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El proyecto de tolerancia que no pudo con las balas

Sabado, 12 de octubre de 2013 02:39

 Hace cuarenta años, en un día como hoy, el general Juan Domingo Perón asumió por tercera vez la presidencia de la Nación. Lo hizo luego de triunfar en las primeras elecciones limpias y sin proscripciones que se realizaron después de dieciocho años de inestabilidad política.

Aquel día, Perón asumió absolutamente convencido de que debía haber respeto mutuo entre mayoría y minoría; que “al país lo arreglábamos entre todos o no lo arreglaba nadie”.

No buscó ni quiso unanimidades, pero aspiró a que entre los argentinos hubiera comprensión y sacrificio.
Tenía objetivos claros: la reconstrucción nacional, la liberación en paz, la integración latinoamericana, la justicia social, la soberanía política, la independencia económica y no sumar al país a ninguno de los imperialismos dominantes de la época.

Y si bien esas habían sido las banderas históricas del peronismo, en 1973 eran de todos los argentinos que aspiraban vivir en paz y en democracia. Sin embargo, Perón asumió su tercer mandato profundamente conmovido por la muerte de José Ignacio Rucci, asesinado por los Montoneros. Estos y el ERP, lejos de aceptar la pacificación, habían optado continuar por el camino de la violencia, como si el pueblo argentino no se hubiese expresado en las urnas.

El llamado a la paz

Aquella calurosa tarde del 12 de octubre, mientras Perón hablaba desde un balcón blindado, de paz y unión, los violentos intoxicaban impunemente en Plaza de Mayo a cientos de sedientos asistentes. Pese a todo, Perón hizo uno de los últimos llamados a la pacificación nacional:

“Hay circunstancias -dijo- en la vida de los hombres en las cuales uno se siente muy vecino a la Providencia. Para mí, esas circunstancias se presentan cuando tengo la inmensa satisfacción de contemplar al pueblo. Y esta satisfacción va unida a la tremenda responsabilidad que representa servir digna y legalmente a ese pueblo. Por ello, para mí, la presente circunstancia es un acicate para dedicarle hasta el último aliento para servirle, y pedirle que me ayude a defender esa responsabilidad, manteniéndose en paz, unido y solidario.

Por eso a todos los argentinos, y especialmente a los peronistas, los exhorto a que pongamos desde mañana mismo toda nuestra actividad al servicio de la reconstrucción de nuestra patria; para que desaparezcan las necesidades primarias que todavía pueden observarse a lo largo y a lo ancho de ella.

Cada uno de nosotros tendremos en el futuro una parte de responsabilidad si esas tareas no se realizan. Yo y el gobierno hemos de poner todo nuestro empeño, pero necesitamos que el pueblo argentino ponga el suyo, porque nadie hoy puede gobernar el mundo sin el concurso organizado de los pueblos.

Finalmente quiero dedicar algunas palabras a nuestra juventud. A esa juventud que es nuestra esperanza. Quiero que le llegue nuestro más profundo cariño, junto con la exhortación más sincera de que trabaje y se capacite porque serán los artífices del destino con que soñamos. A ellos hemos de entregarles nuestras banderas, convencidos de que por sus valores morales han de llevarlas al triunfo para la grandeza de la patria y la felicidad de nuestro pueblo”.

La respuesta violenta
de los montoneros

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 Hace cuarenta años, en un día como hoy, el general Juan Domingo Perón asumió por tercera vez la presidencia de la Nación. Lo hizo luego de triunfar en las primeras elecciones limpias y sin proscripciones que se realizaron después de dieciocho años de inestabilidad política.

Aquel día, Perón asumió absolutamente convencido de que debía haber respeto mutuo entre mayoría y minoría; que “al país lo arreglábamos entre todos o no lo arreglaba nadie”.

No buscó ni quiso unanimidades, pero aspiró a que entre los argentinos hubiera comprensión y sacrificio.
Tenía objetivos claros: la reconstrucción nacional, la liberación en paz, la integración latinoamericana, la justicia social, la soberanía política, la independencia económica y no sumar al país a ninguno de los imperialismos dominantes de la época.

