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Hogar San Antonio de Padua

Viernes, 20 de abril de 2012 22:38

Nelly de López es la encargada del Hogar de Ancianas San Antonio de Padua, que funciona gracias a las donaciones de algunas personas o de instituciones educativas. No recibe ningún tipo de ayuda de la Provincia. Allí trabajan cuatro personas, que se ocupan de atender a 25 señoras.

Las abuelas de este hogar viven muy cómodamente en esa gran casona que está en el centro de la ciudad pero, como todos, tienen algunos días tristes, esos que les provocan los recuerdos de sus familiares, que cada vez vienen con menor frecuencia a visitarlas. “Es muy difícil trabajar con personas de la tercera edad. Uno debe tener una manera muy especial para tratarlas, son como niños”, dijo López. Afortunadamente, la mayoría de las señoras que viven en este hogar están bien de salud.

Todas cobran alguna pensión y reciben la atención médica necesaria. “Quizás haría falta la colaboración de un médico que trabaje ad honorem por las abuelitas, pero es algo muy difícil de conseguir”, dijo la mujer. Los lazos afectivos que se crean entre ellas son muy fuertes, sienten ya que son una gran familia. “La convivencia es como cualquiera. Tienen momentos en los que están revolucionadas y pueden llegar a tener discusiones, pero se quieren mucho y se acompañan”, dijo Nelly.

Pero acostumbrarse a vivir allí no es fácil. Las familias de cada abuelita las dejan ahí para siempre. Las visitas son frecuentes al principio, más tarde viene el olvido. “Cada vez que llega alguna persona trayendo a una abuelita le preguntamos qué motivó esa determinación. Con las respuestas que recibimos solo podemos interpretar que la sociedad siente a los abuelitos como estorbos”, concluyó.

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Nelly de López es la encargada del Hogar de Ancianas San Antonio de Padua, que funciona gracias a las donaciones de algunas personas o de instituciones educativas. No recibe ningún tipo de ayuda de la Provincia. Allí trabajan cuatro personas, que se ocupan de atender a 25 señoras.

Las abuelas de este hogar viven muy cómodamente en esa gran casona que está en el centro de la ciudad pero, como todos, tienen algunos días tristes, esos que les provocan los recuerdos de sus familiares, que cada vez vienen con menor frecuencia a visitarlas. “Es muy difícil trabajar con personas de la tercera edad. Uno debe tener una manera muy especial para tratarlas, son como niños”, dijo López. Afortunadamente, la mayoría de las señoras que viven en este hogar están bien de salud.

Todas cobran alguna pensión y reciben la atención médica necesaria. “Quizás haría falta la colaboración de un médico que trabaje ad honorem por las abuelitas, pero es algo muy difícil de conseguir”, dijo la mujer. Los lazos afectivos que se crean entre ellas son muy fuertes, sienten ya que son una gran familia. “La convivencia es como cualquiera. Tienen momentos en los que están revolucionadas y pueden llegar a tener discusiones, pero se quieren mucho y se acompañan”, dijo Nelly.

Pero acostumbrarse a vivir allí no es fácil. Las familias de cada abuelita las dejan ahí para siempre. Las visitas son frecuentes al principio, más tarde viene el olvido. “Cada vez que llega alguna persona trayendo a una abuelita le preguntamos qué motivó esa determinación. Con las respuestas que recibimos solo podemos interpretar que la sociedad siente a los abuelitos como estorbos”, concluyó.

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