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Archibaldo Lanús: ?La nueva utopía social es ser reconocido como excluido?

Sabado, 26 de mayo de 2012 22:15

Es uno de los diplomáticos de carrera con más larga trayectoria. Abogado y doctorado en economía internacional. Los gobiernos de facto lo expulsaron de la Cancillería, desde el 75 hasta el retorno de la democracia en 1983. Fue embajador ante Naciones Unidas y en Francia, que lo homenajeó con la condecoración más importante del mundo, la famosa Legión de Honor. Historiador y negociador argentino de la Ronda de Montevideo. Baila tango y tiene amistad con varios exponentes del género, como Horacio Ferrer, autor de “Balada para un loco”. Escritor y ensayista, llegó de la mano de Pro Cultura para presentar mañana su último libro: “Argentina inconclusa”. Archibaldo Lanús charló a fondo con El Tribuno y entramó un diálogo picante, polémico y sin anestesia.

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Es uno de los diplomáticos de carrera con más larga trayectoria. Abogado y doctorado en economía internacional. Los gobiernos de facto lo expulsaron de la Cancillería, desde el 75 hasta el retorno de la democracia en 1983. Fue embajador ante Naciones Unidas y en Francia, que lo homenajeó con la condecoración más importante del mundo, la famosa Legión de Honor. Historiador y negociador argentino de la Ronda de Montevideo. Baila tango y tiene amistad con varios exponentes del género, como Horacio Ferrer, autor de “Balada para un loco”. Escritor y ensayista, llegó de la mano de Pro Cultura para presentar mañana su último libro: “Argentina inconclusa”. Archibaldo Lanús charló a fondo con El Tribuno y entramó un diálogo picante, polémico y sin anestesia.

¿Por qué está inconclusa la Argentina?

La Argentina es un proyecto muy ambicioso, una gran apuesta. He constatado que casi todos los analistas del siglo XX daban a la Argentina como una futura potencia a fin de siglo. Más aún, Carlos Pellegrini decía en una carta de 1904 que se había encontrado con el presidente de Estados Unidos, Teodoro Roosevelt (1901-1909) y éste le había dicho: “Ustedes van a ser los estados unidos del sur”. Todo indicaba que nuestro país tenía las potencialidades y ambiciones para ser un país importante del mundo. Efectivamente, a pocos años de la organización nacional, a principios del siglo XX, la Argentina tenía una posición privilegiada, por su cultura y por la ambición que manifestaba el pueblo. Ese gran proyecto ha sido en alguna medida trabado por una serie de factores y circunstancias históricas. Hoy, después de 30 años de democracia, vimos al país padecer uno de los más grandes defaults de la historia, una de las 14 hiperinflaciones más grande que se conocen en la historia de la humanidad, una de las confiscaciones más grandes que se recuerden, como fue la del Plan Bonex. En fin: se presenta un país que realmente no condice con ese gran proyecto, gran apuesta. La Argentina inconclusa es un título optimista. Elegí esa palabra porque quiere decir que hay que seguir trabajando. El proyecto argentino no está concluido.

¿Cómo pasamos de potencia mundial a ser un actor importante de América Latina?

Las causas de este declive, con relación al resto de los países en el contexto internacional, debemos buscarlas en la cultura política de los argentinos, en la forma de concebir la gestión colectiva de nuestro destino como sociedad, es decir, del gobierno. La Argentina es un país con una gran capacidad de hacer, de creatividad, de innovación. Uno ve que nuestro sector agrícola-ganadero es uno de los más adelantados del mundo y que involucra verdaderas revoluciones tecnológicas. Inventamos la siembra directa. Producimos isótopos radiactivos para la salud que compiten en el mundo. Fabricamos y vendemos reactores nucleares. Hacemos satélites. Pero la forma en que el argentino concibe y gestiona la política es donde debemos buscar la enfermedad, el problema. Las costumbres son más importantes que las instituciones, dice Alexis de Tocqueville, y la Argentina tiene grandes defectos en su cultura política. La primera mala costumbre es que concebimos la política como un combate para someter al otro, como una guerra donde hay que eliminar al otro, vencerlo. Pensamos que la política es tomar una preeminencia, un privilegio sobre el otro. Viene de una larga tradición, de guerras civiles, discordias y enfrentamientos. Esto se termina expresando políticamente en una hegemonía del Poder Ejecutivo. 

Existe una monarquía absoluta y también la república absoluta. En una está el rey erguido por principios divinos y en la otra el presidente erguido por los principios de la codicia y el poder, que es lo que guía a gran parte de los hombres políticos argentinos. Este poder absoluto del Ejecutivo rompe todo el sistema republicano. Es lo que llaman “democracia delegativa”. El hombre vota y deja todo en manos, no de un conjunto de instituciones y consultas, sino de cuatro o cinco personas que van a interpretar los intereses del pueblo. Se pueden buscar ejemplos desde la época de Rosas. Pero hoy, la división de poderes y el federalismo están totalmente desnaturalizados por esa hegemonía del Ejecutivo.

