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El régimen de Bashar Al Assad parece encaminarse a su final

Domingo, 22 de julio de 2012 12:48

No importa que ocurra en Siria en las próximas semanas, lo único claro es que Al Assad ya perdió. Aún controla a buena parte del Ejército y varias de las principales ciudades del país están bajo control. Aún tiene un núcleo duro de ciudadanos sirios que le cree ciegamente y lo defiende enfáticamente en cada oportunidad que él lo requiere. Aunque no siga en el poder, su familia seguirá siendo rica y poderosa.

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No importa que ocurra en Siria en las próximas semanas, lo único claro es que Al Assad ya perdió. Aún controla a buena parte del Ejército y varias de las principales ciudades del país están bajo control. Aún tiene un núcleo duro de ciudadanos sirios que le cree ciegamente y lo defiende enfáticamente en cada oportunidad que él lo requiere. Aunque no siga en el poder, su familia seguirá siendo rica y poderosa.

Sin embargo, no importa lo que haga, Bashar Al-Assad no podrá cambiar la imagen internacional de dictador déspota y despiadado que construyó desde el comienzo de la rebelión en su país, hace ya más de un año. Tras haber ordenado ya varias matanzas de civiles inocentes en distintos puntos del país, lo más probable es que tampoco pueda recuperar la confianza de su pueblo. La única respuesta para sostener su régimen será, entonces, más violencia y represión, más terror y más muerte.

¿Cómo llegó Bashar Al-Assad a esta situación? ¿Cual es su historia personal y familiar?

El presidente sirio nunca se preparó para el poder. Varios países árabes han apelado en las últimas décadas a virtuales monarquías no institucionalizadas para el ejercicio del poder, y Siria no fue la excepción. Hafez Al-Assad, el padre del actual mandatario, era militar y llegó al poder a través de un golpe de Estado en 1971. Durante todo su Gobierno hizo del ejército un instrumento de control social que le permitió perpetuarse en el contexto de un mundo con enormes cambios geopolíticos. Previsor, preparó para sucederlo en el cargo al mayor de sus hijos varones, Basil Al-Assad. Pero el destino quiso que muriera en un accidente de tránsito en 1996. La noticia debilitó la salud de Hafez Al-Assad y lo obligó a un violento cambio de planes: Bashar, su segundo hijo varón, debía hacerse cargo de la sucesión. El actual mandatario -que no aspiraba al poder- había estudiado medicina, se había especializado en oftalmología y residía junto a su esposa (británica hija de sirios) en Londres. De vuelta en Damasco, Bashar tuvo poco tiempo para preparase para cumplir los designios de su padre. En 2000 Hafez falleció y el Baath, el partido único del régimen, lo proclamó nuevo presidente de Siria.

Como todo cambio, el arranque de si gobierno generó la esperanza de un cambio democrático en un país acostumbrado a la mano dura. Pero la expectativa duró poco. A los sectores políticos que lo veían como un presidente débil, que no estaba preparado para el cargo, él les respondió con una estrecha alianza con los militares que fortaleció el clima dictatorial en el país.

Amenazado a nivel internacional por la avanzada de EEUU en la región, Al-Assad estrechó relaciones con Irán y, en su vecino Líbano, con el grupo terroristas Hezbollah. Por ello, los Estados Unidos y Europa no dudaron en señalar a agentes de su país por el asesinato del ex primer ministro libanés Rafik Hariri en 2005, en un atentado con un coche bomba. Esa intervención le valió un fuerte aislamiento internacional.

La “Primavera árabe” encontró a Al-Assad marginado de los grandes centros de poder excepto Rusia y China (sus grandes proveedores de armas), distanciado del resto del mundo árabe y al frente de un régimen violento y sin concesiones.

Con la caída de viejos dictadores en Egipto, Yemen y Libia, era inevitable que las demandas democráticas llegaran a Siria. Y la respuesta de Al-Assad fue tan dura como se esperaba. Las primeras manifestaciones fueron sofocadas a sangre y fuego, lo que hizo crecer la indignación con el mandatario. Una fracción del ejército se rebeló contra sus mandos y formó el Ejército Libre de Siria (ELS), que es respaldado con dinero y armas por gobiernos coomo los de Turquía, Arabia Saudita y Qatar. Las fuerzas leales lo venían manteniendo a raya hasta hace unos dos meses, cuando sus energías comenzaron a flaquear. Pero esta semana, un atentado acabó con la vida del ministro de Defensa, el viceministro y cuñado de Al Assad, y el jefe de la Seguridad Nacional. El ataque puso de manifiesto la debilidad del gobierno para contrarrestar el poder del ELS, y por primera vez en más de un año de combates, ahora muchos dudan de la supervivencia del gobierno de Al-Assad. En los últimos días, los analistas ya hablan de la nueva configuración de Medio Oriente y del futuro de la región. Al-Assad, al parecer, ya es historia.

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