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GRAN AMOR: el amor también crece en la tercera edad

Miércoles, 13 de febrero de 2013 23:24
Pasarla bien este día puede ser con una cena romántica, un paseo por el campo o hasta ir al cine
aprovechando el jueves de estreno.

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Pasarla bien este día puede ser con una cena romántica, un paseo por el campo o hasta ir al cine
aprovechando el jueves de estreno.

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El 14 de noviembre de 2012, María Angélica Monserrat y Nelson Mamaní se casaron por iglesia.
La unión civil fue hace unos días, el 8 de febrero. Ella tiene 71 años y el 78 y se conocen hace algunos años. Cuando notaron que se habían enamorado, tomaron la decisión de contraer matrimonio. Protagonizan una historia atípica que ellos viven con mucha naturalidad. Y es el único modo en que pueden disfrutarse del genuino amor.
Se conocieron tomando clases de inglés en la Asociación de Jubilados. María Angélica era viuda y su médico le había aconsejado que haga esta actividad a modo de terapia. Ella no estaba convencida porque ese idioma nunca le fue “simpático”. Mientras tanto Nelson, su compañero de clases, le cayó muy bien e iniciaron una relación de amistad que culminó en la decisión de vivir juntos y casados.
El amor entre ellos despertó en un baile de cumpleaños en el Club de los Abuelos, donde ahora también toman clases de computación. Nelson la sacó a bailar, una cosa llevó a la otra y decidieron juntar sus vidas. “Con el trato y en el día a día nos dimos cuenta que teníamos muchas cosas en común... Teníamos que terminar juntos”, contó María Angélica.
“Ella tiene una puntería tremenda y me flechó”, dijo Nelson y luego tomó prestadas las palabras del poeta Enrique Banchs para decir cómo fue ese enamoramiento y recitó: “Por la bella sonrisa de alegría,/ que sin ser para mí, la hice mía,/ por la bella sonrisa/ mi verso ilusionado se desliza...”.
No lo hubieran imaginado antes. Ninguno de los dos lo había planeado. Y, pese a que ambos habían formado una familia en la juventud, hoy sus hijos son adultos y tienen sus propias historias. La vida los encontró en el momento indicado, justo cuando comenzaban a sentir que la soledad pesaba más.
María Angélica es profesora de alta costura, ahora jubilada. El también es jubilado. Toda su vida trabajó como profesor universitario de Historia. Ella aparte tiene corona: es la reina provincial de la tercera edad. El, para ella, es su rey.
Ambos coinciden en que lo que más les gusta de esta nueva etapa de la vida es estar juntos. “Charlar, acompañarnos y constituir nuestro nuevo hogar es a lo que dedicamos nuestros días”, contó Nelson. “Cuando uno llega a una cierta edad necesita mucho más afecto porque los hijos crecen y tienen sus propios proyectos y a veces uno siente que se debe acostumbrar a la soledad”, expresó María Angélica. “A mí me pasó eso. Yo sentía que a mí ya se me había terminado la vida”, agregó. “Hay mucha gente mayor sola, lamentablemente”, añadió Nelson.
Hoy, sin dudas, festejarán. Habrá alguna comida especial y un paseo para celebrar el Día de los Enamorados que, para ellos, casualmente coincide con el tercer mes desde que se casaron por la iglesia católica.

Y hoy, ¿qué hacemos?
En los detalles está la esencia de los buenos gestos para rendir homenaje a esa persona especial. ¿Qué opciones hay? ¿Qué se puede regalar? Algunos, la mayoría, siguen eligiendo regalar flores y bombones y coronan la noche con una cena romántica. Y es que, comercial o no, el Día de los Enamorados tiene un encanto especial y nadie quiere que pase inadvertido. Si el clima acompaña, la alternativa es disfrutar un día al aire libre. Ir a un camping, a la Quebrada de San Lorenzo, al río Vaqueros o al dique Cabra Corral son algunos de los elegidos.

 

 Que envejecer no sea sinónimo  de inevitable soledad

La otra cara de la misma moneda es la de las personas de la tercera edad que están solas.

Los chicos crecieron y formaron sus propias familias o simplemente se fueron. Otros quedan viudos y un día, a cierta edad, se ven abrumados por esa soledad.

Como el argumento del filme “Elsa & Fred”: Elsa tiene 82 años, 60 de los cuales vivió imaginando un momento que había sido soñado antes por Fellini: la escena de La dolce vita en la Fontana di Trevi. Alfredo es un poco más joven y siempre fue un hombre de bien que cumplió con su deber. Al quedar viudo, desconcertado y angustiado por la ausencia de su mujer, su hija le insta a mudarse a un apartamento más pequeño, donde conoce a Elsa. Un relato con final feliz.

Y donde se encuentran relatos y vivencias es en el hogar de ancianos Santa Ana, de Villa Mitre, donde conviven ancianos con historias mucho más cercanas, de personas que por algún motivo ya no tienen a alguien a su lado. Como la de Margarita Moreno, una abuela de 76 años que quedó viuda hace algunos años y que no logra olvidarse ni un instante de su último marido, Miguel, con quien estuvo en pareja durante un lustro. Pero ella no renunció al amor. Aún vive un tiempo de duelo, pero espera encontrar un nuevo compañero, con quien transitar los últimos momentos de una vida en la que se ha enamorado varias veces.

Prisco Gutiérrez, de 85 años, vive en el mismo hogar. El tiene la certeza de que ha conocido el amor. También se ha enamorado más de una vez, pero siente que esos días de emoción que el amor hace sentir en el estómago, las llamadas “mariposas”, no volverán. Es una decisión que adoptó y la asume, y de alguna manera, es también una renuncia a enamorarse nuevamente. Pero él vivió bien y sonríe al recordar las anécdotas de su juventud. El denominador común es ese triste sentimiento que, cada tanto, los invade y “Que se llama soledad”, como la canción de Joaquín Sabina.

Y en esto vale la pena reflexionar desde cualquier edad y desde cualquier lugar: es imprescindible que nuestros “viejos” no se queden solos, que reciban el amor y la contención de sus familias más allá de donde residan. Porque ellos tuvieron, en otra edad, una entrega a sus hijos y nietos y porque, en definitiva, todos caminamos hacia un destino ineludible: la vejez.

 

 

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