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Discriminación en la Virgen del Cerro

Miércoles, 16 de enero de 2013 20:52

Lamentablemente me tocó vivir en carne propia lo sucedido a la señora María del Carmen González, discapacitada, a quien se le prohibió subir la última etapa del cerro con su perro guía, para poder visitar la ermita de la Virgen del Cerro. Hace un mes atrás en mi carta de lectores, exponía la inoperancia de las empresas de transporte ante los discapacitados. Hago un mea culpa por no haber expuesto mi sensación de discriminación y falta de respeto con respecto a los discapacitados por parte de los “servidores” de la Virgen. Por respeto a la privacidad no daré el nombre de mi amigo discapacitado, pero sí el mío. Fue tanta mi indignación al ver el “organizado tour religioso” que realizan en el cerro que al decir que éramos de afuera inmediatamente nos “autorizaron” a subir. Los que decían ser de Salta estaban fuera de horario, solo podían subir a pie. Casi en la cima una servidora me agarró nuevamente del brazo en forma violenta y me dijo “apure señor” y yo llevaba a mi amigo con falta de visión agarrado de mi hombro, y le dije “por favor señora un poco de respeto, ­acaso no ve que mi amigo es ciego!”. La siguiente nota la dio otra “servidora” cuando traté de darle de beber agua a mi amigo discapacitado por el calor agobiante y como león a su presa se abalanzó para decirme que “no se permitía el consumo”. Por último, cuando llegamos hasta la señora María Livia le dije a mi amigo al oído “ahora va a pasar a tu lado la señora Livia”, y él estiró los brazos con tanto amor esperando una respuesta de la misma forma. Desafortunadamente se quedó con los brazos estirados, mientras “la guardia suiza” escoltaba a la señora. Solté en llanto al ver esa escena; era como un hijo que estira sus brazos a una madre y ella lo rechaza. Pero la Virgen sí lo tomó de su mano, estoy seguro. Luego, subida en su “papamóvil”, saludó por la ventanilla y se retiró sin que nadie pudiera tocarla. No lo pretendía de todas formas. Aclaro que soy católico y que mi fe va más allá de una “señora”. Mi fe trasciende un lugar o un supuesto lugar de aparición. Ojalá que de hoy en adelante instruyan a los “servidores de la Virgen” sobre la presencia de discapacitados en este mundo. Y culmino mi nota como la anterior: “Hoy mi conclusión es que mi amigo no es discapacitado, que sus ojos no ven, pero su alma sí, y que muchas personas que caminan por la vida y tienen sus cinco sentidos corporales sanos, tienen la discapacidad de no tener alma”.

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Lamentablemente me tocó vivir en carne propia lo sucedido a la señora María del Carmen González, discapacitada, a quien se le prohibió subir la última etapa del cerro con su perro guía, para poder visitar la ermita de la Virgen del Cerro. Hace un mes atrás en mi carta de lectores, exponía la inoperancia de las empresas de transporte ante los discapacitados. Hago un mea culpa por no haber expuesto mi sensación de discriminación y falta de respeto con respecto a los discapacitados por parte de los “servidores” de la Virgen. Por respeto a la privacidad no daré el nombre de mi amigo discapacitado, pero sí el mío. Fue tanta mi indignación al ver el “organizado tour religioso” que realizan en el cerro que al decir que éramos de afuera inmediatamente nos “autorizaron” a subir. Los que decían ser de Salta estaban fuera de horario, solo podían subir a pie. Casi en la cima una servidora me agarró nuevamente del brazo en forma violenta y me dijo “apure señor” y yo llevaba a mi amigo con falta de visión agarrado de mi hombro, y le dije “por favor señora un poco de respeto, ­acaso no ve que mi amigo es ciego!”. La siguiente nota la dio otra “servidora” cuando traté de darle de beber agua a mi amigo discapacitado por el calor agobiante y como león a su presa se abalanzó para decirme que “no se permitía el consumo”. Por último, cuando llegamos hasta la señora María Livia le dije a mi amigo al oído “ahora va a pasar a tu lado la señora Livia”, y él estiró los brazos con tanto amor esperando una respuesta de la misma forma. Desafortunadamente se quedó con los brazos estirados, mientras “la guardia suiza” escoltaba a la señora. Solté en llanto al ver esa escena; era como un hijo que estira sus brazos a una madre y ella lo rechaza. Pero la Virgen sí lo tomó de su mano, estoy seguro. Luego, subida en su “papamóvil”, saludó por la ventanilla y se retiró sin que nadie pudiera tocarla. No lo pretendía de todas formas. Aclaro que soy católico y que mi fe va más allá de una “señora”. Mi fe trasciende un lugar o un supuesto lugar de aparición. Ojalá que de hoy en adelante instruyan a los “servidores de la Virgen” sobre la presencia de discapacitados en este mundo. Y culmino mi nota como la anterior: “Hoy mi conclusión es que mi amigo no es discapacitado, que sus ojos no ven, pero su alma sí, y que muchas personas que caminan por la vida y tienen sus cinco sentidos corporales sanos, tienen la discapacidad de no tener alma”.

C.P.N. Pablo Nieva Visentini, Ciudad

 

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