Y si bien esas habían sido las banderas históricas del peronismo, en 1973 eran de todos los argentinos que aspiraban vivir en paz y en democracia. Sin embargo, Perón asumió su tercer mandato profundamente conmovido por la muerte de José Ignacio Rucci, asesinado por los Montoneros. Estos y el ERP, lejos de aceptar la pacificación, habían optado continuar por el camino de la violencia, como si el pueblo argentino no se hubiese expresado en las urnas.

El llamado a la paz

Aquella calurosa tarde del 12 de octubre, mientras Perón hablaba desde un balcón blindado, de paz y unión, los violentos intoxicaban impunemente en Plaza de Mayo a cientos de sedientos asistentes. Pese a todo, Perón hizo uno de los últimos llamados a la pacificación nacional:

“Hay circunstancias -dijo- en la vida de los hombres en las cuales uno se siente muy vecino a la Providencia. Para mí, esas circunstancias se presentan cuando tengo la inmensa satisfacción de contemplar al pueblo. Y esta satisfacción va unida a la tremenda responsabilidad que representa servir digna y legalmente a ese pueblo. Por ello, para mí, la presente circunstancia es un acicate para dedicarle hasta el último aliento para servirle, y pedirle que me ayude a defender esa responsabilidad, manteniéndose en paz, unido y solidario.

Por eso a todos los argentinos, y especialmente a los peronistas, los exhorto a que pongamos desde mañana mismo toda nuestra actividad al servicio de la reconstrucción de nuestra patria; para que desaparezcan las necesidades primarias que todavía pueden observarse a lo largo y a lo ancho de ella.

Cada uno de nosotros tendremos en el futuro una parte de responsabilidad si esas tareas no se realizan. Yo y el gobierno hemos de poner todo nuestro empeño, pero necesitamos que el pueblo argentino ponga el suyo, porque nadie hoy puede gobernar el mundo sin el concurso organizado de los pueblos.

Finalmente quiero dedicar algunas palabras a nuestra juventud. A esa juventud que es nuestra esperanza. Quiero que le llegue nuestro más profundo cariño, junto con la exhortación más sincera de que trabaje y se capacite porque serán los artífices del destino con que soñamos. A ellos hemos de entregarles nuestras banderas, convencidos de que por sus valores morales han de llevarlas al triunfo para la grandeza de la patria y la felicidad de nuestro pueblo”.

La respuesta violenta
de los montoneros

La repuesta de los violentos no se hizo esperar y dos días después “Montoneros” asesinó en Rosario a un dirigente histórico del peronismo santafesino, el Dr. Constantino Razzetti; el 17 de octubre -el primero que se celebraba en el país con Perón en la Argentina desde 1954-, Firmenich y Quieto anunciaron en Córdoba, en un acto público, la fusión de “Montoneros” con las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias).

Allí Firmenich anunció que “se había pasado al marxismo leninismo”; que con Quieto “eran la vanguardia organizada y armada del pueblo”, y que “Perón como presidente solo tiene la banda y el bastón de mando, pero no el poder político, el económico y el militar” .

El 20 de octubre fue secuestrado un avión de A.A. cuando volaba de Buenos Aires a Salta. Los cuatro secustradores dijeron que querían ir a Cuba porque era el “único pueblo libre de América”.

La muerte y el golpe de Estado
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Continuando con la escalada de violencia, el 23 de octubre fue secuestrado en Buenos Aires el ejecutivo David Wilkie de la petrolera norteamericana Standar Oil Company, creándole al país un grave problema diplomático.
Y así continuó el enfrentamiento entre los sectores.

Con la muerte de Perón, ocurrida el 1 de julio de 1974, la violencia se acrecentó, lo que obligó a su sucesora, María Estela Martínez, a recurrir a las Fuerzas Armadas para frenar la escalada.
Esto terminó en 1976 con el trágico golpe de militar, que implementó el terrorismo de Estado como forma de contrarrestar la acción de los grupos opositores.

Este fue el fin del tercer ciclo peronista en el gobierno.

Sin duda, hace cuarenta años la Argentina perdió, una vez más, la oportunidad de vivir en paz y en democracia.

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