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Mitos geográficos del norte argentino

Domingo, 15 de abril de 2012 21:42

Existen muchos mitos, leyendas y creencias populares que se arraigan con fuerza en el imaginario colectivo. En el norte argentino se registran varios de ellos, que se trasladan de boca en boca a lo largo de las generaciones. Aun cuando tienen explicaciones perfectamente racionales, la fuerza de la magia que transmiten los hace de una riqueza y una poesía que muchas veces resultan subyugantes. No es posible abarcar el amplio espectro de temas, lo que nos fuerza a una síntesis que cada uno podrá personalmente enriquecer. Uno de ellos está relacionado con el mar. Es común escuchar que los salares de la Puna son restos de antiguos mares; o que todavía quedan algunos “ojos de mar”, o bien frases como aquellas de que “antes todo esto era mar”. Efectivamente, antes todo era mar en el norte argentino, pero estamos hablando de cientos de millones de años atrás. Nuestra paleogeografía nos muestra que muchas veces la región estuvo a decenas de metros (playas, plataformas), centenares de metros en mar abierto, e incluso a miles de metros de profundidad en los fondos abisales. Desde el Precámbrico hasta fines de la Era Paleozoica, esto es, desde unos 600 hasta 300 millones de años atrás, la región fue cubierta repetidas veces por el mar, como lo demuestran las rocas y los fósiles de origen marino (trilobites, braquiópodos), dispersos a lo largo y ancho de nuestra geografía, y, sin ir más lejos, en las capas arcillosas del cerro San Bernardo. El mar volvió a insinuarse cubriendo parte del NOA en la época de los dinosaurios, al tiempo del depósito de las calizas amarillas de la Formación Yacoraite, unidad geológica rica en uranio, cobre y petróleo. 

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Existen muchos mitos, leyendas y creencias populares que se arraigan con fuerza en el imaginario colectivo. En el norte argentino se registran varios de ellos, que se trasladan de boca en boca a lo largo de las generaciones. Aun cuando tienen explicaciones perfectamente racionales, la fuerza de la magia que transmiten los hace de una riqueza y una poesía que muchas veces resultan subyugantes. No es posible abarcar el amplio espectro de temas, lo que nos fuerza a una síntesis que cada uno podrá personalmente enriquecer. Uno de ellos está relacionado con el mar. Es común escuchar que los salares de la Puna son restos de antiguos mares; o que todavía quedan algunos “ojos de mar”, o bien frases como aquellas de que “antes todo esto era mar”. Efectivamente, antes todo era mar en el norte argentino, pero estamos hablando de cientos de millones de años atrás. Nuestra paleogeografía nos muestra que muchas veces la región estuvo a decenas de metros (playas, plataformas), centenares de metros en mar abierto, e incluso a miles de metros de profundidad en los fondos abisales. Desde el Precámbrico hasta fines de la Era Paleozoica, esto es, desde unos 600 hasta 300 millones de años atrás, la región fue cubierta repetidas veces por el mar, como lo demuestran las rocas y los fósiles de origen marino (trilobites, braquiópodos), dispersos a lo largo y ancho de nuestra geografía, y, sin ir más lejos, en las capas arcillosas del cerro San Bernardo. El mar volvió a insinuarse cubriendo parte del NOA en la época de los dinosaurios, al tiempo del depósito de las calizas amarillas de la Formación Yacoraite, unidad geológica rica en uranio, cobre y petróleo. 

