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¿Festejar? ¿qué?

Jueves, 07 de noviembre de 2013 02:33

Si bien no es poco, la derrota del domingo 27 de octubre la sufrió el kirchnerismo, mas no así aún el populismo. Ello, porque casi todo el arco político argentino (tanto ganadores como perdedores) que fue a elecciones es, en mayor o menor medida, esencialmente populista. El populismo entra en crisis cuando no hay más para repartir, entre la clientela electoral, de aquella riqueza que produjeron los ciudadanos que la generan (que no son precisamente los funcionarios del Estado). Los cargos, subsidios, computadoras, casas, prebendas, jubilaciones, fútbol gratis, etcétera, con los que el gobierno compra votos, inexorablemente, se agotan tarde o temprano. Es que nunca alcanza porque siempre y en todo lugar los que más tienen son los menos y los que menos poseen son los más. Y, como sin importar cuánto tengan, cada uno de ellos vale un voto, sacarle a los primeros para darle a los segundos es una brillante estrategia para ganar elecciones y perpetuarse en el poder si no fuera porque lleva fatalmente, en el mejor de los casos, a la “gallina de los huevos de oro” a “Terapia Intensiva”. Allí se acaba el estado de bienestar y se comienza a buscar enemigos para atribuirles la culpa del desastre que se viene. O el imperialismo, el FMI, “los fondos buitres”, el “gran” capital, “la patria sojera”, los empresarios formadores de precios, los evasores de impuestos, las corporaciones mediáticas, etcétera, son los responsables. Nunca el peso recae en la indecente e insensata política de saquear con impuestos abusivos, deuda o emisión monetaria la riqueza de los que trabajan y producen, para enriquecerse, despilfarrar y/o consumir desde el Estado. El populismo tiene asumido como natural, justo y hasta glorioso que hacer política consiste esencialmente en sacarle por la fuerza a los que tienen y repartir (y repartirse) a los que tienen menos. “Justicia social” es el pomposo nombre que recibe esta forma de saqueo legal. Nadie de la política actual desprecia esta forma ultrabarata de hacer “caridad” con el dinero ajeno; más bien, todo lo contrario. De allí, que cada vez que el Estado inaugura una escuela, entrega un subsidio o financia un festival de rock, no debieran los gobernantes de turno participar en el acto haciendo de “Papá Noel”, como si ellos hubieran metido la mano al bolsillo y hecho una “vaquita” para costear los gastos. Por lo contrario, deberían resaltar que son los sojeros, albañiles, comerciantes, empresarios, los que pagan los subsidios por hijo, los planes trabajar, la obra pública y hasta el jugoso sueldo de los funcionarios.

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Si bien no es poco, la derrota del domingo 27 de octubre la sufrió el kirchnerismo, mas no así aún el populismo. Ello, porque casi todo el arco político argentino (tanto ganadores como perdedores) que fue a elecciones es, en mayor o menor medida, esencialmente populista. El populismo entra en crisis cuando no hay más para repartir, entre la clientela electoral, de aquella riqueza que produjeron los ciudadanos que la generan (que no son precisamente los funcionarios del Estado). Los cargos, subsidios, computadoras, casas, prebendas, jubilaciones, fútbol gratis, etcétera, con los que el gobierno compra votos, inexorablemente, se agotan tarde o temprano. Es que nunca alcanza porque siempre y en todo lugar los que más tienen son los menos y los que menos poseen son los más. Y, como sin importar cuánto tengan, cada uno de ellos vale un voto, sacarle a los primeros para darle a los segundos es una brillante estrategia para ganar elecciones y perpetuarse en el poder si no fuera porque lleva fatalmente, en el mejor de los casos, a la “gallina de los huevos de oro” a “Terapia Intensiva”. Allí se acaba el estado de bienestar y se comienza a buscar enemigos para atribuirles la culpa del desastre que se viene. O el imperialismo, el FMI, “los fondos buitres”, el “gran” capital, “la patria sojera”, los empresarios formadores de precios, los evasores de impuestos, las corporaciones mediáticas, etcétera, son los responsables. Nunca el peso recae en la indecente e insensata política de saquear con impuestos abusivos, deuda o emisión monetaria la riqueza de los que trabajan y producen, para enriquecerse, despilfarrar y/o consumir desde el Estado. El populismo tiene asumido como natural, justo y hasta glorioso que hacer política consiste esencialmente en sacarle por la fuerza a los que tienen y repartir (y repartirse) a los que tienen menos. “Justicia social” es el pomposo nombre que recibe esta forma de saqueo legal. Nadie de la política actual desprecia esta forma ultrabarata de hacer “caridad” con el dinero ajeno; más bien, todo lo contrario. De allí, que cada vez que el Estado inaugura una escuela, entrega un subsidio o financia un festival de rock, no debieran los gobernantes de turno participar en el acto haciendo de “Papá Noel”, como si ellos hubieran metido la mano al bolsillo y hecho una “vaquita” para costear los gastos. Por lo contrario, deberían resaltar que son los sojeros, albañiles, comerciantes, empresarios, los que pagan los subsidios por hijo, los planes trabajar, la obra pública y hasta el jugoso sueldo de los funcionarios.

La principal contradicción que enfrentamos los argentinos es que nuestra clase política está “formada” en el populismo en un momento en que no hay margen para hacer populismo. Sergio Massa, el gran vencedor de la contienda electoral, las otrora reconocidas espadas “K”: Felipe Solá, Alberto Fernández, De Mendiguren que integran el “massismo” son más de lo mismo (populistas). El recambio populista de Massa por Cristina constituye, sin embargo, una tregua para los que luchan por la libertad dado que implica el derrumbe del poder estatal K y un reacomodamiento político. Massa debe tejer alianzas y, sin recursos, construir poder. Eso lleva su tiempo. El kirchnerismo, en cambio, consolidado como está en los otros dos poderes y con los gobernadores de “chicos de los mandados”, de no haber perdido, estaría en perfectas condiciones de dar el salto del populismo al totalitarismo de corte chavista-castrista. Lógica, además de histórica, etapa que sucede a cuando lo único que queda para repartir son palos. El kirchnerismo destruyendo instituciones ha avanzado, inequívocamente, en esa dirección desde el primer día. Ha destruido partidos políticos, domesticado fiscales y jueces, gangrenado a las FFAA y roto compromisos internacionales. La Argentina, para el mundo, es el emblema de país “garca”. El fallo mamarracho de la Corte Suprema de Justicia (el honorable Dr. Carlos Fayt, aparte) que declara constitucional la “Ley de Medios” es un mazazo, más que contra Clarín, contra el derecho a la libertad de prensa de los argentinos. El “comisario bolchevique” Sabatella es el carcelero que puso Cristina para administrar la “libertad” de prensa. Los impresentables Moreno y Echegaray regulan la “libertad” de comercio e industria. Ellos dicen cuál es el precio del producto de mi trabajo, quién sí y quién no puede comprar un dólar, o cuánto me han de saquear con el impuesto a las ganancias. De los treinta años de democracia, los últimos diez le hacen una pésima propaganda al sistema concebido por los griegos. Se entiende que en este trigésimo aniversario los populistas celebren la fiesta. Debería entenderse también que, en la última década, los que no nacimos para esclavos tengamos muy poco que festejar.

 

 

 

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