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“Chiquito” Paterlini: Un gigante salteño con corazón de niño

Jueves, 14 de noviembre de 2013 12:54

Si hay alguien en la Salta de los "60 y los " 70 que no pudo pasar desapercibido, por más que se lo propusiera, fue José Santo Paterlini Cifre, el “Chiquito”. La huella de un calzado hecho a medida dejaba su marca que rondaba el N§ 50. Y ni hablar de la sombra que proyectaban su 1,96 m. y 120 kilos.

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Si hay alguien en la Salta de los "60 y los " 70 que no pudo pasar desapercibido, por más que se lo propusiera, fue José Santo Paterlini Cifre, el “Chiquito”. La huella de un calzado hecho a medida dejaba su marca que rondaba el N§ 50. Y ni hablar de la sombra que proyectaban su 1,96 m. y 120 kilos.

Nació en Joaquín V. González el 21 de mayo de 1944 y tuvo sólo una hermana, Luisa, conocida como “Lucy Dinamita”, campeona de lanzamiento de bala y jabalina. Por la sangre heredada de sus padres, Jorge y Rafaela, se agitaba la Italia de los inmigrantes y el trabajo incansable de los que buscaban un mejor porvenir. Heredó las facciones de su madre y el temperamento y tamaño del padre. Cuando todavía era changuito, su familia se instaló en Salta.

“Siempre fui un espécimen raro, a veces el tamaño ayuda, pero no siempre. A las escondidas no podía jugar, era un perdedor, pero en los otros juegos me desquitaba. En la escuela no me querían inscribir porque no creían que tenía la edad que decía la cédula. Fui toda la primaria a la Benjamín Zorrilla. Entré al colegio Belgrano y después a la Industrial, cuando estaba en la Buenos Aires. Comencé en la construcción del puente de la Paraguay, me asignaron una tarea administrativa, pero me entrenaba cargando bolsas de cemento...”, recuerda con un dejo de nostalgia mientras ordena su pasado. “A los 16 ya jugaba en la primera de un equipo de básquet y otro de rugby. Ahí era un ganador, pero en los bailes "planchaba' toda la noche. Nadie se animaba a bailar conmigo, no conseguía pareja”.

Sí, ése era el Chiquito, también conocido como Oaky, Pepe Dinamita (por su hermana) y el Paqui por paquidermo. Mil y un apodos de un personaje de la Salta que mostraba en la plaza 9 de Julio de aquel entonces todo el encanto y la inocencia de las ciudades que dejan atrás la apacible aldea. Y si hubo un acontecimiento que le puso una bisagra a ese cambio, fue la filmación de la película “Taras Bulba”. En 1961 lo más destacado de Hollywood llegó a “La Linda” para dar forma a unas de las más pretenciosas historias del cine mundial. Así, mientras Tony Curtis y Yul Brinner paseaban por la plaza, Chiquito era contratado para doblar a Michael Flynn. “Te imaginás... almorzaba y compartía con los tipos que había visto en el matiné. No lo podía creer, me pagaban en una semana lo que no alcanzaba a ganar en un mes en Tránsito. Yo conocía el manejo del caballo, porque aprendí a montar de changuito. Entonces, cuando filmaban las batallas de cosacos y turcos, me sentía como pez en el agua”, recordó Chiquito.

Con el azul y celeste de los policías de Tránsito, se lo veía de lejos. Mejor no maniobrar mal y portar la documentación al día. Aunque el “Chiquito”, con corazón de niño, era incapaz de hacer una boleta. “Vas a fundir Tránsito. Además de no hacer una sola boleta, les pedís a tus compañeros que anulen las que hacen ellos. Estás loco”, le dijo un día el director Cirer.

Dos “Chiquitos”

Para el tiempo del carnaval, aparte de divertirse como uno más, el “Chiquito” tenía la tarea de custodiar a la animadora por excelencia de los bailes cerrillanos: la tucumana “Chiquita” Saldí. “Era una muñequita, la llevaba en el hombro y la depositaba en el escenario. Si no la llevaba yo, era imposible que entrara a la carpa. Los changos se ponían como locos en el Club Atlético”, rememora. La cuestión es que los “chiquitos” tenían en común algo más que el apelativo, pero esa es otra historia.

Chiquito admite que tuvo una juventud larga y que se estiró hasta los 40 años. Se casó y hoy tiene dos hijos, Jorge y Lucas. Confiesa que, junto a su mujer, son sus más fieles compañeros; lo ayudaron a salir del trance que vivió con la diabetes. Perdió una pierna, pero la experiencia, según relata él mismo, le enseñó a valorar más las cosas simples de la vida.

Mil anécdotas

En el año 69 se entrenó bajo las tribunas del Club Gimnasia y Tiro para practicar boxeo. Pedro Cuggia fue quien le enseñó los secretos de los guantes. Con 25 años su condición física lo ubicó en la máxima categoría y el interés que despertó en el público salteño no tuvo parangón. El Salta Club lo tuvo entre los más grandes animadores de las veladas boxísticas que promocionaba el doctor Demetrio Herrera. Varias cuadras a la redonda se cortaba el tránsito los días que peleaba el “Chiquito”.

“Llegué a cobrar $160.000 por una pelea, era mucha plata y la compartía con mi madre. Con lo que me tocaba, pagaba mis gustos y también el de mis amigos. Viajé con Farido Salim a Estados Unidos para duplicar la apuesta. Nueva York no era como Salta. El boxeo me dejó una infinidad de amigos”, destacó el “Chiquito”. En lo de Marrupe fue uno más junto a los poetas y músicos que se juntaban en La Candelaria.

 

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