Mares de sal

Los salares de la Puna, a pesar de ser espléndidas superficies de sal blanca y pura, no tienen absolutamente nada que ver con el mar. Por el contrario, son el resultado de las sales formadas por las emanaciones de los fluidos volcánicos, en los que el cloro, carbono, azufre y boro dieron lugar a la formación de cloruros (sal común), carbonatos, sulfatos y boratos. El mar se retiró hace tanto tiempo que ningún rasgo erosivo actual del norte argentino tiene nada que ver con su acción dinámica. Esto en razón de que se escucha muchas veces mencionar a formas de la Quebrada de las Conchas, en la ruta a Cafayate, tales como el Anfiteatro o la Garganta del Diablo, en carácter de “grutas de origen marino”. En verdad son cascadas formadas en un tiempo más reciente y húmedo por la acción fluvial durante los periodos de desglaciación del Pleistoceno. Por su parte, los llamados “ojos de mar” no son otra cosa que vertientes de aguas salobres a saladas, generalmente en el borde de los salares, a las cuales se conoce como puquios o pugios. Por estar en el medio de la Puna y a más de 3.700 metros de altura, su relación con el mar es nula si recurrimos simplemente a la física de los vasos comunicantes. La forma de los “ojos”, su profundidad, el color verde a turquesa y el sabor salado del agua fue lo que llevó a su curiosa designación, que no pasa de una bonita metáfora. Pasa con la profundidad algo que se repite para algunas lagunas a las que se les atribuye no tener fondo. Uno de los ejemplos es la de Brealito. En verdad todas tienen fondo y tampoco son tan profundas como se cree. Otro punto común es llamar volcanes a cerros que no lo son. El San Bernardo, frente a la ciudad de Salta, se ha mantenido en el imaginario colectivo como un volcán. Nada más lejos de la realidad, ya que un volcán está íntegramente construido por rocas volcánicas y el cerro salteño lo está por una sucesión de viejas rocas del Paleozoico inferior (Ordovícico), pletóricas de fósiles marinos. También el Acay, en el borde de la Puna y a su vez naciente del río Calchaquí, es mencionado asiduamente como un volcán, cuando en realidad es un intrusivo magmático que penetró y deformó las rocas de la región. Del mismo origen, aunque mucho más viejos, son el Cachi y el Chañi. Un cerro pequeño, con forma de volcán, es el Cono de Arita, en el salar de Arizaro, al cual se le ha dado toda clase de orígenes, aunque el más disparatado es el de ser una pirámide construida por los extraterrestres. Es común encontrar en el campo que a uno le muestren un manantial al cual atribuyen la cualidad de tener el agua caliente en el invierno y fría en el verano. En realidad, el agua sale del interior de la tierra siempre a la misma temperatura, pero en verano, al estar el aire muy caliente, el agua da la sensación de que está helada; y viceversa, en el invierno, al estar el aire muy frío, el agua pareciera estar caliente, más aún con la presencia de vapor.

Distinto es el caso de las aguas termales, las que salen a mayor temperatura, algunas cerca del punto de ebullición, por un fenómeno geotérmico interno. Obviamente en invierno se tiene la sensación de que están más calientes de lo que realmente están.

También se escucha decir que en ciertos lugares el agua sube en contra de la pendiente. Nada más ajeno a la realidad, ya que precisamente una de las virtudes del agua es esa, la de bajar desde un punto más alto hacia otro más bajo, base del transporte y la irrigación desde las andenerías incaicas hasta los acueductos romanos. Muchas veces la perspectiva de canales y acequias que corren ajustados a una curva de nivel dan ese fenómeno óptico. Otro tema común en el campo es el de atribuir cualquier cueva natural a la Salamanca. Las montañas y quebradas del norte andino están llenas de oquedades de formas y profundidades diferentes.

Muchas de ellas se conocen con el nombre de “La Salamanca” y hacen referencia a una leyenda muy enraizada que tiene que ver con una entrada al averno. La versión cambia de lugar a lugar, pero en general coincide con bellas mujeres que invitan a pasar al forastero al interior para ser agasajado con placeres y riquezas pero finalmente adentro se transforman en horrorosas brujas, acompañadas por una enorme serpiente, que le obligan a vender su alma al diablo. Otros huecos con forma de cráter son atribuidos en forma generalizada a caída de meteoritos, cuando estos en realidad son la excepción y no la regla.

A todo lo visto podemos sumar el caso de la “Mujer de Piedra de Esteco”, grietas atribuidas a terremotos que no son, manantiales sulfurados de imperio diabólico, cañones fluviales formados por las “aguas del diluvio universal”, dunas cantoras y muchos otros como parte del rico folclore mítico y geográfico de los Andes del norte argentino.

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