changuito puso sobre la mesa una serie de cables y artefactos. Giró una perilla y apareció la magia. Por primera vez en la historia sonó la radio en el puesto criollo. Los Chalchaleros cantaban por Radio El Mundo. El abuelo como que pegó un salto, algunos perros ladraron y otros salieron disparando para el monte. "Desde lejos los perros toreaban fuerte, no entendían lo que pasaba y mi abuelo comenzó a reír a carcajadas de mi ocurrencia y atrevimiento de seguir estudiando. A lo último me dio un abrazo. Es algo que guardo muy en lo hondo. Hasta el día de hoy tengo ganas de estudiar, de aprender", dice.

En el Chaco Salteño, hoy viven algunas de las familias más carenciadas de la Argentina. También, Santa Victoria Este es uno de los pocos lugares del país en donde conviven pacíficamente cinco culturas aborígenes distintas y cientos de familias criollas campesinas, con presencia centenaria en la zona. "El chaqueño es un hombre muy humilde, tranquilo, como petrificado al lugar. Está esperanzado en la naturaleza, pensando si le dará más animalitos o si se morirán todos. Es una persona muy arrimada a las costumbres y a lo que Dios dirá. Cuando le hablan de la entrega de la tierra, han pasado tantos años, que le da lo mismo escuchar, que no escuchar", analiza Rojas. 

El lugar está sobre una triple frontera con Bolivia, Paraguay y la provincia de Formosa. Forma parte de lo que los conquistadores españoles llamaron el Gran Chaco Gualamba. Ahí vivían naciones indígenas que siempre resultaron indomables, primero para los europeos y después para el Gobierno Nacional, que envió excursiones militares al territorio hasta 1917. Luis Jorge Fontana contaba en su libro El Gran Chaco, de 1881, que los habitantes originales de ese desierto verde tenían a la libertad como único culto, incluso por encima de la vida. Fontana ilustra esta observación contando como un aborigen, que había sido amenazado por un oficial con ser quemado vivo, respondió en contestación extendiendo la pierna y metiendo el pie en el fogón.

Del otro lado del río Pilcomayo, en 1864, se libró una de las peores guerras de la historia del continente: La Guerra de la Triple Alianza. Años después, cerca de 1890, Tiburcio Balderrama, el bisabuelo de Rojas levantó, la casa en donde el fuego nunca se apaga, respaldado en un titulo provisorio que le otorgó la Nación. Lucio pasó su niñez en esa casa, con su abuelo Filemon Balderrama. "Mis padres se fueron a Bolivia buscando un lugar donde hacer vacas, porque acá no había pasturas", cuenta.

"Yo no conocí las alpargatas hasta que tuve 10 años", recordó. En esa época cruzaron a la Argentina, espantados por otra guerra, muchas de las comunidades aborígenes que hoy viven en Santa Victoria Este. Es que los vecinos, Paraguay y Bolivia, se enfrentaron durante tres años por las riquezas de esa tierra, hasta 1935. El ambiente debía haber estado espeso para esa época, en aquel rincón de Salta. En su libro El Infierno Verde, José Martin Cañas describió crudamente esa Guerra del Chaco, que se llevó 90 mil almas: "Locos de angustia no conocieron la algarabía de las batallas. Los mató la sed. Los mató el polvo arcilloso en las gargantas tumefactas. Los mató el ardor y la ciénaga, el río muerto, el hervor podrido del pantano". 

Todo eso es el chaco y ahí se crió Lucio Rojas. "El aborigen es un hombre que tiene una cultura profunda, un modo de vivir. El toba, mataco, chorote o churupí son hombres muy firmes, muy respetuosos, tranquilos y muy humildes también. Es decir que tiene muchas similitudes con el campesino criollo. Las leyes y los compromisos sociales lo están transformando un poco. Pero la mayoría de los aborígenes tienen su propia cultura. Hay que tener mucho cuidado y mucho respeto, no avasallarlos, ni imponerles nada. Hay ciertas cosas que el aborigen tiene muy en claro: su cultura, el manejo de su familia o de su mujer. El aborigen tiene menos prohibiciones, para ellos son naturales cosas que no lo son para nosotros. Son de una cultura muy seria, muy de adentro de ellos", reflexiona.  

