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Geología de las Cataratas del Iguazú

Domingo, 03 de febrero de 2013 21:59

Se le atribuye al escritor e hilarante humorista español Enrique Jardiel Poncela haber dicho que después de ver las Cataratas del Iguazú, las del Niágara le parecieron una gotera. Y no es para menos. Allí en la frontera entre Argentina y Brasil se presenta uno de los cuadros más grandiosos de la naturaleza. Las aguas del río Iguazú, un tributario izquierdo del río Paraná, se desploman hasta 80 metros en la vertical generando un increíble espectáculo kratosfánico, esto es el poder de la expresión de las fuerzas exógenas del planeta. Estamos hablando de un anfiteatro de cascadas que tiene 2.700 m de ancho y donde se descuelgan unos 275 saltos de aguas que rugen estrepitosamente.

La fuerza de la caída hace que se levante agua fina de llovizna y vapor de agua en brumas y en grandes columnas que se divisan a kilómetros de distancia. Téngase en cuenta que se desploman más de un millón y medio de litros de agua por segundo. Motivo más que suficiente para que en lengua tupí-guaraní se las designara precisamente como Iguazú, cuya etimología significa “agua grande”. Aunque también hubo años en que estuvieron secas como en 1987; y también años excepcionales como el periodo 1982-1983, coincidente con un fenómeno El Niño muy intenso, en donde se registraron caudales de 27 millones de litros de agua por segundo. Ocurre que la cuenca del Paraná en Brasil es una zona extensa y muy lluviosa que recoge las aguas de múltiples tributarios todos los cuales confluyen en el cauce principal hasta su desembocadura en territorio argentino. América del Sur aporta el 28% de las aguas dulces del mundo al océano. Además tiene en su territorio no solamente el salto de agua más alto del planeta en Venezuela, sino también el más poderoso en las Cataratas del Iguazú.

Esto hizo que fueran declaradas primero como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y más recientemente como una de las “Siete Maravillas del Mundo” gracias al voto electrónico de un billón de internautas. Con ello se convirtieron también en uno de los sitios geológicos (geositios) más visitados a nivel internacional contando actualmente con un flujo de un millón y medio de turistas por año, sumando ambos lados, el brasileño y el argentino. Ocurre que desde el lado brasileño se tiene un panorama escénico de las cataratas del lado argentino, mientras que viceversa del lado argentino se llega hasta los propios saltos y casi se los puede tocar con las manos. Entre ellos el más espectacular es la llamada “Garganta del Diablo”.

La afluencia de turismo nacional e internacional es no sólo por el maravilloso rugir de las aguas, los grandes saltos, la oferta de hoteles de todas las estrellas posibles y otras múltiples comodidades, sino también por el increíble paisaje selvático con una vegetación exuberante y una alta biodiversidad, donde conviven miles de especies vegetales junto a una fauna extraordinaria de monos, felinos, insectos, anfibios, aves multicolores y los famosos coatíes cuyos hábitos de cleptómanos selváticos hay que vigilar de cerca. Ahora bien ¿Cómo se produjo este singular fenómeno geológico? Para ello tenemos que remontarnos 140 millones de años atrás cuando se estaba produciendo la apertura del océano Atlántico por la separación de América del Sur y Africa.

Para ese entonces toda la región de la cuenca del Paraná era un gran desierto de arenas rojas no muy distinto del actual Sahara. La partición del viejo continente de Gondwana hizo fluir desde las profundidades enormes cantidades de magma basáltico que se derramaron en la superficie a lo largo de extensas fisuras. Esas coladas de lavas líquidas, calientes, negras y ferromagnesianas fueron cubriendo una superficie extensa, tapando las arenas del desierto y dando lugar a una de las provincias basálticas más extensas del planeta. Hoy esas lavas continentales basálticas forman una amplia plataforma que se extiende por más de un millón doscientos mil kilómetros cuadrados en Brasil, Paraguay, Uruguay y Argentina.

