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La convergencia de la economía mundial

Viernes, 11 de enero de 2013 23:50

Un conductor de taxi en Roma gana cincuenta veces más que uno en Lima. Tal vez al taxista peruano le convendría probar fortuna en un país europeo. Muchos lo hicieron en los últimos años. Pero los flujos migratorios son más lentos que los cambios en la economía. Y si el chofer peruano piensa en sus nietos, o sus bisnietos, tal vez no le convenga mudarse. En el futuro, el ingreso por habitante de los países emergentes se aproximará paulatinamente al de las naciones desarrolladas. Este fenómeno, que los técnicos llaman “convergencia”, está en marcha y es una tendencia que modificará el sistema económico mundial en el siglo XXI.

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Un conductor de taxi en Roma gana cincuenta veces más que uno en Lima. Tal vez al taxista peruano le convendría probar fortuna en un país europeo. Muchos lo hicieron en los últimos años. Pero los flujos migratorios son más lentos que los cambios en la economía. Y si el chofer peruano piensa en sus nietos, o sus bisnietos, tal vez no le convenga mudarse. En el futuro, el ingreso por habitante de los países emergentes se aproximará paulatinamente al de las naciones desarrolladas. Este fenómeno, que los técnicos llaman “convergencia”, está en marcha y es una tendencia que modificará el sistema económico mundial en el siglo XXI.

En los últimos veinte años, las economías emergentes crecen mucho más rápido que las de los países desarrollados. Desde la crisis de 2008, esa tendencia se aceleró. Hoy, la Unión Europea está en crisis, Japón estancado y Estados Unidos muestra una recuperación débil. En ese contexto, el mundo emergente se erigió en la nueva locomotora de la economía mundial.

La mayoría de las poblaciones del Asia, América Latina y Africa experimentan una notable mejora en sus condiciones de vida. La distancia entre los niveles de ingreso de los miembros de la Organización de Cooperación para el Desarrollo Económico (OCDE), selecto club de las naciones desarrolladas, y de los países emergentes sigue siendo sideral, pero es cada vez menor y todo indica que esa aproximación se acentuará durante las próximas décadas.

Hasta hace veinte años, el mundo desarrollado concentraba los dos tercios de la riqueza global. Desde entonces, esa participación ha caído al 50%. En diez años, según las estimaciones de la OCDE, disminuirá al 40%. Los países emergentes, que al comenzar la década del 90 representaban apenas un tercio del producto mundial, hoy son responsables de la mitad de ese producto y pasando el 2020 su participación ascenderá al 60%.

En la década del 80, las economías avanzadas y las emergentes crecieron más o menos lo mismo. En los 90, la expansión de los emergentes fue ligeramente mayor, pero casi exclusivamente por la gravitación de los asiáticos. La primera década del siglo XXI fue testigo de un vuelco más pronunciado: las economías emergentes, casi sin excepciones, crecieron más rápido que las desarrolladas.

Un cambio histórico

Ricardo Haussman, director del Centro de Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard, señala que “es algo histórico que después de doscientos años de enorme divergencia se inicie un proceso de reducción de desigualdades”. Pero aclara que no es para descorchar champagne: “hace doscientos años la renta por habitante del país más rico (Reino Unido) era cuatro veces mayor que la del más pobre. Hoy, un estadounidense medio es cuatrocientas veces más rico que un congoleño”.

La responsabilidad principal recae en China, convertida en la segunda potencia económica mundial, e India, que en los últimos diez años duplicó el tamaño de su economía. En los años ochenta, sólo podía hablarse de convergencia para algunos pequeños países, como los tigres asiáticos. Ahora quienes protagonizan una historia de crecimiento sostenido son dos países que suman 2.500 millones de habitantes, cifra que equivale al 38% de la población mundial. En ambos países, el boom económico ha provocado la mayor reducción de la pobreza de la historia universal. Centenares de millones de personas salieron del subconsumo crónico.

Sugestivamente, la nueva geografía económica mundial es también un reflejo del pasado. Asia concentró la mitad de la riqueza global durante dieciocho de los últimos veinte siglos. El punto de inflexión fue en el siglo XVIII con la primera Revolución Industrial, que con la invención de la máquina a vapor abrió un ciclo signado por la hegemonía británica, seguido a mediados del siglo XIX por la segunda Revolución Industrial, que coincidió con la navegación a vapor, el ferrocarril, el automóvil, la electricidad y la telefonía e implicó el ascenso de Estados Unidos, en una larga etapa de hegemonía que acaba de concluir.

La explicación del fenómeno reside en la tercera Revolución Industrial, con la irrupción de la informática y la explosión de las telecomunicaciones, que fueron el sustento material de la globalización. La reducción del costo de las comunicaciones y la creciente apertura de la economía mundial, intensificada tras la disolución de la Unión Soviética en 1991, hicieron que las corporaciones transnacionales, que hasta entonces concentraban la gran mayoría de sus inversiones en la tríada del mundo desarrollado (Estados Unidos, Europa Occidental y Japón), empezaran a invertir cada vez más en los países emergentes, cuya abundancia de recursos naturales y de mano de obra barata ofrecía mejores condiciones de rentabilidad.

Bendita globalización

Entre 1990 y 2010, el aumento del ingreso por habitante en los países emergentes casi triplicó al de las naciones desarrolladas. En contraposición a las profecías apocalípticas de los ideólogos del “movimiento antiglobalización”, quienes afirmaban que esta novedosa fase de la economía mundial profundizaría las distancias entre los países ricos y los países pobres, ocurrió exactamente lo contrario. El dato más relevante es la expansión del Asia no japonesa, que en 1990 constituía el 14% del producto bruto global, en 2010 trepó al 27% y a este ritmo alcanzará el 44% en 2030 y el 49% en 2050.

Los expertos de la OCDE señalan que el producto bruto combinado de China e India pronto superará al de las economías del G-7 (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia y Canadá) y rebasará al de todos los miembros de la OCDE en 2060. En los próximos cincuenta años, China e India multiplicarán por siete el tamaño de sus economías, mientras que las economías desarrolladas sólo se duplicarán.

La producción mundial se distribuye entre el 50% de las 35 naciones del mundo desarrollado y otro 50% de los restantes 160 países. Pero en los países desarrollados viven solo unas 1.000 millones de personas, un 15% de la población mundial, mientras que en los países emergentes lo hacen 6.000 millones, o sea el 85%. Esto implica que el ingreso por habitante promedio del mundo desarrollado sea seis veces mayor a su similar del mundo emergente.

No obstante, el crecimiento económico medio de los países emergentes, superior al 5% anual, duplica al ritmo de expansión del mundo desarrollado. El ingreso por habitante en China en 1991 era el 2% del estadounidense. Alcanzó el 8% en 2000, el 20% en 2010 y hoy es similar al porcentaje que tenía Japón en 1951, Taiwán en 1975 y Corea del Sur en 1977. Con una tasa de crecimiento del 8% anual, levemente inferior a la de sus últimos treinta años, en 2030 China tendrá un 50% del ingreso por habitante de la población norteamericana.

A largo plazo, el mundo avanza hacia una creciente convergencia en el nivel de ingresos, una suerte de “sociedad de clase media” a escala global. Si bien es cierto que, como decía John Keynes, “a largo plazo estaremos todos muertos”, esta tendencia estructural empieza a determinar, no mañana sino hoy, la visión estratégica y las decisiones políticas de los diferentes actores del juego global.

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