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Lucrecia Miller: Del suicidio hay que hablar, pero hay que saber cómo

Sabado, 11 de agosto de 2012 23:46

Lucrecia Miller es psicóloga y presidenta de la Fundación Papis (Proyecto de Asistencia para una Infancia Segura). Con el fallecimiento de la pequeña Camila Abeldaño en 1995 y la de los hermanitos Leguina en 1998, Lucrecia encontró la misión de su vida: trabajar por y para una infancia segura.

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Lucrecia Miller es psicóloga y presidenta de la Fundación Papis (Proyecto de Asistencia para una Infancia Segura). Con el fallecimiento de la pequeña Camila Abeldaño en 1995 y la de los hermanitos Leguina en 1998, Lucrecia encontró la misión de su vida: trabajar por y para una infancia segura.

Creadora de la Red Papis, después de estos acontecimientos puso en movimiento a unas 10 mil personas y con ello redujo el 60% de la judicialización de las causas vinculadas a la violencia. Recuperó en las comunidades, a partir del trabajo en red, las nociones por las cuales se puede mantener un proyecto comunitario sostenido en el tiempo: comunicación y compromiso en relación con una visión social compartida vinculada con la infancia.

Actualmente continúa comprometida con los niños y los adolescentes, esta vez desde el Programa Padrinos Papis, que lidera en la zona oeste de la ciudad.

Se define como un espíritu resiliente; una mujer volcada a lo social con un compromiso enorme que se vuelca todos los días hacia los más indefensos. Destacó que en los vínculos humanos es donde radica la vida, y que así como ella encontró su misión en la vida, consideró que todos deberían trabajar para hallarla.

“Siento que no voy a vivir en vano y que voy a llegar al final de mis días con la plenitud de que logré reparar mi propio ser”, aseguró Miller, quien conversó con El Tribuno sobre temas diversos, entre ellos el suicidio en los adolescentes, la contención que necesitan, los valores y la necesidad que tienen de ser educados emocionalmente.

¿Por qué no funciona actualmente la red Papis? ¿Cree que sería una alternativa para abordar los problemas sociales actuales?

Después de tres años de trabajo con la red a mi cargo, me sacaron de la función. La red duró un año más y se cayó. Creo que ayudaría actualmente, pero no hay voluntad, a pesar de que fue muy visible su acción.

Papis significa Plan de Ayuda para Infancia Segura y trabajábamos la seguridad en el amplio sentido de la palabra, porque no solo se trata de la ausencia de delito, sino de que se den las condiciones propicias para que un niño pueda crecer en salud.

Como metodología aseguro que es un recurso muy valioso y no sé si hoy se lo podría implementar, porque la sociedad evolucionó negativamente, se perdió aquello que la sociedad había recuperado con la red que era el compromiso y la participación social.

Hay programas comunitarios abocados a la seguridad. Los vecinos dicen que ya no saben qué hacer para contener a los adolescentes. ¿Por qué cree que pasa esto?

El dicho dice “divide y triunfarás”. Yo me sustento en una visión sistémica; un sistema es un todo que tiene una serie de partes interrelacionadas donde una parte depende de la otra.

No se trata de la visión vieja donde unos planifican y otros ejecutan, sino que es un trabajo estratégico con una visión sistémica.

Cuando la gente dice que ya no sabe qué hacer, cae en lo que se llama la indefensión aprendida. Esto significa que de tanto caer las personas aprendemos a sentir que no podemos hacer nada y nos entregamos como la oveja al matadero. Pienso que pasa esto actualmente porque no encontraron conductores en el trabajo social que tengan una metodología y le den sentido a una visión.

¿Y qué pasa con los valores?, pareciera que los adolescentes no los tienen tan presentes...

La palabra seguridad va asociada a la palabra confianza. Ser confiables es el primer valor faltante porque la confianza es la que suelda los vínculos entre las personas.

Hace un tiempo los chicos nos empezaron a decir a los adultos que éramos unos caretas; ellos ya nos estaban diciendo que los adultos somos unos macaneadores, unos tramposos que les hacemos creer una cosa y, en realidad, pasa o hacemos otra. Los chicos descubren la incoherencia.

El valor tiene que ver con la integridad de una persona. Cuando dos personas íntegras se juntan, seguro que se entienden. Podrán tener algún desencuentro porque son dos individuos que piensan en forma diferente, pero finalmente, si hay un sustrato humano ético común, se van a entender.

Eso es lo que se ha perdido en la sociedad: la ética. Esto lo veo con todo dramatismo cuando trabajamos con los docentes que no pudieron convertir una nueva versión de autoridad y están en una gran desorientación; cuando no pudieron comprender que los tiempos han cambiado y que ha sido un desafío para todos.

Es que no podemos pretender ejercer una autoridad con las mismas bases de antes. Antes la autoridad no era cuestionable porque estaba sostenida por toda una estructura; hoy ya no, porque si a la autoridad no la generás vos estás en el horno.

¿Cómo se hace para generar esa autoridad ante un adolescente que todo lo cuestiona?

Una persona no está investida de autoridad porque la estructura se lo otorgue, no es por el rol que vos aceptás a tu mamá por ser tu mamá. Se respeta a la madre porque ella ejerció como mamá y porque ella debe haber llevado una relación con sus hijos que fue de ejemplo, un modelo a seguir, a pesar de sus equivocaciones como ser humano. Pero el cambio más significativo en la autoridad, y que se pone de manifiesto fundamentalmente con el adolescente, es que si a éste no le reconocés su condición de sujeto en sí mismo, te apropiás de la identidad, lo descalificás, lo subestimás, estás mal.