Hoy, en el chaco salteño, la batalla de sus habitantes, que lleva más de 20 años y que puede durar varios más, es por la propiedad de las tierras. En las 600 mil hectáreas los lotes fiscales 55 y 14 viven 52 comunidades indígenas y 462 familias criollas instaladas desde 1906. El Estado, por medio de la Unidad Ejecutor Provincial, busca delimitar cual es el territorio de las comunidades originarias y cual el del las familias criollas.

"Desde que tengo uso de razón, nunca he visto una cosa mala entre criollos y aborígenes. Por supuesto que hubo algunas peleas, con bastante tragos encima, pero nunca se enfrentó una comunidad aborigen con otra criolla. Hay algunos cuentos de la época de la conquista, con los militares. Pero lo que mis ojos han visto es que acá se vive con tranquilidad, en armonía y en paz. No existe tensión, ni en este momento tan crucial para nosotros como es la lucha por las tierras. Solo existe el deseo de que el Gobierno arregle el tema. Entre nosotros ya arreglamos todo, ahora el Gobierno tiene que actuar", dice Lucio Rojas.  

En 1998, la discusión llegó hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, por una presentación de la Asociación de Comunidades Aborígenes Lhaka Honhat. En 2007 se alcanzó un acuerdo que estableció que quedarían para las comunidades 400.000 hectáreas y 243.000 para las familias criollas, algunas de las cuales debían reubicarse con la promesa de contar con los servicios básicos, cosa que hasta el momento no pasó. 

La lucha por las tierras es el desvelo de Lucio Rojas. "Espero estar vivo el día que entreguen la tierra a sus dueños, ese es mi máximo anhelo", dijo. Usa un sombrero de ala chica. Viste camisa, bombachas y botas. Por las noches no se pierde un capítulo de "Bonanza", su serie de televisión favorita. Cuando suena un violín Lucio Rojas tiene para apenarse. Muchos violineros han muerto, como "El Negro" Gómez, "El violín mayor del chaco salteño". Los recuerdos, se podría decir, se le notan en la cara y en su copla favorita: "Cuando más profundo es el pozo, más fresquita sale el agua. Cuando más solo me encuentro, más firmes son mis palabras". 
  


¿Qué decisión ayudaría en el acto a Santa Victoria Este?

La construcción de caminos; caminos y más caminos. Hace falta luz y agua para todas las comunidades. El agua es la carencia más primordial. Familias de criollos y aborígenes viven llorando por el agua. En estos momentos hay lluvias, pero en invierno es duro. No hay agua ni para tomar. Gente anda tres leguas por un bidoncito de agua. Es lamentable.  

¿Qué experiencias le dejó su paso por la intendencia con el retorno de la democracia en 1983?

Estuve 23 meses de intendente. Veía la necesidad de pelear por la creación de un colegio secundario para los chicos que terminaban la primaria. Había 25 escuelas que estaban pariendo diez chicos al año que no tenían donde estudiar. Logramos eso y la pista de aviación. Acá los chicos se morían. Había un solo enfermero y teníamos que buscar un camión para poder salir hasta Tartagal. También abrimos varias salas de primeros auxilios. Me quedó un experiencia buena pero no saludable. He peleado mucho. Mi error más grande fue abandonar la intendencia para se diputado provincial, mis proyectos siempre quedaban para lo último.   

¿Volvería a la política?

No. Mi sueño dorado es que se regularice el tema de las tierras, ojalá se cumpla antes de que me muera. La transformación llegaría si nos entregan las tierras. Ya tenemos más de 80 proyectos presentados y con eso podemos transformar al chaco salteño, entre criollos y aborígenes. Podríamos ser proveedores de carne de toda la nación. Hay 600.000 hectáreas, con buenas tierras y buena gente, con ganas de trabajar. Podríamos ser la mejor zona ganadera de Salta. Pero se demora tanto esto, que vivimos como soñando. Sin la entrega de las tierras no podemos invertir en algo que no sabemos que es nuestro. No se que es lo que falta para que entreguen las tierras. Una vez que eso pase ya cada comunidad tiene pensado sus proyectos para trabajar. Hay mucho trabajo hecho y muchos acuerdos alcanzados desde hace muchos años. Tenemos el horno listo y el pan está, pero no hay nadie que meta el pan al horno. 

