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Una década que no se perderá en la historia

Viernes, 24 de mayo de 2013 23:32

El kirchnerismo celebra hoy diez años en el poder y habla, con euforia, de “la década ganada”. Este mismo año, pero en diciembre, el país entero recordará los treinta años de democracia.

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El kirchnerismo celebra hoy diez años en el poder y habla, con euforia, de “la década ganada”. Este mismo año, pero en diciembre, el país entero recordará los treinta años de democracia.

La historia dará su veredicto sobre este largo ciclo, el de la pos dictadura, cuyo final se desconoce aún pero que, previsiblemente, evolucionará hacia un desarrollo agroindustrial y energético que incorpore a la Argentina al proyecto emergente que en la región lidera Brasil.

La recordada frase de Raúl Alfonsín, “con la democracia se vive, se come, se educa” partía de un supuesto: el decreimiento de los argentinos en la democracia. La recuperación institucional llegó más por el fracaso del gobierno militar que por la vocación democrática de la gente.

El alfonsinismo naufragó en el colapso inflacionario. A partir de allí, el justicialismo se posicionó en el poder y, encabezado por Carlos Menem, de clara vocación autocrática, puso en marcha una serie de transformaciones económicas y culturales. El fracaso de la re reelección derivó en el triunfo de la Alianza, un mejunje sin proyecto que generó el desastre de 2001.

De la mano de Eduardo Duhalde, primero, y de Néstor Kirchner, después, el país ingresó en una era de bonanza donde fueron decisivos la benevolencia de la economía mundial y la formidable voluntad de poder del ex presidente patagónico.

En un país descreido de la democracia, la capacidad para distribuir la renta a la medida de cada uno de los sectores de la sociedad es más fuerte y más sensible que las deficiencias en materia económica o las desprolijidades institucionales.

Alfonsín se llevó los laureles de la democracia; Menem, los del crecimiento y la estabilidad monetaria; Néstor y Cristina, los de la prosperidad y los de haber desmitificado y resuelto la crisis de la deuda externa.

El descreimiento en la democracia, vale recalcarlo, fue diluyendo a los partidos políticos. Hoy se gobierna desde el Estado, con enorme poder concentrado en el Ejecutivo, sin que la oposición se organice en partidos con proyecto alternativo.

Las ideologías, por cierto, pasaron a segundo plano desde hace más de dos décadas. Fueron reemplazadas por discursos heterodoxos que rescatan valores del socialismo, el peronismo y el nacionalismo, y los simbolizan en figuras como el Che, Eva Perón o Manuel Dorrego.

De esa forma, el kirchnerismo ha logrado que sus opositores más nítidos, como Ricardo Alfonsín o Hermes Binner se les parezcan tanto en el pensamiento que ambos dijeran, en su momento, que “haríamos lo mismo que el gobierno, pero mejor”. Con esa oposición, ningún gobierno pierde.

Hoy la eficiencia del kirchnerismo está a prueba. La inflación, el déficit y el dólar son problemas de fondo.

La capacidad operativa de los dos gobiernos K estuvo puesta en la definición de objetivos propios, en la adecuación de esos propósitos a las urgencias electorales, y en la agilidad para poner en práctica las acciones del caso. La clave es la recaudación y la gestión desde el Estado.

Con la mirada puesta en la próxima década, por ahora, todo indica que el peronismo se prepara para un nuevo reciclaje, salvo que Cristina apueste a un tercer mandato.

De todas maneras, es evidente que la sustentabilidad económica en el mediano plazo exige resolver problemas críticos, como la inversión en infraestructura, el desarrollo agroindustrial a la medida de las grandes demandas mundiales, la jerarquización de la educación y, sobre todo, consensuar en serio y a largo plazo qué se entiende por democracia, por orden jurídico y por progreso.

Y esta no es una cuestión del peronismo, sino de la vida política argentina en si misma.

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