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Héctor Hugo Vilte: El boxeo es una escuela de vida, una herramienta social

Domingo, 02 de septiembre de 2012 11:57

En la actualidad se dedica a dar clases en una de las tantas escuelas municipales de boxeo que hay en la ciudad. Justamente la que lleva su nombre está en Villa Mitre, su lugar en el mundo. Héctor Hugo Vilte, excampeón argentino, latinoamericano y sudamericano de boxeo dialogó con El Tribuno y en Dice lo Suyo hizo un repaso por su vida deportiva y también personal.
El hombre de 49 años de edad, casado con su segunda mujer Yone Beatriz Cámara Higa, ocupó distintos cargos en la función pública, desde administrador del balneario Carlos Xamena hasta director de Deportes de la Municipalidad en el 2000. Actualmente, además de dar clases en su escuela, es personal training y empleado, hace 18 años, de la Municipalidad capitalina.

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En la actualidad se dedica a dar clases en una de las tantas escuelas municipales de boxeo que hay en la ciudad. Justamente la que lleva su nombre está en Villa Mitre, su lugar en el mundo. Héctor Hugo Vilte, excampeón argentino, latinoamericano y sudamericano de boxeo dialogó con El Tribuno y en Dice lo Suyo hizo un repaso por su vida deportiva y también personal.
El hombre de 49 años de edad, casado con su segunda mujer Yone Beatriz Cámara Higa, ocupó distintos cargos en la función pública, desde administrador del balneario Carlos Xamena hasta director de Deportes de la Municipalidad en el 2000. Actualmente, además de dar clases en su escuela, es personal training y empleado, hace 18 años, de la Municipalidad capitalina.

¿Por qué te cuesta decir que el proyecto de las Escuelas Municipales es tuyo?

Porque puede sonar chocante o vanidoso. No importa quién lo hizo, lo importante es que se implementó.

¿Por qué ahora sí, y en el año 2000 no lo pudiste implementar?

Porque la realidad social era otra. La droga pasaba por Salta pero no era parte de nuestra juventud, o al menos en la magnitud que hoy lo vemos. Hoy la droga se consume en la ciudad y es un tema harto preocupante. Yo no soy un especialista en drogas pero me doy cuenta de que la que consumen los chicos es la peor, como el paco y toda esa porquería que les vuela la cabeza.

Desde tu lugar de exboxeador y entrenador conocés la situación...

Los chicos muchas veces están presos de una situación, de problemas porque la familia está dividida... No soy psicólogo, sociólogo ni nada que se le parezca, pero desde mi humilde modo de entender la situación y observar las cosas que suceden en mi gimnasio, hay un problema social muy grave.

¿El proyecto de las escuelas ayuda?

Este programa no hizo más que desnudar una realidad a la que hay que hacerle frente. Hay que pensar en cómo los jóvenes pueden volver al colegio, para que sigan estudiando, que tengan el interés no solo de estudiar sino de progresar, de trabajar.

Eso excede lo deportivo.

Totalmente. Es un problema que está muy lejos de la realidad que vivíamos nosotros. A mí me movilizaban otras cosas a hacer boxeo. Por ejemplo, yo había sufrido la enfermedad del mal de pott después de un accidente que tuve en mi columna en plena etapa de desarrollo. Me quedé paralítico y estuve en una silla de ruedas. Fue en el año 1976, yo tenía 14 años.

¿Qué te pasó?

Haciendo flexiones de brazo en un árbol de mora levanté los pies y se me quebró la rama, caí con la columna sobre una piedrita ínfima. Casi me desmayo del dolor. Con los días se me puso morado, con el tiempo empecé a perder fuerza en las piernas. En esa etapa me entró el bacilo de la tuberculosis, que es una enfermedad que les agarra a los viejitos por su estado de desnutrición o bajas defensas, un problema que gracias a Dios está erradicado. Que yo recuerde a esa edad mis padres no me hacían faltar nada. Quizás por estar en pleno desarrollo de crecimiento no tenía la nutrición necesaria para hacerle frente a ese problema.

Era una etapa complicada en el país...

