Carnaval, festivales todos los fines de semana y la Serenata a la vista, es parte del paisaje que tiene febrero para que tiremos las últimas canitas al aire. ¿No? Porque después, en marzo, comienza el movimiento en serio.
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Carnaval, festivales todos los fines de semana y la Serenata a la vista, es parte del paisaje que tiene febrero para que tiremos las últimas canitas al aire. ¿No? Porque después, en marzo, comienza el movimiento en serio.
El pomo, para los que no saben cómo era, se trataba de un envase de plástico, al estilo botella de gaseosa, de distintos tamaños, que tenía un pico. Se lo llenaba de agua y se lo llevaba al corso o se mojaba a algún transeúnte en la vereda de la casa.
En el corso algunas veces podías ver a algún veterano que cada rato metía el pico del pomo en la boca. Haaa..., pero para esos el dicho era: “Apretá el pomo, que de adentro sale un tinto fresquito”.
Pasando a otro tema. Pese a que muchos chicos tienen que rendir, quién puede quitarles un rato el carnaval. Yo, por ejemplo, no. Si recuerdo que una vez me presenté a rendir con la cabeza blanqueando de harina porque la noche anterior había estado en el corso y no me la había podido quitar con el baño. Y para colmo rendía a la mañana.
Eran tiempos en los que no existía la nieve y la noche blanqueaba con talco y harina, más harina, porque era más barata. Tiempos en los que en los corsos se estilaba que atrás de una murga, comparsa o corroza caminaban grupos de changos y chicos desparramando alegría, harina y agua de los pomos a los cuatro vientos. Y como dijo Luchín en su última columna, esto se acabó cuando llegó el capitán y dijo a pagar para ver el corso y basta de joda, a disfrutar como señoritos.
Desde entonces, a pagar para ver, porque esa diversión no la paga más el Gobierno. La de las urnas sí.