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Mujeres que marcan diferencia en el fútbol

Domingo, 22 de abril de 2012 22:50

“Apagá ese tele y dejá de ver fútbol”, les dicen la mayoría de las mujeres a sus maridos. Sin embargo hay excepciones y una de ellas es Beti. Ella tiene 42 años, está casada con Raúl, tiene seis hijos y forma parte del personal de maestranza de una empresa. Hasta entonces parece una mujer común y corriente; pero no lo es: ella ama el fútbol y es miembro del equipo femenino de Juventud junto a sus tres hijas. Curioso ¿no?
“Al principio me daba vergüenza venir a entrenar, pero mis hijas me animaron y me sumé. Amo el deporte, mucho más el fútbol; desde chica jugué con mis hermanas y es mi cable a tierra”, relató Beti. Ella junto a sus hijas: Carolina (23), Gabriela (17) y Yanina (15) son chicas diferentes: su pasión es el fútbol.
“Jugar con nuestra mamá es lo más. Saber que nuestra familia nos apoya en lo que nos gusta es hermoso”, explicaron Carolina y Yanina.
 

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“Apagá ese tele y dejá de ver fútbol”, les dicen la mayoría de las mujeres a sus maridos. Sin embargo hay excepciones y una de ellas es Beti. Ella tiene 42 años, está casada con Raúl, tiene seis hijos y forma parte del personal de maestranza de una empresa. Hasta entonces parece una mujer común y corriente; pero no lo es: ella ama el fútbol y es miembro del equipo femenino de Juventud junto a sus tres hijas. Curioso ¿no?
“Al principio me daba vergüenza venir a entrenar, pero mis hijas me animaron y me sumé. Amo el deporte, mucho más el fútbol; desde chica jugué con mis hermanas y es mi cable a tierra”, relató Beti. Ella junto a sus hijas: Carolina (23), Gabriela (17) y Yanina (15) son chicas diferentes: su pasión es el fútbol.
“Jugar con nuestra mamá es lo más. Saber que nuestra familia nos apoya en lo que nos gusta es hermoso”, explicaron Carolina y Yanina.
 

Las Orellana juegan en Juventud y atraviesan todas las desigualdades propias del fútbol femenino. Gracias a que pertenecen a un club “grande” por lo menos cuentan con un espacio mínimo para entrenar (el lugar que está entre el gimnasio y la secretaría de la institución porque no las dejan utilizar el campo de juego). Pero no tienen un baño: en los vestuarios que utilizan solamente hay mingitorios y para tener una práctica de fútbol deben trasladarse hasta el barrio Pablo Saravia, donde les ceden una canchita. Sin embargo, las chicas del santo entrenan en “cómodas” condiciones con relación a otros equipos que ni siquiera tienen camisetas. A pesar de todo esto, las Orellana creen. “Yo pienso que el fútbol femenino va encaminado a lograr una profesionalización, si se puede decir; o por lo menos a ser más organizado. Ojalá que todos los clubes se animen a sumarse a la liga porque la unión hace la fuerza”.
Aunque muchos no lo vean, el fútbol femenino crece día a día. Miles de chicas son las que no quieren solamente “lavar los platos” sino que también sienten la necesidad de patear una pelota. Ojalá que algún día cuenten con los medios necesarios para que sus ilusiones se hagan realidad.
 

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