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Fuerzas, flaquezas y paradojas

Viernes, 24 de mayo de 2013 23:37

El balance de una década de gestión gubernamental kirchnerista puede provocar justificadamente todo tipo de miradas analíticas, porque nuestro país transita todavía las turbulencias de un sistema democrático formal administrado y conducido, a izquierda y derecha, por actores políticos moldeados culturalmente en tiempos de autoritarismo, vanguardismo y violencia.

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El balance de una década de gestión gubernamental kirchnerista puede provocar justificadamente todo tipo de miradas analíticas, porque nuestro país transita todavía las turbulencias de un sistema democrático formal administrado y conducido, a izquierda y derecha, por actores políticos moldeados culturalmente en tiempos de autoritarismo, vanguardismo y violencia.

Decía Raúl Alfonsín a comienzos de la década del 80 que “hemos conquistado la democracia, pero aún nos falta ser demócratas”. Confieso que la frase cobra, recién ahora, un sentido que creo estar entendiendo en toda su dimensión.

No se puede negar que, aún dentro de ese contexto, la gestión kirchnerista ha concretado aciertos en capacidad de modificar sustantivamente algunos patrones patológicos sobre las razones que fueron edificando nuestro largo fracaso: me refiero específicamente a la insistencia aplicada a generar una nueva visión sobre los derechos humanos. Los jóvenes de esta sociedad tienen visiones totalmente diferentes a las que alumbraron a la generación de sus padres. Ya nadie piensa en matar ni en morir por razones políticas. Para ellos no hacen falta héroes trágicos, ni dioses de carne y hueso. A la luz de los hechos de nuestra historia reciente, me parece un avance conmovedor.

Ahora, en ausencia de balas, solo imperan las palabras, las ideas, los conceptos. Esas son las únicas armas permitidas. La ironía es que ejerce todavía el poder una generación, la mía, que no creyó en la suficiencia de las palabras, ni en los consensos, ni en la negociación. Todo lo contrario, creímos en la imposición.

Llegamos así a una situación increíble. El gobierno con mayor poder de la historia argentina, avalado en su tercer gestión por el 54% de los votos, con mayoría parlamentaria, con un contexto político latinoamericano de signo progresista, con precios de comodities inmejorables y sin oposición política valorada, transita la mitad de su gestión frente a una sociedad exasperada con ellos, agobiada por sus ásperas formas y deseando (más del 50%) que pierdan las próximas elecciones.

¿Qué les está pasando?, ¿por qué motivo no pueden tratar amigablemente a su propio pueblo?, ¿por qué motivo lo tienen en vilo?, ¿por qué construyen el miedo? Seguramente habrá más de una explicación. Humildemente sugiero volver a pensar en aquella frase de Raúl Alfonsín.

Quizá tengamos que pensar, hacia el futuro, si debemos seguir permitiéndole a los presidentes pedirnos que sus esposas también nos gobiernen. A mí me parece un lujo, una excentricidad demasiado cara. La esposa de un presidente, por culta e inteligente que sea, no se constituye por “ósmosis convivencial” en líder político.

La misma Presidenta lo afirma cuando dijo, en la apertura de sesiones ordinarias del Congreso Nacional: “Yo nunca imaginé que sería Presidenta, y mucho menos que sería reelecta”. Más claro, échele agua. Esto “le pasó”.

Quiero recalcar, señores lectores, que 40 millones de argentinos nos encontramos a resultas de la lucidez de la esposa de un líder político. Ahora se nota.

Lo mejor para todos es que Cristina Fernández de Kirchner culmine su mandato en tiempo y forma, pero no estoy seguro de que ella desee lo mismo. Que su mandato termine como corresponde depende la suerte de todos los ciudadanos. Y eso es lo que más me interesa: la suerte de los ciudadanos. Ya hemos comprobado que al final de otras historias, los gobernantes se retiran a la comodidad de sus fortunas, y que las consecuencias de sus peores acciones quedan “a pagar” por los hombres y mujeres de a pie, con todo tipo de penurias cotidianas.

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