Hoy los adolescentes se rigen por el respeto y los chicos perciben que los adultos somos modelos deficientes, no en todos los casos. Nosotros manejamos un dicho que dice que para criar a un niño se necesita una aldea, eso significa que tiene que haber una coherencia para cuidar al niño y el niño tiene que sentirse seguro con figuras de autoridad que le faciliten el acceso a la adultez y que los reconozcan. Hoy a los chicos no se los registra.

Cuando dice que no se los registra, ¿se refiere a que hay una familia y padres ausentes?

Sí, porque ellos necesitan ser vistos, advertidos, lo que significa detectar que les pasa algo, que necesitan algo. Que quizá me pide plata, pero en realidad me demanda que me detenga a conocerlo. Esas cosas son las que están faltando.

El otro día me detuve a pensar algo que me escandalizó a mí misma y me pregunté: ¿esta es una sociedad que está matando a sus hijos o los está dejando morir? ¿Es una sociedad filicida? ¿Es que hoy el chico es un peligro para la sociedad o la sociedad deja a sus hijos, los abandona con hambre emocional, que es una manera de violencia por omisión?

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El suicidio es la implosión del yo y quiero aclarar que el suicida no quiere morirse, eso es una equivocación. El adolescente fantasea con que va a darles un escarmiento a esas personas que le han hecho daño.

¿Considera que esta hambre emocional en los más jóvenes puede desencadenar suicidios? ¿Los adolescentes son conscientes de lo que significa eso?

Es que el chico tiene dos opciones frente a esta situación interna: una es ser violento para afuera o ser violento para adentro. El suicidio es la implosión del yo y quiero aclarar respecto de esto que el suicida no quiere morirse, eso es una equivocación. Se habla muy livianamente de que un joven decidió morirse y esto no es una decisión. En realidad el niño y el adolescente no dimensionan la noción de muerte como la que tiene un adulto. El adolescente fantasea con que va lograr darles un escarmiento a esas personas que le han hecho daño y que mañana va a ir a la escuela. No tienen cabal noción de la dimensión de la muerte.

Nosotros para eso formamos a los docentes en inteligencia emocional porque, en definitiva, estamos hablando de eso: los chicos son analfabetos emocionales. La educación tiene que modificarse porque lo verdaderamente importante está considerado extraescolar. Es necesario que la educación de las emociones sea parte de la educación de un niño.

¿Esto es un proceso emocional?

Los que estudiamos las muertes suicidas sabemos que esto se trata de un proceso y que por eso es absolutamente previsible y prevenible. Hay muchos que dicen que era algo que tenía que acontecer y que pasó porque al final de cuentas fue una decisión del adolescente. A mí se me ponen los pelos de punta porque encontrar justificación a la conducta suicida de un niño de 8 o 9 años es terrorífico.

El proceso suicida empieza mucho antes de que la persona atente contra su vida y lo que vemos en ese proceso es el fracaso de la capacidad de elaborar la angustia.

Los chicos de hoy lo que muestran es lo endeble que es la posibilidad de tener un mecanismo que les permita procesar y elaborar la angustia. En realidad, la vulnerabilidad tiene que ver con eso. No soportan la angustia.

¿Considera que hablar de suicidios es un tema vedado para los salteños?

Sí, es un mito y sustentado por falta de información. Tenemos que develar el tema.

Hay mitos, como por ejemplo de que si se habla del tema la gente se va a ir a suicidar en masa.

Cuando uno educa, enseña a la comunidad a usar criterios preventivos, a advertir a tiempo cuáles son los indicadores de riesgo. Cuando uno enseña qué es lo que se puede hacer para evitar un final anunciado, lo que uno hace es prevención. Si uno está hablando de autoestima, de factores protectores, de resiliencia, de advertir a tiempo situaciones de riego y de corregirlas, eso no puede ser dañino.

Del suicido hay que hablar, pero hay que saber cómo, y no hay que banalizar el tema del suicidio.

Uno tiene que poder conectarse con lo que significa el fenómeno del suicidio y realmente poder empezar a trabajar, porque al paso que vamos nos vamos a acostumbrar y vamos a decir que es natural, y yo ahí siento que ya no tenemos retorno.

En mi caso estoy luchando denodadamente, muy solitariamente, para que la palabra siga teniendo peso.

¿Por qué cree que es tan importante trabajar en ese aspecto?

Porque es un problema grave y nos tenemos que ocupar de él. Hay que cuidar a la palabra porque tiene que recuperar su capacidad plena de ser un significante y de tener contenido.

El suicida no tiene palabras, no aprendió a hablar.

La sociedad está llena de palabras huecas, palabras que no dicen lo que es; palabras que dicen lo contrario y así se pone en duda todo. No hay certezas de las cosas sustanciales y nuestros chicos necesitan de ellas.

¿Qué es lo bueno que se puede decir y proponer que busquen las personas con este panorama?

Yo soy una mujer volcada a lo social y vivo un momento de transformaciones personales profundas a partir del cual he visualizado el valor de los vínculos humanos, ahí radica la vida.

Una sociedad tiene que generar un sostén para su infancia porque una sociedad que no cuida a sus niños está condenada a la destrucción.

Yo siento que no voy a vivir en vano y que voy a llegar al final de mis días con la plenitud de que he logrado reparar mi propio ser a través de esto que ha sido una mecánica dada por el Creador. Al final yo encontré mi misión en la vida y creo que todos deberían hacer lo mismo.
 

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