Una realidad sociopolítica tremenda, vivíamos con los militares. Me acuerdo que no había alimento, no había carne, conocimos el famoso corned beef (carne envasada). No teníamos la alimentación que hoy tienen los chicos; entonces a mí me movilizaban otras cosas. Pero en definitiva, en términos sociales, lo que nos termina movilizando es prácticamente lo mismo: salir del lodo.

¿Y qué pasó con tu accidente?

Pará, pará. Te voy contando cómo pasó todo. Mi padre cayó con hemiplejía y casi se muere; llegaban embargos de todas partes. Nosotros somos seis hermanos, mi madre que trabajaba en el hospital como administrativa. Una realidad que nos golpeaba, yo estaba terminando el secundario, tenía 17 años y quería ayudarlos. A los 14 años tuve el accidente, después de unos meses pasé a la silla de ruedas donde estuve cerca de un año y monedas. Después empecé a caminar, quería hacer algo para ayudar en mi casa.

¿Qué hiciste?,¿ pensaste en el boxeo?

Después de pasar el accidente, con 17 años para los 18, me enteré de que iba a comenzar un campeonato de boxeo de los barrios. Eran tiempos donde el machismo, igual que ahora, estaba en todas partes. Donde por ser jóvenes, adolescentes, no nos enfrentábamos, no nos sentíamos seguros o nos sentíamos indefensos. Entonces esa situación me movilizó a querer participar en el boxeo, a querer ayudar a mis padres que estaban con una situación socioeconómica mala.

Te inscribiste y el boxeo fue lo primero que empezaste a hacer.

En Villa Mitre vivíamos al frente de don Manenti, un señor muy conocido que tenía un puesto en el mercado. Yo le compraba fruta para vender. Un día se me ocurrió alquilarle el carro con su caballo a una señora que iba a mi casa para ayudarlo a mi viejo que estaba enfermo, porque mi mamita trabajaba. Esta señora iba a vender el carro porque el marido había muerto de cirrosis y se me ocurrió alquilárselo. Fue cuando empecé a vender frutas. Así comenzó mi historia.

¿Y el boxeo?

Llegué a Villa Belgrano para inscribirme para el campeonato de boxeo de los barrios, competencia que nunca comenzó porque los militares no querían ningún movimiento popular y mucho menos boxeo. Entonces me fui al Salta Club, ahí no me quería entrenar nadie porque era flaquito. Pero eran tantas las ganas que convencí a quien ya murió, Armando Rufino. Lo convencí para que me entrenara, que me diera clases. Me acuerdo que era un mundo de gente. En ese momento el mejor boxeo del norte del país pasaba por Salta, había muchos muy buenos boxeadores, grandes profesionales.

¿Cómo es la vida del boxeador?

Muy dura, elegimos esta actividad como escuela de vida, una herramienta social, porque es una lucha diaria con uno mismo. Luchás contra los vicios, las tentaciones que la sociedad ofrece permanentemente y en todas partes.

¿Desde tus inicios como amateur ya se vislumbraba un boxeador con calidad, con técnica?

Me consideraban un púgil diferente en ese momento, puede sonar arrogante que yo lo diga pero era así. Empecé a convocar otro tipo de público a las veladas boxísticas. Y al poco tiempo me hicieron profesional y se apuraron. Con dos años y medio de amateur no me tendrían que haber hecho profesional nunca. Tenía 30 peleas como amateur y era campeón argentino, campeón salteño, del noroeste, subcampeón latinoamericano todo eso en dos años y medio. Comencé a boxear antes de cumplir los 18 años y a los 20 ya era profesional. Todos querían verme como profesional muy rápido y se apresuraron.

¿Cómo fue el comienzo en el campo rentado?

Desastroso. De seis peleas tenía tres perdidas, una ganada y dos empates. Debuté con el tucumano Osvaldo Manino con el que tuve un choque de cabezas y me partió la ceja; desde ese momento siempre tuve problemas hasta que me operaron en el ’88.

Y con un comienzo así, ¿qué se te pasó por la cabeza?