¿Cuál piensa que fue el error, por parte del Gobierno?

Ahora entiendo que hay nuevas autoridades, no se si son los mismos que manejaban el tema antes. Creo que se equivocaron en tratar por separado a los aborígenes y a los criollos, hay que unirlos más. Estamos muy hermanados, hemos crecido juntos. También pasa que buscan consejos en gente de afuera, que dice que vivimos peleando entre nosotros. Pero el desacuerdo más grande que tengo con el Gobierno es por la demora. 

¿Esta lucha le trae problemas personales?

Yo siempre hablé de mi lucha con mis hijos. Ellos la conocen. Me vieron discutir, conversar, en reuniones. Es muy posible que sientan el mismo dolor. Pero a mi no me gusta meterlos a ellos en este compromiso, para nada.

¿Qué es para usted la copla?

Para mi la copla es desembuchar un sentimiento grande, una pena, una alegría, un dolor. A través de la copla uno larga algo para que se escuche, es un lamento. Me gustan mucho las coplas de amor. "Quisiera calarlo al palo, como se cala al melón. Quisiera calar tu pecho y hablar con tu corazón". 

¿Porqué piensa que la zona dio tantos músicos famosos?


El violín y el bombo son cosa seria en el chaco, ya son nativos de la zona. No se de donde vinieron, pero acá han hecho mucho cuerpo, se han hecho grandes en esta tierra. Acá es como la madre de las salamancas, de tanto que se escucha el bombo y el violín. Desde que tengo uso de razón, donde había bombo y violín había fiesta. La gente se arrimaba a caballo o a pié. Llegaban con regalitos para el dueño de la casa: un poco de carne, bollo, biscocho, empanadas, empanadillas. Es un gesto de colaboración, pero también como para adorarlo al dueño, para que siga haciendo eso. Hasta el día de hoy se ve, aunque también se transforma eso en peñas o festivales. Pero cuando era chico nos acarreábamos todos. Era un movimiento importante. Íbamos con mis abuelitos, nos arreglábamos, porque era una fiesta. Cuando escucho un buen violinero, como sabía ser El Negro Gómez por acá, se me hace escalofríos el espinazo. De solo escuchar me hacen escalofríos. Después está el bombo. Al bombo yo le tengo mucho respeto. El bombo es como que te llama, te invita. 

¿Puede revelar algún secreto del chaco?

"Un secreto de tu pecho no le cuentes a tu amigo. Porque en el primer disgusto te va salir de testigo", dice una copla. Hay muchos secretos en el chaco. Hay algunos que son creación de Dios. Uno de los secretos que me gustaría saber es porque canta el gallo, que lo mueve para cantar al alba. No lo puedo descubrir. Hay muchas cosas muy hermosas en el campo.

¿Como explica su pasión por las carreras cuadreras?


Mi cancha de carreras fue hecha por mi abuelo. Ahí corría "El Curipa", el caballo de él. Mi papá no ha sido de carreras, pero mi mamá si, tenía alma de carrerista y de cantora. Era más arrimada a esa cultura.  Es como una cuestión hereditaria de nuestros antepasados. Antes, se ve, que si un puestero de por aquí tenía un caballito bueno se desafiaba con el puestero de por allá. Era distinto. Era de pelear la cosa. El día que se armaba la carrera ya eran contrarios acérrimos. Podían llegar a matarse también, por detrás de la carrera. Se producían pérdidas. Pero hoy ya no. La carrera cuadrera es cada vez más educada, más linda. Se corren las carreras para buscar ser más amigo del que se invita a correr. Me encantan las carreras, las voy a ver aún estando enfermo. Está permanente esta costumbre en el chaco y cada día es más. Pero va cambiando. Fíjese que antes al caballo se lo educaba con otro caballo, el parejero, como le dicen. Ahora de parejero usan una moto. 

 ¿Qué se siente que lo nombren en canciones?

Creo que es un compromiso, porque ya me empiezan a dar un título de famoso y yo no me siento famoso. Me siento tan algarrobo, tan mistól, tan chañar, tan sencillo y chiquito como cualquier yuyo de esta tierra.

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