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De guerra en guerra y, al final, aterrizó en Amblayo

Domingo, 27 de mayo de 2012 22:23

De pronto, un ruido ensordecedor invadió cerros y poblado. Cada vez más fuerte y, como venía de las alturas, la gente salió a las corridas para escudriñar el cielo y ubicar al causante de semejante barullo.

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De pronto, un ruido ensordecedor invadió cerros y poblado. Cada vez más fuerte y, como venía de las alturas, la gente salió a las corridas para escudriñar el cielo y ubicar al causante de semejante barullo.

Cuando todos miraban para arriba, un lugareño, que de tanto en tanto viajaba a la ciudad de Salta, gritó con gran alboroto: “Es un avión, es un avión...”, mientras con boca e índice, señalaba un objeto plateado que se desplazaba a cierta altura.

El gentío observaba atónito al aparato que cada vez giraba más bajito, a pocos metros del suelo.

El estupor era fácil de entender. Ir a Amblayo, en medio de los Valles Calchaquíes, por entonces sólo era posible a lomo de mula o caballo, tal como lo hacían quienes bajaban al Valle de Lerma con quesos y fruta seca. De modo que allí, la inmensa mayoría no sabía lo que era un automotor y menos un avión.

Y así fue como, bajo la atenta mirada de los pobladores, el avión fue descendiendo un poco más en cada vuelta, como si fuera un cuervo. Hasta que de improviso se largó sobre una cancha de fútbol donde carreteó en medio de una gran polvareda.

Cuando la tierra se aplacó, recién entonces los lugareños pudieron, por primera vez, ver de cerca un avión.

Curiosidad

Al principio nadie se acercó pero cuando el motor apagó, algunos se animaron. Vieron bajar a un hombre rubio y flaco que, muy sonriente, les hacía señas amistosas.

El primero que llegó hasta el aparato que había bajado en la canchita fue el comisario, don Juan Torres. Conversaron unos momentos y luego se encaminaron para la comisaría, donde seguramente se registraría semejante novedad.

Era un avión perdido entre las nubes y los cerros

Lo que ni el comisario Torres ni los amblayenses sospechaban, era que ese avión que acababa de aterrizar en Amblayo, ya era buscado afanosa mente por las autoridades aeronáuticas de la Argentina, Chile y Paraguay.
Es que la aeronave, que venía de Estados Unidos, había partido a las ocho de la mañana de Antofagasta y debía llegar a Salta tres horas después, es decir a las 11. En la capital provincial, la aeronave debía reaprovisionarse y seguir viaje al Paraguay.
 

El sábado a la tarde, las autoridades del aeropuerto salteño El Aybal dieron al avión por extraviado y dijeron que habían dos posibilidades: que hubiera realizado un aterrizaje forzoso o sufrido un accidente en la multiforme geografía de la cordillera de los Andes que comparten la Argentina y Chile.


Dos días después, el lunes 5 de abril a la mañana, llegó una información a la Central de Policía, en la ciudad de Salta. En la comisaría de La Viña se había presentado un propio del comisario de Amblayo diciendo que, en esa localidad, el sábado había aterrizado un avión.
 

“Se trata, -decía un papel escrito por el comisario Torres-, de un avión marca “Nozerman”, piloteado por un ciudadano norteamericano que dice ser Ralpf Adams”. El informe del comisario contenía además, un pedido de aeronafta para que el piloto pudiera volar hasta el aeropuerto El Aybal.


El miércoles 7 de abril, cuando los integrantes del Centro Coordinador de Búsqueda y Salvataje de El Aybal, estaban a punto de partir a Amblayo llevando la ayuda solicitada y otros objetos de asistencia, llegó sorpresivamente a Salta el piloto Adams. Impaciente y preocupado por la imprevista situación que había protagonizado, se había largado a lomo de mula desde Amblayo a La Viña y desde allí en cochemotor hasta nuestra ciudad.

El excombatiente

Ralpf Adams permaneció en nuestra ciudad 24 horas. Entonces le contó a El Tribuno las peripecias vividas, no solo de Antofagasta a Amblayo, sino también de su pasado como aviador militar.
“Salí de Antofagasta -dijo- con nafta como para volar cuatro horas y media, ya que el vuelo a Salta no debía durar más de tres horas. Hasta San Antonio de los Cobres todo fue normal, pero allí me di cuenta de que la radio no funcionaba y que necesitaba instrucciones de El Aybal para sortear los cerros y las nubes que me cerraban el paso. Fui hacia el sur hasta que descubrí un claro.

Pensé que podía bajar pero, al aproximarme, vi que era muy cerrado y entonces resolví retornar buscando otro claro. Volé cincuenta minutos hasta que pasé sobre Amblayo, donde vi un cancha de fútbol que ofrecía algo parecido a una pista. Di unas vueltas, hice un paso rasante, apagué los pasos de nafta y aterricé. La gente nunca había visto un avión pero fui atendido a cuerpo de rey. Como me quedaba poca nafta me vi obligado a bajar en el primer terreno apto”, agregó.
 

Cuando se le preguntó sobre datos personales, Adams contó que era de Emory, Texas, hijo de madre española y padre norteamericano; que había sido piloto de la Royal Air Force en la segunda guerra mundial y que, de regreso a EEUU había participado de la guerra de Corea. Finalmente agregó que, una vez que rescatara el avión, debía continuar viaje a Asunción para entregarlo a una línea aérea paraguaya que lo había adquirido en EEUU.
 

El rescate y la partida

El 8 de abril, el piloto Adams tomó el cochemotor que lo llevó hasta La Viña y de allí siguió a caballo hasta Amblayo, de donde regresó al día siguiente en su avión.

El lunes 12 partió a Asunción del Paraguay y, meses después, se comunicó con el aeropuerto de El Aybal para informar que había solicitado a la Sociedad Geográfica de Washington, la inclusión del pueblo salteño de Amblayo en las cartas de vuelo para los pilotos internacionales, lo que ocurrió poco tiempo después.

Adams prometió volver a Salta porque “allí nací de nuevo”, dijo, pero por acá, nunca más se supo de él.
 

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