Las erupciones duraron unos 10 millones de años y varios flujos se fueron superponiendo, unos encima de los otros, hasta dar espesores que alcanzan los 900 metros. En las propias cataratas se pueden observar tres escalones que corresponden a tres mantos basálticos sucesivos. Cada uno de esos mantos basálticos escalonados está formado a su vez por tres secciones que comprenden a un basalto con fracturas horizontales en la base, un basalto macizo en el centro y un basalto vesicular en la parte superior. De esta manera, a pesar de ser las mismas lavas negras basálticas, dan lugar a diferencias de dureza que son aprovechadas por las aguas y generan así una erosión diferencial. En su parte más superficial los basaltos se han alterado por las condiciones climáticas propias de un ambiente cálido húmedo y tropical, descomponiendo los minerales y dando lugar a suelos de fuerte color rojo laterítico (de later = ladrillo).

Esos suelos que son una postal de la provincia de Misiones, al quedar desprovistos de vegetación por la causa que fuera (incendios, agricultura, etc.) son rápidamente lavados y son los que dan el color rojizo a las aguas de las cataratas en algunos momentos del año. Como se sabe los ríos están controlados por su nivel de base en el océano (o en un lago, o una presa) y ante cualquier interrupción en su flujo hidrodinámico tienden rápidamente a buscar su perfil de equilibrio. Las cataratas del Iguazú son el producto de fallas geológicas que las afectaron en parte por el movimiento del basamento cristalino viejo que yace en profundidad ­Parece un contrasentido que una maravilla sea el producto de una falla, pero así funciona la naturaleza! Las aguas del río Iguazú resbalan sobre la durísima meseta basáltica y llegan con un ancho de 1.500 m a la zona de las cataratas donde se convierten en un estrecho canal.

Las cataratas son el resultado de la erosión retrocedente aguas arriba del río Iguazú, y esta acción hidrológica ha estado ocurriendo a razón de 1 a 2 cm por año durante los últimos dos millones de años. Hoy las cataratas se encuentran 21 km aguas arriba de la confluencia del río Iguazú con el Paraná, y la cabecera de la erosión retrocedente son precisamente los espectaculares y tremendamente poderosos saltos de la Garganta del Diablo. Alvar Núñez Cabeza de Vaca las descubrió en 1542 y la película “La Misión” las hizo trascender en la pantalla mundial. En síntesis, las Cataratas del Iguazú son uno de los escenarios naturales más bellos y espectaculares del mundo a raíz de la concurrencia sinérgica de elementos de la litósfera, la hidrósfera y la biósfera.

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Se le atribuye al escritor e hilarante humorista español Enrique Jardiel Poncela haber dicho que después de ver las Cataratas del Iguazú, las del Niágara le parecieron una gotera. Y no es para menos. Allí en la frontera entre Argentina y Brasil se presenta uno de los cuadros más grandiosos de la naturaleza. Las aguas del río Iguazú, un tributario izquierdo del río Paraná, se desploman hasta 80 metros en la vertical generando un increíble espectáculo kratosfánico, esto es el poder de la expresión de las fuerzas exógenas del planeta. Estamos hablando de un anfiteatro de cascadas que tiene 2.700 m de ancho y donde se descuelgan unos 275 saltos de aguas que rugen estrepitosamente.

La fuerza de la caída hace que se levante agua fina de llovizna y vapor de agua en brumas y en grandes columnas que se divisan a kilómetros de distancia. Téngase en cuenta que se desploman más de un millón y medio de litros de agua por segundo. Motivo más que suficiente para que en lengua tupí-guaraní se las designara precisamente como Iguazú, cuya etimología significa “agua grande”. Aunque también hubo años en que estuvieron secas como en 1987; y también años excepcionales como el periodo 1982-1983, coincidente con un fenómeno El Niño muy intenso, en donde se registraron caudales de 27 millones de litros de agua por segundo. Ocurre que la cuenca del Paraná en Brasil es una zona extensa y muy lluviosa que recoge las aguas de múltiples tributarios todos los cuales confluyen en el cauce principal hasta su desembocadura en territorio argentino. América del Sur aporta el 28% de las aguas dulces del mundo al océano. Además tiene en su territorio no solamente el salto de agua más alto del planeta en Venezuela, sino también el más poderoso en las Cataratas del Iguazú.

Esto hizo que fueran declaradas primero como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y más recientemente como una de las “Siete Maravillas del Mundo” gracias al voto electrónico de un billón de internautas. Con ello se convirtieron también en uno de los sitios geológicos (geositios) más visitados a nivel internacional contando actualmente con un flujo de un millón y medio de turistas por año, sumando ambos lados, el brasileño y el argentino. Ocurre que desde el lado brasileño se tiene un panorama escénico de las cataratas del lado argentino, mientras que viceversa del lado argentino se llega hasta los propios saltos y casi se los puede tocar con las manos. Entre ellos el más espectacular es la llamada “Garganta del Diablo”.

