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El peronismo, el movimiento que dominó los últimos 68 años 

Jueves, 17 de octubre de 2013 02:19

El peronismo, nacido hace hoy 68 años, es uno de los fenómenos históricos más particulares de la historia latinoamericana.

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El peronismo, nacido hace hoy 68 años, es uno de los fenómenos históricos más particulares de la historia latinoamericana.

Por su conformación social, podría ser interpretado como una corriente de izquierda, aunque sus tres banderas, la Patria justa, libre y soberana, refieren con bastante precisión a la mirada nacionalista de una Argentina que trataba de afianzar su identidad como país. Más allá de que la memoria colectiva -y selectiva- haya consagrado a Eva Perón como figura central de la iconografía peronista, el constructor que hizo posible este extraordinario movimiento de masas fue Juan Domingo Perón.
El rasgo dominante de la personalidad de Perón es su formación intelectual, combinada con una extraordinaria visión política. Fue un estratega carismático.
La academia intenta encuadrarlo pero no resulta fácil porque el pensamiento de Perón fue heterodoxo para cualquier escuela.
Perón supo siempre lo que quería, optó por un camino para llegar hasta donde se proponía y, sobre todo, observó la realidad: un país desencantado con los conservadores y los radicales, y receloso de los socialistas; una masa de trabajadores del sector industrial que buscaban espacio y dignidad, y una posguerra con viento de cola para la economía.
Desde la secretaría de Trabajo y la vicepresidencia de la Nación, Perón habló el mismo idioma de los obreros, prometió y cumplió y convirtió a la CGT en un formidable instrumento de construcción de poder político. La CGT ofreció a los trabajadores la certeza de que pasaban a ser protagonistas de la historia. Quienes hoy observan y destacan los posteriores errores en materia de política económica suelen calificarlo como demagogo. Es un simplismo: la legislación laboral, la consagración de los derechos sociales y el sindicalismo peronista no pueden ser considerados “pan y circo”.
La magnitud de la transformación social que generaron los primeros diez años de peronismo no alcanzan a disimular el perfil autoritario y poco afecto al pluralismo democrático que caracterizó a esa década.
La lectura de la historia permitirá a cada cual decidir si se trató de una confrontación entre clases, entre ideologías o entre democracia y dictadura populista.
Hay imágenes más elocuentes que cualquier análisis: la retirada de todo el segmento opositor en la asunción de Perón, en 1945, en el Congreso; el bombardeo sobre Plaza de Mayo; la multitudinaria concentración de radicales, socialistas, comunistas y conservadores en el Via Crucis de 1955 y, finalmente, el encuentro de Perón - pocas horas después de regresar del exilio - con Ricardo Balbín, en 1972. Fue un gesto de comprensión y tolerancia en medio de un infierno de sangre y odio. Un año y medio más tarde, al despedir los restos del general, Balbín pronunció una frase que sintetiza la idea rectora que trataban de transmitir ambos líderes: “El viejo adversario viene a despedir a un amigo”. Es probable que aún hoy radicales y peronistas encarnen los dos rostros de la Argentina; dos rostros que no son antagónicos ni enemigos: son distintos y complementarios.
En 1973, a dos días de la contundente victoria de Perón en las elecciones presidenciales, la organización Montoneros mató a José Ignacio Rucci. De esa manera, golpeó en la médula a la columna vertebral del poder peronista.
Después, el desastre.
Tras la dictadura, con Raúl Alfonsín, el radicalismo puso en marcha el mayor período democrático de nuestra historia. Probablemente, definitivo. La sublevación carapintada, la crisis energética y la hiperinflación opacan logros institucionales que convirtieron a esa gestión en la hasta ahora única capaz de enfrentar en los tribunales a militares genocidas con poder de fuego. El peronismo, a su vez, dejó de ser un partido para convertirse en una corriente multifácetica experta en alianzas para la construcción de poder. Explicar la metamorfosis justicialista durante los 24 años transcurridos desde 1989 - cuando Carlos Menem inició sus 11 años de gobierno - hasta estos días será tarea de los historiadores. Por ahora, es prematuro.
No tiene sentido conjeturar qué hubiera pasado en la Argentina si el 24 de febrero de 1946 Spruille Braden -emblemático embajador de EE:UU- le hubiera ganado a Perón. La Argentina sería otra. Es muy probable que se hubiera logrado una dinámica social parecida y, si se compara el recorrido de otras naciones, podría haber evolucionado hacia el desarrollo llama “historia contrafáctica”. También pudo haberse convertido en una nación mucho más fracturada.
Lo que difícilmente hubiera sido es un país más democrático. Los golpes de Estado no son responsabilidad exclusiva de los golpistas ni la intolerancia violenta patrimonio de los activistas. El peronismo nació y creció en el seno de una cultura política autoritaria y pragmática. La clave de sus primeros éxitos hay que buscarla en la visión realista y la decisión estratégica. La clave de los fracasos del país, probablemente, en la ausencia generalizada de esas dos cualidades. Y, sobre todo, en la fragilidad de nuestro sentido republicano y democrático.

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