¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

17°
23 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Confusión en Irán

Viernes, 08 de febrero de 2013 21:00

En Irán, desde el presidente de la República hasta el Parlamento, surgen de elecciones periódicas y del voto popular.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

En Irán, desde el presidente de la República hasta el Parlamento, surgen de elecciones periódicas y del voto popular.

La Constitución iraní estipula que la cúspide del poder reside en la máxima autoridad religiosa, el “líder supremo”.

Irán está en el medio de una crisis política. El segundo período presidencial de Mahmud Ahmadineyah expira en abril próximo y el primer mandatario no tiene posibilidades constitucionales para una nueva reelección. Su intento de promover un delfín está al borde del fracaso. En el horizonte asoma figura de Ali Larijani, titular del Majlis (Parlamento), que parecería contar con el apoyo del ayatollah Ali Khamenei, máximo dirigente religioso chiíta. La que decididamente está excluida de este juego sucesorio es el ala reformista del régimen.

La batalla se libra entonces dentro de las filas conservadoras. Pero, contra lo que suele indicar la interpretación superficial de los expertos occidentales, el régimen iraní presenta una intrincada complejidad. Sus instituciones combinan características democráticas con rasgos teocráticos. Es una estructura de poder dual. Por la índole de la relación entre la autoridad política y la jerarquía religiosa tiene algunos elementos comunes con la Europa de la Edad Media, en la era de la coexistencia entre las monarquías absolutas y el papado.

Conviene puntualizar que, más allá de disquisiciones y disputas teológicas, una diferencia central entre los musulmanes sunitas, que constituyen la gran mayoría de la comunidad islámica, y la minoría chiíta, que prevalece en Irán, es que entre los chiítas el papel político del clero es mucho más relevante que entre los sunitas.

Esta distinción explica por qué el fundamentalismo islámico entre los sunitas se expresa a través de organizaciones políticas, como la Hermandad Musulmana, o terroristas, como Al Quaeda, mientras que entre los chiítas tiende a manifestarse directamente en el predominio del poder religioso por sobre el poder temporal.

Hay empero una diferencia esencial entre Irán y la Europa medieval, donde el poder temporal ejercido por los monarcas tenía origen divino. En Irán el régimen político es de raíz democrática. En términos formales, y más allá de las constantes denuncias de fraude en los comicios, las autoridades iraníes, desde el presidente de la República hasta el Parlamento, pasando por los gobiernos y legislaturas locales, surgen de elecciones periódicas y del voto popular. Aunque con severas restricciones, también existen agrupaciones políticas y cierta pluralidad en los medios de comunicación social.

Sin embargo, el edificio institucional está subordinado al poder religioso. La Constitución iraní estipula que la cúspide del poder no reside en la presidencia de la República, sino en la máxima autoridad religiosa, definida como “líder supremo”, bajo cuya dependencia directa están las Fuerzas Armadas y los servicios de inteligencia, así como el Poder Judicial.

Debajo de ese “líder supremo” está el Consejo de Guardianes, que tiene la facultad de derogar las leyes sancionadas por el Parlamento si considera que no están de acuerdo con la ley islámica. Para asesorarlo existe una Asamblea de Expertos que emite dictámenes que suelen influir fuertemente en las decisiones. En caso de discrepancia entre el Consejo de Guardianes y el Parlamento, entra a funcionar el Consejo de Discernimiento, que busca armonizar las posiciones en pugna.

El nacionalismo laico

Desde 1989, fecha de la desaparición del ayatollah Ruhollah Jomeini, jefe de la Revolución Islámica que derrocó a la monarquía del Sha en 1979, y frente a la ausencia de otro liderazgo carismático, esta estructura institucional obligó a un juego de sutiles equilibrios y a una permanente búsqueda de consensos.

Khameini, que nunca gozó de la popularidad de Jomeini, es el artífice de ese sistema de alianzas cambiantes que caracteriza al sistema de decisiones en Irán. Cada vez que el ayatollah entró en conflicto con los presidentes que se turnaron desde entonces, actuó con moderación pero con firmeza, sin derrocar al primer mandatario sino maniobrando para recortar sus espacios de poder.

Amparado en su imagen popular, algo que no tiene Khameini, Ahmadineyah lidera una tendencia orientada a disminuir la gravitación del clero musulmán. En esa línea desempeña un rol central Esfandiar Rahi Mashei, consuegro y principal asesor presidencial, partidario de un nacionalismo laico y autor de la consigna “Irán primero”, en lugar del “Islam primero”, impuesta desde la caída del Sha.

La posibilidad de que Ahmadineyah apoye la candidatura de Mashei en las elecciones presidenciales de abril incentivó la ofensiva en su contra del clero islámico. Los conservadores religiosos que triunfaron en las elecciones legislativas de 2012, en la que los sectores reformistas se abstuvieron de participar, convirtieron a su control del Parlamento en un instrumento para limitar el poder presidencial.

Conservadurismo aperturista

Como presidente del Parlamento, Larijani emergió entonces como un natural candidato presidencial del ala religiosa de los conservadores. Ni lerdo ni perezoso, Ahmadineyah reaccionó acusando a Fazel Larijani, hermano de su rival, de tratar de sobornar a Said Mortazavi, fiscal general de Teherán. La fulminante respuesta del Parlamento fue ordenar el encarcelamiento de Mortazavi, rápidamente liberado ante la enérgica presión ejercida por el primer mandatario. Los Larijani son un clan familiar de enorme influencia. El tercero de los hermanos, Sadegh Larijani, es actualmente la cabeza del máximo tribunal judicial iraní.

Khamenei ordenó la formación de una comisión integrada por tres miembros de su entorno para buscar un “candidato de unidad” para la primera magistratura. El favorito es Larijani, que reúne la particularidad de ser oriundo de Qom, la ciudad santa de los chiítas, con el hecho de haber cursado estudios en la Universidad de Harvard. Esta segunda condición hace que, pese a su rígido conservadurismo religioso, sea considerado más abierto y pragmático que Ahmadineyah.

Este forcejeo en la cúspide del poder coincide con la reanudación del diálogo sobre el controvertido plan nuclear de Teherán entre Irán y el llamado “Grupo 5 más 1”, integrado por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y Alemania, que tendrá lugar el martes 26 de febrero en Alma Ata, capital de Kazajistán.

Este encuentro, promovido por el vicepresidente estadounidense Joe Biden, constituye un signo de flexibilización en la estrategia de la Casa Blanca. En este segundo mandato de Barack Obama, que acaba de iniciarse, la Casa Blanca intentará agotar todas las instancias de diálogo con el gobierno de Irán. El plan nuclear es para Irán una “política de Estado”, iniciada por el Sha y continuada después por Jomeini.

Khamenei rehusó la sugerencia de establecer un diálogo directo con la Casa Blanca. Washington sabe que es difícil lograr avances en las tratativas con un debilitado Ahmadineyah, pero la diplomacia norteamericana confía en una posible negociación con su sucesor, sea o no Larijani. Demás está decir que esta hipótesis despierta preocupación en Israel.

Mientras tanto, la profundización de la crisis en Siria acentúa el aislamiento de Irán, al quitarle a Irán su único aliado confiable en el mundo árabe, y hace más necesario su acercamiento a América Latina. Esto explica su predisposición a negociar el acuerdo suscripto con el gobierno argentino.

Temas de la nota

PUBLICIDAD