La afluencia de turismo nacional e internacional es no sólo por el maravilloso rugir de las aguas, los grandes saltos, la oferta de hoteles de todas las estrellas posibles y otras múltiples comodidades, sino también por el increíble paisaje selvático con una vegetación exuberante y una alta biodiversidad, donde conviven miles de especies vegetales junto a una fauna extraordinaria de monos, felinos, insectos, anfibios, aves multicolores y los famosos coatíes cuyos hábitos de cleptómanos selváticos hay que vigilar de cerca. Ahora bien ¿Cómo se produjo este singular fenómeno geológico? Para ello tenemos que remontarnos 140 millones de años atrás cuando se estaba produciendo la apertura del océano Atlántico por la separación de América del Sur y Africa.

Para ese entonces toda la región de la cuenca del Paraná era un gran desierto de arenas rojas no muy distinto del actual Sahara. La partición del viejo continente de Gondwana hizo fluir desde las profundidades enormes cantidades de magma basáltico que se derramaron en la superficie a lo largo de extensas fisuras. Esas coladas de lavas líquidas, calientes, negras y ferromagnesianas fueron cubriendo una superficie extensa, tapando las arenas del desierto y dando lugar a una de las provincias basálticas más extensas del planeta. Hoy esas lavas continentales basálticas forman una amplia plataforma que se extiende por más de un millón doscientos mil kilómetros cuadrados en Brasil, Paraguay, Uruguay y Argentina.

Las erupciones duraron unos 10 millones de años y varios flujos se fueron superponiendo, unos encima de los otros, hasta dar espesores que alcanzan los 900 metros. En las propias cataratas se pueden observar tres escalones que corresponden a tres mantos basálticos sucesivos. Cada uno de esos mantos basálticos escalonados está formado a su vez por tres secciones que comprenden a un basalto con fracturas horizontales en la base, un basalto macizo en el centro y un basalto vesicular en la parte superior. De esta manera, a pesar de ser las mismas lavas negras basálticas, dan lugar a diferencias de dureza que son aprovechadas por las aguas y generan así una erosión diferencial. En su parte más superficial los basaltos se han alterado por las condiciones climáticas propias de un ambiente cálido húmedo y tropical, descomponiendo los minerales y dando lugar a suelos de fuerte color rojo laterítico (de later = ladrillo).

Esos suelos que son una postal de la provincia de Misiones, al quedar desprovistos de vegetación por la causa que fuera (incendios, agricultura, etc.) son rápidamente lavados y son los que dan el color rojizo a las aguas de las cataratas en algunos momentos del año. Como se sabe los ríos están controlados por su nivel de base en el océano (o en un lago, o una presa) y ante cualquier interrupción en su flujo hidrodinámico tienden rápidamente a buscar su perfil de equilibrio. Las cataratas del Iguazú son el producto de fallas geológicas que las afectaron en parte por el movimiento del basamento cristalino viejo que yace en profundidad ­Parece un contrasentido que una maravilla sea el producto de una falla, pero así funciona la naturaleza! Las aguas del río Iguazú resbalan sobre la durísima meseta basáltica y llegan con un ancho de 1.500 m a la zona de las cataratas donde se convierten en un estrecho canal.

Las cataratas son el resultado de la erosión retrocedente aguas arriba del río Iguazú, y esta acción hidrológica ha estado ocurriendo a razón de 1 a 2 cm por año durante los últimos dos millones de años. Hoy las cataratas se encuentran 21 km aguas arriba de la confluencia del río Iguazú con el Paraná, y la cabecera de la erosión retrocedente son precisamente los espectaculares y tremendamente poderosos saltos de la Garganta del Diablo. Alvar Núñez Cabeza de Vaca las descubrió en 1542 y la película “La Misión” las hizo trascender en la pantalla mundial. En síntesis, las Cataratas del Iguazú son uno de los escenarios naturales más bellos y espectaculares del mundo a raíz de la concurrencia sinérgica de elementos de la litósfera, la hidrósfera y la biósfera.

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