A fines del ’84 le dije a mi viejo que no boxeaba más. Hacé lo que quieras hijo, me dijo. Esa decisión me duró una semana, volví porque no podía, era más fuerte que yo. Y desde ese fin de año, de 1984, pasaron seis años en los que les gané a todos, pero a todos... Seis años y medio sin perder; invicto estuve. Le gané a Rosi, Luero, Simón Escobar (campeón argentino), a Lorenzo García, un boxeador que le había ganado a todos. Hasta fui a pelear afuera del país, gané en Italia. Seis años y medio sin perder y ¿quién me sacó el invicto?... el Puma Arroyo. Un combate a doce round que lo esperaba todo el país. Nunca en el Delmi hubo tanta gente como esa noche, fue impresionante.

¿Por qué perdiste?

Porque los jueces lo vieron así, pero yo sigo sosteniendo que no perdí esa pelea. Después la revancha no se hizo nunca más, yo quería pelearle de nuevo y el Gordo Herrera, que en paz descanse, no quiso enfrentarnos más. Pero haber perdido con el Puma me sirvió después para ganarle al Roña Castro, un boxeador tremendo que en ese momento era dos categorías más que yo (mediano). Le pegué un baile al Roña tremendo, después me equivoqué en pelear de nuevo con él, me ganó y muy bien, pero él ya era campeón del mundo.

¿Las adversidades te fortalecían?

Siempre. Las cosas en contra me animaron más a seguir para adelante. Si hay algo que me destacó en esta actividad es haber boxeado sin haber tenido condiciones. Reconozco y le agradezco a Dios que me haya dejado hacer una actividad como esta en la cual me destaqué como boxeador y persona. Para boxear no tenía las condiciones físicas y naturales, yo venía de una silla de ruedas, no tenía ni la fortaleza física, tampoco tenía las condiciones culturales, no era un peleador.

¿Cómo fue el final de tu carrera?

Tuvo múltiples factores, fue traumático. Al no haber tenido la chance de peleas mundiales, la competencia cada vez era menor y yo empezaba a bajar en los ranking. Entonces, con 31 años decidí retirarme. Fueron momentos de mucha incertidumbre, en lo económico también empezaba a irme mal, cerrando negocios y fundiéndome en el 2004. Gracias a Dios pude sostenerme y sigo de pie, pero al momento de colgar los guantes me vine a pique, el boxeo para mí era mi vida y lo terminé abandonando. Hoy me arrepiento, hay boxeadores que siguen peleando y tienen hasta 43 años. Fue un momento duro, hasta pensé en suicidarme por haber dejado de esa forma, tan prematuramente el boxeo.

¿Cómo llegaste a eso?

Fue una situación durísima que no se la deseo a nadie. La muerte es un pecado y hoy lo puedo decir porque soy consciente de eso. Dios nos da la vida y nos la quita. Yo atenté contra eso, fui egoísta al querer suicidarme por mi familia, quise tapar los errores con eso. Muchos de los que pasamos por esta situación sabemos lo duro que es, crees que se termina el mundo, que no existís más, que todo el mundo se va a olvidar de vos, que se te van a cerrar las puertas. Esto habla también de cierto histrionismo que uno tiene.

¿Cómo saliste de esa situación?

Dios me ayudó. Muchos años después de todo eso, cuando me divorcié, le entregué mi vida a Dios. Tenía mucha culpa y busqué respuestas en El.

¿El boxeo te dejó un rédito económico importante?

En su momento me dejó un muy buen rédito económico pero no lo supe administrar. Las circunstancias en el país ayudaron también a la mala administración. Me hice de propiedades, de terrenos y me terminé quedando con un departamento que se lo dejé a mi hija. Tuve un buen pasar, siempre me sostuve porque trabajé también. Hasta fui fabricante de camisas, compraba y vendía autos; en un momento llegué a tener 12 vehículos míos. Pero todo ese capital se fue desvaneciendo.

¿Actualmente cómo está Vilte?

Sigo siendo un laburante. Podría estar mejor pero aprendí a valorar otras cosas. Tengo otras riquezas, no vale tanto la plata como estar en comunión con Dios.

 

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