Otra mala costumbre es considerar al Estado como el botín de la política. En la Argentina se confunde el Estado con el gobierno, cosa que no ocurre en otro lugar del mundo que tenga un sistema político desarrollado. El Estado es independiente del gobierno. El primero es permanente y el segundo transitorio. Al Estado lo componen funcionarios estables y al gobierno personas transitorias, que fijan políticas y las implementan, pero tienen que rendir cuentas ante el pueblo. Esta confusión hace que en cada elección exista un abordaje del Estado, para utilizarlo con fines prebendarios y muchas veces de codicia personal. Si llegan a dominar el Estado por la fuerza, por las armas o por el voto, es lo mismo.

La permanente discordia también es otra costumbre política argentina. Esa discordia ha provocado la gran dificultad que existe en la Argentina para lograr consensos, por lo que no hay políticas a largo plazo. La consecuencia de esa discordia es que cada gobierno viene para cambiar lo que hizo el otro. Para colmo, hay una anomia general donde la ley no se cumple.

Otro capítulo especial es la emergencia permanente. En la Argentina se ha instalado la doctrina de la emergencia. La primera emergencia es de 1922 y nunca paró, desde entonces que vivimos en emergencia. Las leyes de la doctrina de la emergencia permiten hacer cualquier cosa y no hay seguridad jurídica. La emergencia está consolidada y se relaciona con la hegemonía del Poder Ejecutivo que ha desarrollado este país. Se consolidó con los decretos de necesidad y urgencia y las facultades que delegó el Poder Legislativo al Ejecutivo. Menem dejó la presidencia con 2000 delegaciones prorrogadas hasta hoy y que no volvieron al Poder Legislativo. Por todo esto nuestro sistema está totalmente desnaturalizado y puedo concluir que uno de los problemas fundamentales que tenemos es que no existe un orden político.

¿Cómo que no existe un orden político?

Cuando digo orden político me refiero a: un Estado profesional, reglas de juego que regulen las relaciones entre el Estado y los individuos y un gobierno que rinda cuentas, responsable ante el pueblo. Eso no existe. El gobierno se acaparó del Estado y en general no se cumplen ninguna de las reglas establecidas. Es un país “de hecho”: el poder está por encima del derecho, la influencia por encima del conocimiento, etc. Lo mismo pasa en el orden económico. No existe sistema económico. Entre 1853, cuando se sancionó la primera Constitución, y 2010 hubo 157 ministros de Economía.

¿Dice que la Argentina de 1853 tenía un proyecto y la de hoy no?

Había un proyecto: Estado laico, estado de derecho, apertura al mercado internacional, educación pública en todos los niveles, inmigración, inversiones extranjeras, ocupación del territorio, etc. Hoy, primero, no hay un proyecto nacional y es evidente. Casualmente en cada ley que se aprueba hay una permanente divergencia, una verdadera batalla, donde el Gobierno lo único que quiere es imponer su opinión. Es la confirmación de que no existe el proyecto. En los países importantes se discute y cuando se vota todo el mundo está de acuerdo. Puede haber disidencias morales, como puede ser en el tema del aborto, pero no se discute una ley de energía, porque se supone que es un proceso en el que se resume la voluntad de todos los actores hasta que se formula un esquema que pueda mantenerse en el tiempo y conformar a la mayoría. En cambio aquí, el gobierno que llega no solo cambia todo lo del anterior, sino que se proclama como redentor del pueblo.

¿No podemos buscar consensos que implemente cualquier fuerza política?

No hay fuerzas políticas. Los partidos políticos han sido diluidos, no existen. Hay facciones que se organizan alrededor de individuos mediáticos, que ni siquiera tienen programas de gobierno, sino apetencias de poder. Si hubiera partidos políticos habría mucha más estabilidad. Porque las posiciones se tienen que discutir en una asamblea, no puede venir alguien al otro día y cambiar esa posición; hay una propuesta.

Las generaciones anteriores peleaban por ideales: independencia, libertad, derechos. ¿Cuál sería la lucha de las nuevas generaciones?

La lucha es por sobrevivir. La juventud se ha alejado de las grandes discusiones políticas. En parte porque han desaparecido los partidos, que son el espacio natural de la vida política en donde se expresan las ideas.
El otro factor fundamental es que se ha fragilizado el trabajo. Si había dos cosas importantes en la Argentina eran el estudiante de guardapolvo blanco y el trabajador. Ese trabajador cada vez fue más relativizado. Primero porque hay una gran cantidad de trabajo en negro y el trabajo en blanco es frágil. Entonces, el individuo está casi desamparado: no tiene partido político y no tiene esa seguridad del futuro que le daba el trabajo.
Perón nunca habló de pobres, sino del trabajador, la lucha era por los derechos del trabajador. Pero resulta que ahora, la lucha de gran parte del pueblo es para que le reconozcan su carácter de excluido, para tener derechos a las prebendas, a los planes sociales, es decir, al antitrabajo. El paradigma del trabajo y del ascenso social, que marcó a la Argentina de inmigrantes que venían por el progreso, desapareció. La nueva utopía es ser reconocido como excluido. Eso es funcional al hegemonismo y a la inexistencia de los partidos, donde nadie va a un acto político si no recibe una paga.

¿Por qué dice que no hay seguridad jurídica?

No hay seguridad jurídica, no porque no haya leyes, sino porque no se cumplen. Además de que se cambian mucho, las que hay no se cumplen. El problema es la impunidad. Siempre hubo corrupción. Pero hoy, estadísticas demuestran que la gran mayoría de los casos de corrupción no llega a los tribunales y si lo hacen, tardan un promedio de 14 años.

Como diplomático, ¿cómo analiza las políticas sobre las islas Malvinas?

No existe una continuidad de política. Le pongo el ejemplo. Malvinas, supuestamente, es una causa nacional, pero cada gobierno aplica una política diferente. Durante el gobierno de Carlos Menem tardamos cinco años en negociar con Gran Bretaña un acuerdo sobre la explotación de hidrocarburos en la zona. Hubo dificultades, pero se alcanzó un acuerdo de cooperación conjunta. Ese acuerdo se abandonó de golpe en 2007 y Gran Bretaña inmediatamente comenzó la explotación petrolera de manera unilateral. Le digo más, la Argentina nunca presentó un proyecto para cambiar el estatus de las islas. Hay declaraciones, acuerdos, pero no hay un plan. Tampoco se aprovecha a la gente que estudia el tema en profundidad. La clase política decide sin consultar a sus expertos.


¿Qué le pareció la intervención de Alicia Castro ante el canciller inglés?

Yo hubiera sido más prudente. Me haría querer más en el país con el que tengo que negociar, algo que es importante, sobre todo, si uno es diplomático. Además la embajadora todavía no había presentado sus cartas credenciales.

¿Cómo nos ve la comunidad internacional?

Nos colocan como un país no confiable. Creo que hemos defraudado en muchas oportunidades al sistema. Por ejemplo, de los 22 acuerdos con el Fondo Monetario Internacional, desde 1956 a la fecha no hemos cumplido ninguno. Firmamos contratos internacionales importantes que incumple el gobierno que desplaza al otro; privatizamos una empresa y después la estatizamos. La prueba de la desconfianza está en que tenemos muy pocas inversiones internacionales, en comparación con Perú, Brasil o Chile. Hay una inconstancia. Los inversores tienen que saber si hay seguridad jurídica, si lo que firman se va a cumplir, tienen que conocer cuáles son las normas del trabajo, las legislaciones y los impuestos. Pero si estas cosas cambian todo el tiempo, es más difícil entrar en un proceso de inversión.

¿Quiere decir que no existe una política para atraer inversiones?

Si existe, es poco clara. No logro percibir cuál es el objetivo. Porque la Argentina ha bregado durante años, y yo he sido negociador, en contra del proteccionismo, la arbitrariedad y lo que se llamó el “comercio administrado”. Pero resulta que hace algunos años ya nos hemos manifestado en la posición contraria. Ultimamente lo único que hacemos es comercio administrado, es decir, que depende de decisiones de la administración de turno y no de un sistema legal. Esas decisiones que se están tomando son contrarias a lo que nos comprometimos a hacer en tratados con los organismos que rigen el comercio internacional. Acordamos no solo como país, también con el bloque del Mercosur, liberalizar el comercio y disminuir los aranceles. Esto dejó de cumplirse cuando arbitrariamente y de forma administrativa se prohibieron las importaciones. Eso le dio lugar a una carta de protesta a la que adhirieron 20 países, entre ellos sudamericanos, y además, seguramente, se formará un panel de repudio en la Organización Mundial del Comercio.

¿Qué influencia tiene el relato político en la sociedad?

El relato forma parte de esta manipulación del poder. El relato está al servicio del poder y no al servicio de la verdad. Es una forma de propaganda vieja como la historia. Todos los gobiernos totalitarios tuvieron un relato.

De todas las condecoraciones que le entregaron, ¿cuál es su favorita?

La que más estimo es la cruz de Comendador de la Legión de Honor, de Francia. Creo que es la condecoración más importante del mundo, la de más prestigio, la más difícil de obtener. Fue creada por Napoleón para entregarse a base del mérito de las personas.
La Orden Ecuestre Militar Caballero Granadero de los Andes en el grado de oficial es también especial.

¿Qué es lo mejor que tenemos los argentinos?

Las ganas de empezar siempre de nuevo. A pesar de tener muchas cicatrices, los argentinos queremos a nuestro país.
 

Las frases

“La nueva utopía es ser reconocido como excluido. Antes la lucha era por los derechos del trabajador”.

“Hoy, la división de poderes y el federalismo están totalmente desnaturalizados por la hegemonía del Poder Ejecutivo”.
 

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